Quebrantada y Derramada

Sentada frente a una mesa bellamente decorada, una mujer lanza una granada verbal. Al otro lado de la mesa, su hermana reacciona con furia defensiva. Las chispas vuelan en el aire. Se empujan las sillas. Cada una se marcha echando humo por las orejas. La celebración llega a su fin.

De manera innata sabemos que las celebraciones no deberían ser interrumpidas por pleitos. ¡Especialmente si la celebración es la última comida que alguna vez tendrás con la persona más importante de tu vida! Sí, eso es lo que exactamente ocurrió durante la Última Cena que Jesús compartió con Sus discípulos. Comenzó una pelea.

Esta cena era profundamente simbólica no solamente porque ellos estaban celebrando la Pascua, sino porque Jesús estaba instituyendo una nueva cena de remembranza.

Históricamente, la Pascua conmemoraba la noche durante la cual el ángel pasó sobre los hogares que tenían la sangre de cordero, y luego liberó al pueblo del Señor de la esclavitud de Egipto. Pero desde este momento, los creyentes se reunirían para recordar esta noche en lugar de eso – la noche que Jesús, el Cordero sacrificial de Dios, murió para liberarnos de la esclavitud del pecado.

Los discípulos no captaron el significado en su totalidad hasta después, pero Jesús sabía exactamente lo que estaba diciendo mientras escogía dos objetos que le representaría a sí mismo.

En Memoria

Primero, tomó el pan y lo partió en pedazos. Este representaba Su cuerpo, el cual era partido por ellos (Lucas 22:19). Luego tomó la copa, la cual representaba Su sangre que pronto sería derramada (Lucas 22:20)

No dejes que lo familiar te robe el impacto de esas imágenes. Jesús nos pidió que lo recordáramos como un pedazo partido de pan y una copa vacía. Él fue nuestro Cordero sacrificial, partido por Su pueblo. Él fue nuestro Rey quien derramó Su vida para salvarnos.

Ciertamente los discípulos comieron el pan y tomaron la copa en un silencio sepulcral. Pero momentos después, una pelea comenzó.

¡Esto parece completamente absurdo! Sin embargo, muy posible.

Los discípulos estaban obsesionados acerca del reino. Ellos anhelaban que el pueblo de Dios experimentara otra liberación del tipo del “Mar Rojo.” Ellos querían que sus opresores fueran ahogados por el poder sobrenatural de Dios. ¡Ellos habían visto ese poder en Jesús! ¡Tenían tal esperanza!

Ellos habían escuchado a Jesús hablar acerca del sufrimiento y el costo, pero me imagino que ellos veían en sus mentes valientes luchas de espadas que conducían a coronas, tronos y honor. No veían sangre supurando de una cruz o una corona de espinas mientras la gente se burlaba con desdén.

Para asegurarse, Jesús anticipó la libertad de Su pueblo y Su exaltación venidera (Heb. 12:2; Fil. 2:8-9). Y Él era el responsable de poner estas imágenes en las mentes de los discípulos acerca de sentarse en tronos en el reino venidero (Lucas 22:29-30). Pero en el reino de Jesús, ¡el ser quebrantado y derramado es el camino a la grandeza! El centrarse en sí mismo, enfocarse en sí mismo, y promoverse a sí mismo no tienen lugar allí.

Aunque Jesús había estado enseñando esto por tres años, diciendo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23), los discípulos luchaban con entender el concepto de grandeza desinteresada. Ellos todavía tenían la tendencia a promoverse y protegerse a sí mismos, y no rendir sus vidas.

Irónicamente, fue cuando Jesús mencionó al hombre más egoísta en la habitación, lo cual desató entre los discípulos la discusión enfocada en sí mismos sobre quién era el mayor.

Yo Nunca

Qué contraste tan marcado entre Jesús y Judas. En desinterés extremo, Jesús estaba preparándose para poner Su vida por Sus amigos. En egoísmo malvado, Judas se estaba preparando para obtener un poco de dinero al guiar a Jesús hacia su trampa de muerte.

Cuando Jesús dijo: “Mas he aquí, la mano del que me entrega está conmigo en la mesa” (Lucas 22:21), inmediatamente los discípulos se volvieron a ver los unos a los otros con preguntas de quién haría tal cosa.

Su indignación inmediata era totalmente apropiada, ya que el homicidio de Jesús fue la más grande atrocidad alguna vez cometida.

Pero su indignación acerca del traidor entre ellos rápidamente se convirtió en una indignación de haber sido cuestionados. Los dedos señalaron. Las voces se levantaron. Los discípulos indignados proclamaron: “¡Yo nunca lo haría!” Luego en un cambio igualmente indignante, comenzaron a discutir acerca de quién de ellos era el mayor. “¡Yo nunca!” se transformó en “Recuerda, yo soy quien…”

Se suscitó también entre ellos un altercado, sobre cuál de ellos debería ser considerado como el mayor. (Lucas 22:24)

El ponerse a la defensiva siempre busca pruebas. Cuando somos acusadas, sostenemos en alto lo que hemos hecho bien. Cuando nos sentimos amenazadas, recurrimos a la gratificación de nuestros egos. Guiadas a defendernos y protegernos a nosotras mismas, empujamos nuestras sillas y salimos echando humo por las orejas, diciendo: “¡Yo nunca!”

Sin embargo, la autojustificación, la autoprotección y la autopromoción no son las maneras del reino. Y el tiempo de Jesús con Sus nuevos oficiales del reino se estaba acercando.

Una Nueva Manera

Estos hombres, a quienes pronto se les asignaría la expansión mundial del reino, se acababan de dar cuenta que había un espía entre ellos. Sin embargo, en lugar de unirse en defensa de Jesús, ¡iniciaron una trifulca acerca de quien tenía una mejor posición sobre el otro!

Mientras veo cómo se despliega esta escena, yo quisiera que Jesús comenzara a gritar órdenes. ¡Quisiera que Él dijera: “Atención” y apuntara Su dedo a los rostros de estos tipos! Sin embargo, con paciencia sorprendente y bondad templada, Jesús utiliza estos últimos momentos no para reprender sino para enseñar.

Gentilmente lleva a Sus enfurecidos y encendidos discípulos llenos de justicia propia de regreso al camino del reino:

“Los reyes de los gentiles se enseñorean de ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores. Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre vosotros yo soy como el que sirve.” (Lucas 22:25-27)

Jesús – el siervo quebrantado y derramado por todos – era el epítome de la grandeza del reino. El no actuó con prepotencia con Judas o se defendió a sí mismo. En lugar de eso, se puso de rodillas y ¡lavó los pies de Judas! ¡Él le sirvió una cena a su traidor! Como un niño, se encomendó a sí mismo al Padre.

Siguiendo al Rey

Piense todas las maneras en que a ti se te ha dado más que a otros. ¿Cuáles son las maneras, si se te desafía, que tu discutirías acerca de las cuales merecen algún crédito? Considera.

  • ¿En comparación de quién eres tú mayor y más sabia?
  • ¿En qué situaciones tienes más poder, autoridad o riqueza?
  • ¿De qué maneras has sido capaz de conseguir mejores resultados, opacar o superar a otros?
  • ¿Acerca de qué estás convencida sobre lo que tú tienes la razón (y otros están equivocados)?
  • ¿De qué puedes tomar el crédito?

Piensa en tus respuestas como tu medida de “grandeza.” Aun cuando tratas de no enfocarte en tu grandeza, estás consciente de las maneras en qué Dios te ha bendecido. Imagina cada gota de tu grandeza ser exprimida y mezclada en una copa.

Ahora, imagina el momento en el cual alguien apunta su dedo hacia ti. ¿Cómo te sientes cuando eres examinada o cuestionada? ¿No es lo más natural el levantar el contenido de esta copa como una prueba que “tú nunca lo harías”? ¿No saltas para mostrar tu “grandeza” como evidencia de que tú mereces no ser escudriñada sino honrada?

La autojustificación, la autoprotección y la autopromoción son las respuestas más naturales en el mundo. Pero estas no tienen lugar en el reino.

Jesús – cuya copa está llena con más grandeza de la que pudiese ser contenida en los océanos – levanta su copa y dice: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lucas 22:20). Luego Él te invita a que también tú tomes tu copa de “grandeza” y la derrames. No en desperdicio sin sentido sino en sacrificio a Dios y en servicio a otros.

Así se ve la grandeza verdadera en el reino.

Volviéndose Grande

¿Luchas con ésto tanto como yo lo hago? Los discípulos estaban indignados al ser acusados de conspirar el asesinato de Jesús. Yo me indigno al ser acusada por comerme el último brownie. O por el tono irrespetuoso de mi adolescente. O por el mal servicio en un hotel.

Como una mujer Cristiana estadounidense, disfruto vastos privilegios y protección que muchas mujeres a través de las edades no han disfrutado. Y aunque estoy profundamente agradecida por mi libertad y oportunidades, en algunas formas pienso que es más difícil vivir como una cristiana “quebrantada y derramada” en “la tierra de los libres.”

El mundo me grita a defenderme a mí misma, a defender mis derechos y luchar por el éxito. La idea de derramar aquello por lo cual otros lucharon para que yo poseyera parece casi deshonroso. Cuando yo hablo (como lo hice aquí) acerca de la sumisión, rendir derechos, quebrantamiento, sacrificio, y arrepentimiento, las personas que me rodean no aplauden. En lugar de eso, ¡las mujeres se reúnen para marchar en contra de tales ideas! Ellas demandan ser escuchadas y toman sus copas de grandeza – junto con sus afiches y megáfonos – firmemente entre sus puños.

Como una discípula de Jesús, tú, querida hermana, eres llamada a mucho más que esto. Como una mujer verdadera, estás invitada a elevarte por sobre el rugido enardecido y a buscar la grandeza verdadera. ¿Cómo te está invitando Dios a ser quebrantada y derramada en sacrificio para Él y en servicio a otros? ¿Te está llamando a:

  • ¿Dejar ir una discusión?
  • ¿Refutar un aborto?
  • ¿Someterte a tu esposo?
  • ¿Abandonar tu profesión?
  • ¿Renunciar a una atracción por tu mismo sexo?
  • ¿Dar sacrificialmente?

Como los discípulos, necesitamos la gentil enseñanza de Jesús. Necesitamos comer el pan y tomar de la copa, y recordar al Cordero de Dios que fue sacrificado. Necesitamos quebrantarnos y derramarnos. Porque esta es la manera de ser grande.

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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