Recibe aliento mientras alientas a otras

Invitada: Patricia Pérez

¿Has tenido días con desánimo o tristeza, días que sientes no tener fuerzas para hacer nada, que solo quisieras ser un avestruz, meter tu cabeza en un hoyo e imaginar que nada pasa? Todas pasamos por etapas difíciles en nuestra vida, días en los que sientes que tus fuerzas han menguado a tal grado que crees no poder más. No debemos olvidar que siempre hay aliento y ayuda al tener esperanza en Cristo y Su Palabra.

En una ocasión, pasaba por un tiempo difícil y triste como familia, era día del Señor, pero no tenía ganas de saludar, platicar o ver a nadie, solo quería quedarme bajo las cobijas y llorar hasta que saliera mi dolor o se acabaran mis lágrimas. Sabía que mi deber ante el Señor era congregarme, pero no estaba pensando que no se trataba de mí, sino de Él. Estaba olvidando el aliento que hay al escuchar la Palabra predicada, las alabanzas y el compartir con los hermanos en la fe. Ir a adorar al Señor, como lo dice el Salmo 95.1-7.

Había también un motivo especial ese día, que me decía: «tienes que ir»; una hermana, a la cual amo y que Dios ha usado como una madre espiritual para mí, venía de Carolina del Norte para hacerse estudios médicos, pues por tercera vez, padecía cáncer. Oré al Señor, pues, era lo único que realmente tenía a mi alcance que me pudiera fortalecer, y dije: «Señor, Tú conoces mi corazón y conoces mi necesidad. Ayúdame y que mi dolor se desvanezca cuando vaya a saludar a mi querida hermana. Cubre mi dolor, que ella no lo note ni añada más peso a su carga, sino que yo pueda, por Ti, ser aliento para ella». 

Vinieron a mi mente dos versículos para fortalecerme y uno para reprenderme. Primero, Mateo 28:20 b: «Yo estoy contigo todos los días», luego Isaías 41:10: «Así que no temas, Yo estoy contigo; no te desalientes porque Yo Soy Tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré. Sí, te sostendré con la diestra de mi Justicia».

Pensé: «Sí, Señor, pero, ¿qué voy a decir? Soy tan torpe para hablar». Y aquí la reprensión: Éxodo 4.10-12: «¿Quién ha hecho la boca del hombre? ¿No Soy Yo el Señor? Ahora, pues, ve, yo estaré con tu boca y te enseñaré lo que has de hablar».

Pasó el tiempo del servicio y al terminar fui a saludar a mi querida hermana. Nos abrazamos con mucho cariño, y mientras platicábamos, oré brevemente dentro de mí: «Dame Palabra Tuya, Señor». Tenía que irme, pues había otros esperando para verla y saludarla, así que le pregunté: «¿Leemos y oramos la Palabra?», «Sí», dijo ella, «eso necesito». 

El Señor puso en mi corazón 2 Corintios 1:3-7: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios». 

Ambas agradecimos a Dios por el aliento recibido con Su Palabra. Ella expresó que se había sentido animada por el Señor con ese texto, que lo meditaría más, y que orar juntas era algo que apreciaba mucho. Yo también le dije: «Este texto ha sido un regalo especial y muy particular del Señor para mí». Sin duda alguna, orar fue de grande bendición, y compartir de la Palabra juntas trajo alegría a mi alma y corazón. 

Mirando hacia atrás, cada vez que he tenido necesidad, el Señor ha usado Su Palabra para fortalecerme y anclar mi alma a la Roca Eterna. Pero la mayoría de las veces ha sido cuando rindo mis deseos y mi voluntad a la Suya, dejando mi pesar a un lado para que Él pueda usarme, y de esta manera ser bendecida por mi Señor, que en Su fidelidad y cuidado, envía desde lo alto Su Espíritu para que eleve mi mirada a Su verdad, la cual me recuerda que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada (Ro. 8:18).

Así que, cuando te sientas desalentada o necesitada de fortaleza, ve al Señor en oración y acude a Su Palabra, el Señor enviará Su Espíritu para volver tus ojos y tu esperanza a Cristo. Dios derrama cada día gracia abundante para toda necesidad. Acudamos cada día al lugar de nuestro seguro reposo, a los pies de Cristo. Voltea a tu alrededor, hay muchos necesitando aliento en medio de tu aflicción, llévales Verdad, llévalos a Cristo, y si aún no lo conocen, predícales el evangelio de amor que te fue anunciado, y por el cual fuiste avivada por Cristo para salvación y redención. 

Entre tanto que ministras a otras, descubrirás que la mayor alentada has sido tú. Mientras nuestra alma espera, sigamos confiando en Cristo y en Su Palabra, sin olvidar que nuestro socorro y nuestra ayuda es Él (Sal. 124:8).

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