Porque tú formaste mis entrañas, me hiciste en el seno de mi madre.
Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho;
maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien.Salmo 139:13-14
Las noticias recientes sobre actos de violencia en algunas ciudades de Estados Unidos y otros eventos hasta en el ambiente cristiano, trajeron a mi memoria cómo desde corta edad empecé a luchar con un “problema de nacimiento”; para algunos no notorio, para otros, insoportable, cuál leprosa de los tiempos bíblicos.
Una “contrariedad” que se intentó “rebautizar” … como si fuera una “maldición” que me acompañaría toda la vida. Crecí con esa “vergüenza”, dolor, esa “marca” indeleble que nunca se pudo “borrar” con cremas ni mezclas “milagrosas”. Cuando lograba sacarlo de mi mente, alguien se aseguraba de que no lo olvidara; fueran niños “inocentes” con quienes jugaba; o personas significativas, los más cercanos.
Pasé gran parte de mi vida pensando cuál sería la solución a mi “terrible problema” pues no quería cargar más con eso; rechazo, burlas y comentarios, pues aquella “mancha” parecía descalificarme aun para lo ordinario, relaciones, estudios o aun casarme.
Una condición que abarca todo mi cuerpo, no hay un centímetro de mi piel que no esté afectado por esa “dificultad”, esta “mancha”, oscura…. Famosos millonarios, compatriotas y extranjeros, invirtieron parte de sus fortunas para eliminarla de su piel.
Recientemente, un estudio que se realiza en 140 países, arrojó unos resultados que indican que no es una condición extraña en mi país, pues se encuentra en el 49% del ADN de la población; si haces una encuesta, la mayoría refutaría dichos resultados pues nadie quiere identificarse con la misma.
Si a estas alturas no tienes idea de qué se trata, te develo el misterio: Si osara decir que soy negra, de inmediato recibiría respuestas como éstas, ‘¡ay, no!’ eres “indiecita”, “india”, “trigueñita”, “lavadita” pero nunca negra; nos inventaremos toda suerte de tonalidades con tal de que “tal cosa no me acontezca” cuales palabras de Pedro a Cristo. En nuestro país, los documentos de identidad personal, al referirse al color de la piel, la respuesta más acostumbrada es “india” a pesar de que ¡nuestros indígenas se extinguieron hace más de 100 años! Con frecuencia al llegar a visitar a alguien, su “mejor halago” es decirme “qué clara te ves”, o, “estás más blanca”. Sé que es risible, pero es la realidad.
‘¿Risible?’ dirás; bueno, solo por Su gracia. Si soy honesta no siempre fue así. Creí todas las mentiras sobre la “maldición”, las cuales nublaban mi visión no solo de mí misma sino también de Dios. Aunque no nací en la época de la esclavitud, sí era una esclava del rechazo de los demás (idolatría), el dolor de las frases despectivas, el ser excluida, (resentimiento y amargura), etc.
Hasta que llegó Aquel que es la Verdad, y ha llenado mi mente y corazón de Su Palabra, con verdades que espero puedan servirte si al igual que yo has luchado con el rechazo, aunque sea en un plano diferente:
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En Su Soberanía, desde antes de la fundación del mundo, Él decidió el tono preciso de mi piel cuando me formó en el vientre de mi madre (Salmo 139:13), no fue que se le escapó ni pasó de tono,
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Debo arrepentirme por no aceptar Su voluntad, dejar de resentirme y de avergonzarme, y en su lugar alabarlo por la tonalidad exacta que Él eligió para mí pues Él la considera una obra maravillosa (Salmo 139:14),
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El problema de quienes me rechacen por mi color no es conmigo, sino con Él, porque “yo no me hice a mí misma, sino que Él me hizo” (Salmo 100:3),
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Que cada rechazo es una oportunidad de parecerme más a Cristo quien no fue estimado por los hombres, sino despreciado y desechado (Is. 53.3), no soy mejor que Él; y también, una oportunidad de practicar el perdón a la manera de Dios (Lc. 6:27-36),
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Como Su discípula no puedo pretender librarme de lo que mi Maestro no fue librado (Mt. 10:24),
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Que, al creer esas mentiras, adopté también prejuicios contra quienes tienen un tono más que el mío, olvidando que todos hemos sido creados a Su imagen (Gn.1:27),
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Pero, sobre todo, que cuando Jesús murió en la cruz, no buscaba librarme de la “maldición” del color de mi piel pues es obra de Su Padre, sino de la maldición de la profunda oscuridad y tinieblas que había en mi corazón por el pecado, pues a eso Él vino, a destruir las obras del diablo (1ª Jn. 3:8), Él no murió en la cruz para cambiar mi color de piel, sino el de mi corazón.
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