Por Phylicia Masonheimer
Me acomodé en mi asiento en el evento de ministerio de mujeres. La conferencista lo dijo de nuevo.
“Ustedes son hermosas, escogidas, mujeres especiales de Dios. En el mundo no hay nadie como tú.”
Ya había escuchado este mensaje docenas de veces –en el radio, en libros, en conferencias –incluso grabado en tazas y playeras. Es el mismo mensaje dirigido a mujeres cristianas en cada esquina de la cultura occidental. Y es un mensaje que –aunque bien intencionado- permanece insuficiente no importa cuántas veces se predique.
Mira, de hecho, yo no soy tan especial –ni tampoco tú. Una mirada honesta a nuestra humanidad revela esta verdad. Cualquier mujer que tenido cierto grado de autorreflexión conoce que sus luchas, inseguridades y pecados no son únicos en ella. Son parte de ser humanas en un mundo caído. Es más, cualquier mujer que conoce la profundidad de su propia ineptitud encontrará estos clichés cristianizados de belleza y “elección” completamente insuficientes para la victoria diaria.
No estoy diciendo que ese estímulo es falso. Somos hechura Suya (Ef. 2:10). Somos escogidas (1ª P. 2:9). Somos únicas (Mt. 10:29-31). La cuestión no es si estas cosas son verdaderas o no, sino si este es el mensaje más importante que las mujeres necesitan escuchar.
En lo personal, no me parece que lo sea. (y sé que no soy la única).
Si tuviera que juzgar la cristiandad por sus conferencias para mujeres, me quedaría creyendo que la Biblia no es más que una serie de elogios de Dios hacia el hombre. En lugar de eso, la verdadera historia está muy lejos de ser halagadora y es más bien humillante. Jesús no vino a la tierra porque seamos hermosas, especiales, o grandiosas. Él vino porque somos demasiado pecadoras y sucias para cerrar la brecha entre nosotras y Dios.
Ese no es el mensaje que queremos escuchar desde el pódium de una conferencia para mujeres, ¿verdad? Pero es el que necesitamos, porque las mujeres que piensan que son bastante maravillosas no necesitan un Salvador.
Las mujeres nos preguntamos si somos suficientes. Mirando los títulos de los libros que leemos deduzco que estamos enlazadas con la inseguridad, el temor y crisis de identidad. Estamos en este constante estado de “lucha” con muy poca victoria, nunca viviendo verdaderamente como “vencedoras en Cristo” (Ro. 8:37). Estos son asuntos verdaderamente espirituales, pero ¿sabes qué? Aún espero encontrar una mujer liberada de la inseguridad solo porque se le dijo –repetidamente- que es hermosa. No funciona, y no es la respuesta.
La verdad es que, fuera del poder transformador de Cristo, no soy hermosa, ni especial, ni única en absoluto. Soy nacida en pecado, y proclive a la rebelión. Mis inseguridades y temores están en la sangre de Adán que corre por mis venas. Estos no pueden desenraizarse con “estímulos” huecos. Lo que necesito –lo que cada mujer necesita- es una solución profunda que cale hasta el alma, para el problema del pecado. La inseguridad no es el problema. El temor, la baja autoestima, problemas maritales –son solo síntomas del verdadero mal. El mal es el pecado y todas lo tenemos.
Lo que necesitamos es libertad, no cumplidos.
Insisto, no es un mal mensaje. Pero teológicamente, es insuficiente, y si la meta del ministerio de mujeres es animar y equipar mujeres cristianas, el mensaje tiene que cambiar. El evangelio son buenas noticias solo para aquellas que reconocen su necesidad de Jesús. Cuando creas una cultura que solo usa a Jesús para un poco más que sentirse bien espiritualmente, no hay dudas por qué está produciendo mujeres que no pueden obtener la victoria sobre la ansiedad, el enojo, la inseguridad, o el temor. Ellas se alejan de nuestras iglesias sabiéndolo todo acerca de ellas mismas, y conociendo poco acerca de Cristo.
La solución es sencilla. Dejen de predicar el mensaje fácil, y comiencen a predicar el correcto. Dejen de exaltarnos como mujeres y comiencen a exaltar a Cristo. Y he aquí lo más sorprendente acerca de un ministerio de mujeres centrado en el Evangelio: cuando todo lo que las mujeres hacen es alabar a Jesús, las inseguridades, los temores y ansiedades palidecen en comparación con Su gloria eterna.
- Cuando nuestros ojos se vuelven hacia Su belleza en lugar de exaltar la nuestra, las inseguridades mueren.
- Cuando nuestros oídos escuchan Su voz en lugar de escuchar más acerca de nosotras, el temor deja de tener un lugar en nuestra vida.
- Cuando nuestra mente medita acerca de Quién es Él, en lugar de quienes somos nosotras, encontramos una identidad envuelta en propósitos eternos.
Esa es la locura del Evangelio: nuestra fealdad previa a Jesús magnifica la belleza del amor de Dios. Solo cuando comprendemos quiénes somos separadas de Cristo, podemos vivir en una diaria consciencia de nuestra belleza en Él. Necesitamos que se nos recuerde quién es Él, para comprender mejor quiénes somos nosotras.
Así es que, por favor, dejen de decirnos que somos especiales.
Háblennos de Jesús.
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