Hace aproximadamente un año compartí un post que llamé “El plan de Dios y el mío”, en el cual contaba que, en una temporada de mi vida, al llegar final de año, realizaba un listado de cosas y planes que mi corazón deseaba, pero que el Señor amorosamente me enseñó a través de Su Palabra que Sus planes para mí eran y son mejores (Leer Isaías 55:8-9).
Pero, a pesar de eso, aún llegan esos momentos cuando sinceramente evito meditar detenidamente en la voluntad de Dios para mí en cosas específicas y es ahí cuando una dulce y hermosa voz llega como una espada de doble filo, penetrando mi alma y haciendo que mi corazón aterrice, diciéndome: “Oíd ahora, los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Sólo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece”. Santiago 4:13-14.
Y esa ha resultado ser una maravillosa realidad que ha aquietado y aquieta mi corazón; recordar que mis días están en las manos de Dios y que mi hoy y mi mañana no dependen de mí.
En enero del año pasado no hice mi acostumbrada lista de peticiones, solo tomé una hoja en blanco y le dije al Señor en oración que escribiera lo que en Su perfecta voluntad tenía para mí en el 2015. Y saben que… ¡Dios lo hizo! Mejor de lo que pude haber deseado.
Para mi sorpresa, a mitad de año, Dios respondió favorablemente a una petición que tenía hace algún tiempo, ese acontecimiento me llevó a meditar, que muchas veces por nuestro arrogante corazón Dios detiene las bendiciones que tiene preparadas para cada una de Sus hijas, porque las deseamos y buscamos más que a Él mismo y las queremos en el tiempo que pensamos es “útil” para nosotras.
Es por eso que hoy las invito a ir más allá de solo desear que se cumplan nuestros anhelos, que tomemos la decisión todos los días de desear cada día más a Dios, recordando siempre que, si hoy vivimos, debe ser para Su gloria y Sus propósitos, y tener presente que la sangre de Cristo no se derramó para pasar de ser esclavas de nuestros pecados a ser esclavas de nuestros deseos, ni los deseos de otros, sino a ser esclavas de Cristo.
Porque quien en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres. 1 Corintios 7:22-23
Sometamos pues todo a la voluntad de Dios primero y Su Santo Espíritu nos ayude a decir siempre “Si el Señor quiere, viviré y haré esto y aquello”. Santiago 4:15.
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