Sembrando hospitalidad

Crecí en un hogar donde mi madre trabajaba parte del día. Pero aún así hoy puedo apreciar cuan intencionales fueron sus enseñanzas con nosotros al crecer.  Su hermana vivía en el extranjero y cada vez que podía llamaba a mi mamá para que ella le sirviera de anfitriona y le enseñara parte de nuestra ciudad a algunas de sus amigas que venían del extranjero. No importaba si eran amigas de mi madre o no, ella se desvivía por atenderlas . Uno de los recuerdos mas hermosos que tengo de mi infancia fue el tiempo compartido con ella mientras realizábamos estos paseos. Yo la acompañaba y los disfrutaba pero al mismo tiempo aprendía a amar lo que ella hacía.

La veía feliz al poder servir a personas que no conocía y mostrarle los lugares mas hermosos de la ciudad. Recuerdo que  yo a veces le decía  “pero ella no es tu amiga” y la respuesta siempre era la misma, “eso no importa, sí lo es de tu tía”.

Sirviendo al desconocido

Aprendí con el ejemplo a servir al desconocido. Mi casa siempre estaba abierta para recibir personas que venían a almorzar con frecuencia o pasar la noche y hasta a quedarse por una temporada. Recuerdo que una  joven aspirante a novicia que era una total extraña para nosotros, llegó a dormir muchas veces en nuestra misma habitación.

¿Por qué comparto esto? Porque  las madres influimos a nuestros hijos con nuestro ejemplo. En mi casa, la hospitalidad era un principio de hogar. Era un honor y un privilegio servir de esta manera y fuimos criados con este valor.

Años después  al criar nuestros hijos con la Palabra, mi esposo y yo, les transmitimos esto intencionalmente. Romanos 12:13 nos dice “contribuyendo para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad.” Pero no debemos quedarnos allí y solo enseñarlo, sino lo principal es vivirlo frente a ellos. Mostrándoles una vida que modele constantemente la hospitalidad.

Que ellos vean en nosotros que estamos dispuestos a compartir lo mucho o poco que tenemos con quien Dios traiga a nuestra casa. No siempre será una habitación, tal vez no tengas una que ofrecer. Puede ser una taza de café y el Evangelio, una comida para un visitante cansado, una cena de ánimo a una pareja de extranjeros o misioneros… ¡las oportunidades pueden ser tantas!

En la medida que Dios te las ponga, enseña a tus hijos que la hospitalidad bíblica no es abrir tu casa al hermano conocido, sino al extraño, sirviéndole y amándolo.  Ese es el corazón de Cristo que dejó todo por nosotros, que nos ha preparado un hogar dónde nos espera.

Verás que al hacerlo, tu serás más bendecida que a quien sirves, y andarás por las sendas que Dios preparó para ti de antemano. (Ef. 2:10)

¿Tienes una historia de hospitalidad que pueda animar a otras? Compártela en la sección de comentarios. Y si quieres profundizar en este tema, te recomiendo que escuches esta serie: El corazón de la hospitalidad

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Sobre el autor

Elba Ordeix de Reyes

Esposa de Roby y madre de tres hijos adultos: Gabriel, Anna Gabriela y Andrés. Abuela de Noël, Lucas, Olivia, Vera y Julia Ann.

Anhela vivir una vida Coram Deo o en Su presencia cada día. Tiene pasión porque las mujeres … leer más …


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