No es ningún secreto que la forma en la que fuimos criadas desde niñas nos forma tanto en lo positivo como en lo negativo. Cuando nos convertimos en padres, recordamos nuestras experiencias de niños y a menudo las analizamos para determinar qué tradiciones, métodos y costumbres queremos llevar a nuestra nueva familia y cuáles queremos dejar a un lado.
Algunas de nosotras intentamos replicar las mismas tradiciones navideñas que nuestros padres tenían. También podemos tener una lista de cosas que prometimos nunca decir y que nuestros padres siempre decían, esas «frases» que nuestras madres repetían a menudo. O es posible que queramos tener unas normas en casa diferentes a las que tuvimos cuando crecimos, ya sea más permisivas o más estrictas.
Y entonces ocurre lo inevitable: te encuentras diciendo las mismas cosas que siempre decían tus padres, las que prometiste que nunca ibas a decir, o terminas aplicando las mismas reglas y consecuencias y sacudes la cabeza con incredulidad.
Hay cosas que apreciamos y valoramos de nuestra infancia, así como cosas que hicieron nuestros padres y que no queremos imitar.
Pero hay un padre al que siempre deberíamos aspirar a parecernos. Un padre cuyas palabras, reglas y métodos son siempre perfectos.
Ese es el padre que debemos buscar mostrar a nuestros hijos: nuestro Padre en el cielo.
El Padre perfecto
¿Has pensado alguna vez en el modo en el que tu Padre celestial te cría? Como hijos adoptivos y coherederos con Cristo, nuestro hermano mayor, Dios es nuestro Padre. Pero a diferencia de los padres terrenales, la crianza de nuestro Padre celestial es perfecta.
● Él es consistente en la forma en la que nos responde. Nunca cambia y siempre sabemos lo que podemos esperar de Él (Mal. 3:6).
● Él nos pone límites para nuestro bien. Sus reglas para nuestras vidas son perfectas y necesarias (Salmos 19:7).
● Él provee y satisface todas nuestras necesidades. Como Él ha cubierto nuestra mayor necesidad en Cristo, confiamos en que Él cubrirá todas nuestras necesidades más pequeñas (Mt. 6:31-32; Ro. 8:32).
● Él nos enseña y capacita por el camino que debemos seguir. Lo hace en función de donde nos encontramos y como lo necesitemos exactamente (Prov. 12:28).
● Él nos disciplina cuando nos desviamos del camino de la vida y nos atrae hacia Él por Su gracia (Heb. 12:7-10).
● Él es paciente con nosotras mientras crecemos en nuestra fe, a menudo enseñándonos y volviéndonos a enseñar las mismas lecciones una y otra vez (Ex. 34:6).
● Él nos ama con un amor perfecto, un amor que no está condicionado por lo que hemos hecho o lo que haremos (Ef. 2:4-5).
¡Qué Padre tan maravilloso y bondadoso! Mientras que nuestros padres nos criaron lo mejor que pudieron dada su naturaleza caída, nuestro Padre celestial nos cría con rectitud. Todo lo que Él dice y hace es correcto y verdadero. Todo lo que nos da es para nuestro bien. Su entrenamiento y disciplina aseguran nuestra transformación a la imagen de Su Hijo. En todos estos aspectos y en otros más, podemos mirar la crianza de nuestro Padre celestial como un modelo para nuestra propia crianza. Y al hacerlo, presentamos a nuestros hijos al Dios que los amó primero.
Presentando a nuestros hijos ante el Padre
Aunque nuestros hijos también aprenderán sobre su Padre celestial a través de otras personas -en la iglesia, de los maestros de la escuela dominical y de otros creyentes que hablen en sus vidas-, somos nosotras, como madres y padres, quienes primero presentamos nuestros hijos a Dios. ¡Y eso es un privilegio! Podemos enseñarles a nuestros hijos sobre el Dios que los creó, que los ama y que abrió un camino para que se relacionen con Él.
Apuntamos a nuestros hijos hacia el Padre cuando criamos a nuestros hijos como Dios lo hace con nosotras.
Una de las mejores maneras de presentar a nuestros hijos al Padre es cuando nosotras reflejamos quién es Él para ellos.
- Cuando somos consistentes en la manera en la que les respondemos, reflejamos la imagen de nuestro Padre que siempre es consistente.
- Cuando proveemos lo que ellos necesitan, reflejamos a Jehová Jireh, el que siempre suple nuestras necesidades.
- Cuando les enseñamos quién es Dios y lo que ha hecho, mostramos a Aquel que nos guía por el camino de la vida.
- Cuando ponemos límites y les enseñamos lo que Dios ha ordenado, los guiamos hacia aquel cuyos caminos son perfectos y justos.
- Cuando los disciplinamos y les mostramos el camino del arrepentimiento, los apuntamos al evangelio y a la obra de Cristo por ellos.
- Cuando somos pacientes en su crecimiento, mostramos al Jardinero experto que cuida pacientemente sus corazones.
- Cuando los amamos incondicionalmente, reflejamos al Padre que nos amó primero.
Tómate un tiempo para considerar cómo te cuida tu Padre celestial. Alégrate en Su perfecto amor y cuidado. Luego, piensa en las formas en las que puedes mostrarle a tus hijos al Padre, mientras los crías. «Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen» (Salmos 103:13).
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