Últimamente estoy intentando algo nuevo, que está revolucionando mi vida. Estoy siendo honesta con Dios.
Quizás eso suene ridículo. ¿Cómo podría ser más honesta de lo que ya era? Digo, Dios conoce todas las cosas. Él me ve tal como soy. No es posible ser más sincera.
Pero me he dado cuenta que todavía me parezco mucho a Adán y Eva en el jardín.
Cuando más me sucede es al orar. Me parece que primero tengo que tener todo en orden. Me detengo a la mitad de mi oración, preocupada de haber dicho algo teológicamente inexacto. Cuando voy a quejarme respecto a algo, pienso ‘No puedo decirle eso a Dios’. Mira, yo sé que es tonto. He sido cristiana por muchos años, pero todavía tengo temor de quedar expuesta.
Pero he aprendido que soy libre de ser yo misma y simplemente expresarlo. Estoy orando como si mi alma estuviera desnuda y sin esconderme ante Dios. Puedo llorar, puedo confesar, puedo derramarme delante de Él –aún si fuera una queja. ¿Por qué no he de expresarlo si ya Él sabe lo que estoy pensando?
Dándonos permiso
Muchos de los Salmos han sido un gran ejemplo de esto. Qué Padre tan amoroso tenemos que nos da un recuento de personas emocionales derramando su corazón delante de Él. Algunos de los Salmos de lamento se parecen a lo que en ocasiones me escucho decir –“Esto no es justo” “Esto no debería estar sucediendo,” “¿Por cuánto tiempo?” “¿Por qué yo?”
Pero los Salmos nos dan permiso de decirlo. Dios sabe lo que hay en nuestro corazón, y al verbalizar nuestro enojo o dudas les quitamos el poder que tienen. La verdad es que, cuando estoy diciendo, “Dios ¿por qué estás permitiendo que estoy suceda? ¿Por qué me estás haciendo esto?” lo que realmente estoy diciendo es, “Dios, no confío en Ti. Tus planes no son buenos.” Cuando expreso mis sentimientos –ser real, totalmente honesta- el Espíritu Santo me ilumina y expone la raíz del asunto.
Sin embargo, los Salmos también nos muestran la otra cara de las cosas –una manera de alabarlo. Al final de la mayoría de estos lamentos, los salmistas regresan a lo que conocen que es la verdad. Ellos derraman su corazón, y luego se predican a sí mismos para recordarse lo que es la verdad realmente. En el Salmo 62:8 Dios usa a David para darnos permiso de decirle todo:
Confiad en Él en todo tiempo, oh pueblo;
derramad vuestro corazón delante de Él;
Dios es nuestro refugio. (Selah)
Descubiertas delante de Él
Cuando expresamos nuestras quejas, nuestras preocupaciones, nuestra amargura, o nuestros temores, no Le estamos diciendo a Dios algo que Él no sepa de antemano. Lo que estamos haciendo es postrarnos delante de Él, sin guardar nada, y pidiéndole que obre. El Espíritu Santo nos revela la verdad –en Cristo, continuamente estamos con Dios. Él está con nosotras, y Su Hijo está abogando a nuestro favor delante del Padre. Como dijo David “Dios es nuestro refugio”
El Espíritu Santo también trabaja mostrándonos la belleza de Cristo. Es el tipo de belleza que hace que todas las cosas terrenales se vean opacas y sombrías. Esta revelación de Cristo, vista en la Biblia e iluminada por el Espíritu Santo, nos hace exclamar “Fuera de ti, nada deseo en esta tierra”. El pecado y el dolor en el mundo no perdurarán. Nuestra carne y nuestro corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de nuestro corazón y nuestra porción para siempre (Sal. 73).
Si ves por ahí a alguien hablando consigo misma irracionalmente, frente al fregadero de la cocina o conduciendo el vehículo, probablemente solo se trate de mí, orando. Esta semana Le he estado diciendo “Estoy muy molesta con esa persona, aunque ya sé que está mal”. Y “De verdad, de verdad que no quiero hacer esto ahora mismo. Ayúdame, Jesús.” Y “Dios, no me siento amorosa hacia mi familia en este momento. De hecho, estoy súper enojada. Por favor, ámales a través de mí. ¡Estoy arruinándolo todo!”
La belleza de esta transparencia es que ya no tengo que cubrirme con hojas de higuera. Dios me ha cubierto con Cristo. Él no me mira y ve mi poca habilidad como costurera. Él me mira y ve a Su Hijo justo y sin pecado. Y Él me ama y acepta por Cristo. Puedo estar verdaderamente desnuda y no sentirme avergonzada delante de Él.
¿Alguna vez te has encontrado cosiendo hojas de higuera en un débil esfuerzo de esconderte de Dios? ¿Has experimentado la libertad de simplemente ser honesta con Él?
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