Ricas en buenas obras

En una cultura que exalta la comodidad e individualismo, aún hay mujeres ricas en buenas obras, quisiera que pudiéramos clonarlas, pero quizá lo que tenemos que hacer es aprender de ellas, replicar el amor que dan para que otras generaciones también aprendan a amar.

Mi abuela paterna, Eunice, sirvió gran parte de su vida a los desamparados y desnutridos, siempre cocinaba en enormes cantidades y con un sazón increíble. Lo hizo por años en un comedor para niños indígenas que fundaron en la sierra tarahumara, donde eran misioneros, en un área donde sigue habiendo mucha pobreza en mi Estado. Cada día ella preparaba comida para cientos de niños y niñas que caminaban grandes distancias para tener al menos esa comida en sus vientres. Imagina lo cansado que era y la fe que requería cada día.

Yo cocino diario sólo para nosotros que somos una familia de 4 miembros y cada vez que se me ocurre pensar que “es cansado o complicado”, pienso en ella y en cómo Dios suplió cada una de sus necesidades de fuerza y alimento. Ella falleció y está por fin donde ya no hay hambre, tristeza o dolor, en su funeral me compartieron personas (incluso desconocidas para mí, que viajaron de lejos), hermosas historias de cómo ella fue de bendición en sus vidas en tiempos difíciles.

Mi abuela materna, Elvira, tiene un corazón dadivoso y siempre tuvo un hogar de puertas abiertas. Al ser viuda, sabía lo que era la necesidad y el trabajo duro. Tanto dolor no la amargó, sino que la hizo crecer en compasión. Siempre está dispuesta a hospedar. Recuerdo cómo personas de muy bajos recursos la visitaban simplemente para tener qué comer. Aunque no le sobran los medios, está siempre dispuesta a compartir de lo que tiene. Actualmente sigue ayudando y cocinando para otros ancianos que viven cerca de ella, cose mandiles y otras prendas de vestir para regalar y siempre comparte la Palabra de Vida y sus fervorosas oraciones con otros.

Yo podré tener menos años y quizá más fuerza que mis abuelas, pero quisiera mucho más de su actitud, siendo de la generación que valora la independencia y privacidad, necesito pensar e inspirarme en tantas historias y testimonios de ellas, de cómo han sido un rayo de luz, esperanza y fe en la vida de otros.

Mi mamá, Lucila, fue una niña pobre y huérfana que conoció de primera mano las carencias. Ella es conocida por su su arduo trabajo, buenas obras y buen sazón, sobre todo por su gran deseo de ayudar y que nadie sufra hambre. Desde que tengo memoria ha tenido el sueño de tener un comedor dónde alimentar a personas en necesidad, no lo tiene aún, pero el no tenerlo no la ha detenido, ella ha hecho lo mejor que puede con lo que tiene a la mano, caminando, desde su auto, debajo de un árbol, en medio de la tierra y el sol, visitando los refugios y las “casas” de cartón,  compartiendo alimento continuamente y cosas en los lugares más inhóspitos y sucios que te puedas imaginar, invirtiendo de todo, sobre todo tiempo.

Recuerdo que muchas veces cuando alguien tocaba a la puerta a pedir ayuda ella no sólo le daba un paquete de galletas o algo fácil como una lata de alimento, sino que se detenía y le cocinaba, le calentaba y le servía comida. Recuerdo las expresiones en las caras de muchas personas. He visto desde niña su trabajo y enseñanza con niños y adultos pobres y sucios, anhelantes de alimento físico y espiritual. Hasta la fecha ella cocina mucho para todos, recoge donaciones de ropa, alimentos y muchas cosas que le donan para llevarlos a las orillas pobres de mi ciudad y repartirlas también a pequeños poblados más lejos donde hay mucha pobreza y también hace visitas a hospitales de bajos recursos. Ha hecho cosas así desde que tengo memoria, en su cumpleaños prefería regalos en efectivo no para gastarlos en ella, sino para poder ayudar más.

Yo no tengo ni una cuarta parte de su fuerza, iniciativa, entusiasmo o su vigor. Cuando veo todo lo que hace no comprendo cómo puede con tanto trabajo.

Te cuento el ejemplo de estas 3 mujeres muy cercanas a mí, pues no me alcanzaría el espacio para nombrarte también a todas las mujeres con las que convivo que están haciendo tesoros en el cielo: mujeres que enseñan, que sirven, que han adoptado huérfanos, que cocinan para otros y visitan hospitales, que dan clases de música y estudios bíblicos en la cárcel, que dan clases gratis a huérfanos, que aman a los ancianos y a los extranjeros, que están de misiones, que ayudan a las viudas, a madres solteras a mujeres y niños maltratados. Cada quien, desde su esfera de influencia, haciendo lo que Dios les ha puesto por delante.

El legado de estas mujeres es como un altavoz divino que me recuerda lo que es importante. Pudiéramos decir: “es que yo me abrumo con todo eso pues no tengo el don de la misericordia, ni el de la compasión, ni el de dar”, pero en realidad eso sería como decir: no tengo amor para dar. Si tenemos la fuente inagotable del amor, todos podemos hacer algo por la viuda, el huérfano, el necesitado. Podemos hacer algo desde nuestra esfera de influencia. Algunas irán, otras cooperarán con las que van, otras aportarán sus recursos o su voluntariado con los que lo hacen de tiempo completo, pero todas podemos hacer algo. Siempre puedes orar, dar, tener compasión e involucrarte de alguna manera con las personas en necesidad.

¿Acaso no nos gustaría escuchar estas palabras cuando el Rey venga?: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mt. 25:40

Estamos tan conscientes y enfocadas en nuestras propias necesidades, problemas, carencias, antojos, gustos y expectativas que esto nos impide darnos cuenta de la condición de los demás. A mí me falta mucho para ser rica en buenas obras, definitivamente quiero hacer tesoros en el cielo ¿y tú?

Cuéntame por favor de esas mujeres que te rodean que son ricas en buenas obras, me gustaría que todas nos animáramos al escuchar sus testimonios, que aprendiéramos de ellas y también pudiéramos detenernos a orar por sus vidas. Puedes considerar el compartirle este artículo a una de ellas y agradecerle cómo te ha inspirado a amar y servir a los demás.

DÍA 29. El Viaje de los 30 días a través del Manifiesto de una Mujer Verdadera te anima a dejar el egoísmo a un lado y a considerar a los demás como más importantes.

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Sobre el autor

Lucy Reyna Orozco Meraz

 

Reyna es esposa de Raúl Orozco, radica en Chihuahua, Chih., México. Juntos pastorean y educan a
 
su hijo (JR) e hija (RG) en casa, siendo su deseo formarlos e instruirlos para la gloria de Dios.
 
Ambos son Ing. Industriales y … leer más …

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