Escritora invitada: Patricia Pérez
Cuando el Señor permite un sufrimiento, una debilidad, una dificultad, una pérdida, una enfermedad, la viudez…Él quiere trabajar en nosotras y usa Su Palabra para revelarnos la condición de nuestro corazón, arrepentirnos y que corramos en oración al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Heb. 4:16).
Recientemente pasé por un momento de orgullo como mamá. Sentía que era mi deber señalar faltas a mis hijos, y lo es, pero lo hacía con tono altivo y lleno de ira. El Espíritu del Señor comenzó a tratar conmigo por medio de Su Palabra, con diversos pasajes como:
«Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen». -Salmo 103:13
«Con misericordia y verdad se expía la culpa, y con temor del Señor el hombre se aparta del mal». -Proverbios 16:6
«El hombre arrogante provoca rencillas, pero el que confía en el Señor prosperará. El que confía en su propio corazón es un necio». -Proverbios 28:25-26a
Muchos versículos de la Palabra fueron usados por el Señor, para mostrarme la altivez y dureza de mi corazón. Pero hubo uno que me quebrantó, pues el Señor abrió mis ojos cuando me dijo con Efesios 4.30-32: «Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención. Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo».
Arrepentida y llorando, le pedí perdón al Señor, pues estaba dejando de lado el sacrificio de Cristo por mí en la cruz. Estaba haciendo a un lado el evangelio de amor, con el cual el Señor me llamó para salvación, y estaba desestimando Su Palabra, creyendo y sintiendo que yo podía, a base de gritos, ofensas y duro trato, cambiar el corazón de mi hijo.
Pero mi propio corazón estaba endurecido, y recordé que solo Cristo hace posible un cambio de mente y corazón. Yo solo debía y debo, extender y mostrar esa gracia, perdón, misericordia, paciencia y amor que Jesús tiene por mí. Ahora solo podía dar gracias a Dios y decir como David «Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda Tus estatutos» (Sal. 119:71).
Ciertamente el Señor usa Su Palabra para hacer Su voluntad y cumplir Sus propósitos (Is. 55:11). Es Su Espíritu que, al estar meditando en la Escritura, hace que veamos aquello que es para nosotras nuestra propia necesidad. Abre y renueva nuestro entendimiento, para que comprobemos que Su voluntad, es buena, agradable y perfecta (Ro.12:2), y lo transforma, pues Su Palabra es viva y eficaz (Heb. 4:12).
Es Su Palabra, lo que el Señor usa para trabajar en nosotras, sus hijas, y que cada golpe vaya dando forma de Su Hijo Jesucristo permitiendo así circunstancias que nos sean de bendición, crecimiento y santificación. Recuerda lo que ha dicho el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel, por medio del profeta Isaías, en el capítulo 48 versículo 17: «Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña para tu beneficio, que te conduce por el camino en que debes andar».
Así que, en nuestras deficiencias, vayamos a la Palabra, que es útil para enseñar, corregir e instruir (2 Tim. 3:16) y no menospreciemos la disciplina del Señor, ni desmayemos cuando seamos reprendidas por Él; porque Él al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo (Heb.12:5-6). Ríndete y di: «¡Sí, Señor!».
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