Rivalidad fraternal

Desde el primer libro del Antiguo Testamento, hasta el Nuevo Testamento de la Biblia encontramos varias historias que tratan la rivalidad fraternal.  En Génesis vemos la historia de Caín y Abel, de Jacob y Esaú, y José y sus hermanos.  En el Nuevo Testamento encontramos la historia del hijo pródigo en el libro de Lucas.

Sin temor a exagerar, la rivalidad entre hermanos es una realidad presente en medio de toda relación fraternal.  Lo que varía entre una relación y otra es la intensidad de la rivalidad.

Existen varias razones para tal rivalidad, considerando dos como las principales. La primera es la condición egocéntrica del corazón pecador con que nacemos todos, y la cual se manifiesta desde el primer aliento de vida.

Y otra razón principal que puede fomentar la rivalidad fraternal es la dinámica en la relación familiar.  La relación entre los padres como pareja y la relación padres-hijos, y en la mediación de los padres entre los hermanos.

Mientras en algunos núcleos familiares este grado de rivalidad llega a niveles que hasta ponen en peligro la vida de sus integrantes, como fue el caso de Caín, Abel y José.  En otros núcleos familiares, la rivalidad  prácticamente no existe.

Cuando los padres no saben ni ellos mismos como lidiar con sus propias frustraciones, envidias, celos y demás, les será imposible evitar la rivalidad entre sus hijos.  El mal ejemplo de los padres sobre los hijos pesa mucho, y aun cuando les enseñemos las verdades contenidas en la Biblia, si en la práctica no se modela la paciencia, misericordia, gracia, amor sacrificial y demás, los hijos terminarán siguiendo el mal ejemplo de los padres.

Entonces la pregunta es: ¿qué podemos hacer para no alimentar la rivalidad, que, por naturaleza, surge entre los hermanos, nuestros hijos?

Además de modelarles con nuestro buen testimonio, debemos conocer los temperamentos de los hijos, sus fortalezas de carácter y sus debilidades. Cada uno de ellos debe sentirse incondicionalmente amado por nosotros, saber que para nosotros sus padres, él/ella es un (a) hijo (a) especial y único (a), creado (a) a Su imagen (continuas expresiones de cariño, palabras de afirmación, tiempo a solas con cada hijo, interés en sus cosas, oración, etc)

Y aunque en todo hogar deben existir principios no negociables y límites que se apliquen a todos, cada hijo debe ser tratado siendo sensible a su personalidad. Debemos fomentar el respeto a las demás personas, empezando por nosotros como padres hacia nuestros hijos.

Estamos llamadas a entrenar diligentemente a nuestros hijos en Su palabra (Deuteronomio 6:7, Proverbios 22.6). Los 2 primeros mandamientos son amar a Dios sobre todas las cosas y amar a tu prójimo como a ti mismo.  Estos dos principios serán las pautas a modelar ante ellos y el punto de partida que motive a nuestros hijos a tener una buena relación fraternal.

Seremos más eficientes alentando la relación entre nuestros hijos, si más que mediadores, les entrenamos para que ellos puedan resolver sus diferencias solos, con la menor injerencia de nosotras como jueces.  A menor reactividad ante sus chismes y peleas, más cooperamos en la buena relación fraternal.

El objetivo no es resolver el conflicto del momento, sino equiparlos para que sean capaces de tener buenas relaciones con todo el mundo, empezando por sus hermanos. ¡Oremos a Dios por esto!

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Sobre el autor

Aileen Pagan de Salcedo

Por la sobre abundante gracia de nuestro Dios, es Su hija desde los 15 años; esposa desde hace 13, y madre de una pequeña niña de 8 y unos entretenidos mellizos (varón y hembra) de 5 años.  Es miembro, fundadora … leer más …


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