Que tu decepción no retenga tu alabanza

¿Alguna vez te has sentido decepcionada y desilusionada por la respuesta de Dios a tus oraciones? Seguramente la respuesta es sí. Puede ser que nos decepcionamos de nosotras mismas, de nuestra amiga por no responder a nuestra amistad como esperamos o por una relación rota, cuando pensamos que sería para toda la vida. Con esto muchas veces nosotras ponemos nuestra mirada y nuestro corazón en un proyecto, en una relación, en un objetivo y aunque oramos porque la voluntad de Dios se cumpla seguimos anhelando lo que creemos sería la mejor versión de nuestra vida.

Esa respuesta en la que hemos puesto todas nuestras expectativas, al tener una negativa, genera decepción por no tener lo que más hemos anhelado, aun cuando clamaste a Dios. Sin embargo, Dios tiene una manera muy diferente de contestar acorde a Su voluntad tus oraciones, aunque no se parezca en nada a lo que tú tienes en mente. ¡Decepcionante!

¿Has experimentado esa decepción de no recibir la respuesta que esperas? ¿Y cómo describirías el sentir de tu corazón en ello?

A veces una oración no contestada, provoca tristeza, un vacío en nuestro corazón y quizás hasta nos llegamos a preguntar al igual que lo hicieron los fariseos al ver al joven ciego, ¿Quién pecó Señor, él o sus Padres? (Juan 9:2) Y somos tan prontas para buscar culpables o razones de porqué la respuesta no llega, que nos centramos más cada vez en nuestro anhelo y nos olvidamos de que clamar es creer que hay un Dios que tiene mi vida en sus manos y que tiene misericordia de nosotros. Dejamos que nuestro anhelo sea el centro de nuestra oración y no a Dios que responde oraciones.

Elisabet y su esposo habían orado por un hijo; sin embargo, ella era estéril. No, no había podido concebir; pese a esto, seguían sirviendo a su Dios y siendo justos. Esto no evitó que Elisabet sintiera su esterilidad como una afrenta en medio de la sociedad en la cual vivía. Quizás los demás se preguntaban si había pecado en ellos, de manera que Dios les estaba castigando reteniéndoles un hijo; pero esto no era así. En todo Dios tenía un propósito que ni Zacarías ni Elisabet, ni nadie en su pueblo podían haber imaginado.

Aunque el texto no nos habla mucho más de Elisabet podemos inferir que ella, aunque debió tener una gran decepción en su corazón, seguía siendo obediente a los mandatos del Señor. Ella seguramente no se sentó y dejó que esta desilusión la detuviera de servir a Dios y obedecerle, ni se permitió albergar amargura en su corazón.

Si revisas el pasaje de Lucas 1 cuando el ángel anuncia a María que dará a luz al Hijo de Dios y llegas al versículo 36, podrás leer que el ángel le dice a María «tu parienta Elisabet en su vejez, también ha concebido un hijo; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril. Porque ninguna cosa será imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia». 

María escuchó esto, imagina todo lo que pasaría en la cabeza y el corazón de María: miedo, asombro, dudas, alegría; no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que ella no olvidó que el ángel mencionó a Elisabet, pues después de este gran anuncio, en esos días se levantó y fue corriendo a verla y se quedó con ella durante tres meses. Imagino que Elisabet era una mujer en quien María confiaba, sabía que la recibiría bien, que la alentaría, que entendería y le creería lo que le había sucedido. No creo que ninguna adolescente en esa situación corriera a una mujer amargada y quejosa, que se la pasara llorando por los rincones. Seguramente Elisabet había sido de aliento antes en la vida de María, quizá aún María oró alguna vez con Elisabet por el anhelo de su corazón, probablemente ellas a pesar de sus diferentes edades tenían en común no solo un parentesco, sino sus esperanzas puestas en su Salvador. 

Imagino cuantas veces Elisabet alentó y animó a la joven María a buscar a Dios, mostrando su amor de Madre. Y como eso habría alentado su propio corazón a pesar de la desilusión en su corazón; manifestando el carácter de Cristo.

Elisabet a pesar de su desilusión seguía mostrando a otras el carácter de Cristo, no solo con María, sino con otras mujeres en su comunidad, aquellas que se alegraban cuando nació su hijo. 

Si sigues leyendo en Lucas 1:41, verás cómo Elisabet al recibir a María no se centró en ella misma, ni siquiera celebra que su oración ha sido respondida, sino que bendice a la joven por la obra de Dios en ella; «y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?»

Ahí María se desbordó en alabanza a su Señor. Ambas mujeres enfocaron sus ojos en Él, el creador y sustentador de todo, aquel que conocía bien y había planeado aun desde antes de la fundación del mundo, aquellos embarazos y todas las circunstancias que los rodearon.

Una de estas mujeres estaba embarazada a edad adulta, y otra viendo sus planes de boda irrumpidos por esta maravillosa pero sorpresiva e inesperada bendición de Dios. Seguro en momentos les asombraba ver lo distinto que era esto a sus propios planes; sin embargo, estas mujeres reconocieron que se estaba haciendo la voluntad de Dios, no como imaginaron, pero era la voluntad de Dios y era suficiente para desbordarse en alabanza.

¿Y no debería esa reflexión de tu vida y la mía ser suficiente también para que tú y yo alabáramos a Dios? Nuestro propósito al ser creadas ha sido la gloria de Dios, glorificarle a Él con nuestra vida, no hemos sido creados para satisfacernos a nosotros mismos, sino a Él.

Nuestra vida tiene ese mismo propósito, llevarnos a reconocer a Dios como Él creador del cielo y la tierra, como Él que todo lo sustenta, todo lo conoce. Él es nuestro Padre y la fuente del amor más puro que tú y yo podamos nunca experimentar,su soberanía y su fidelidad son sobre todas las cosas, aun sobre nuestros desencantos.

Así que, a través de las circunstancias difíciles y expectativas no cumplidas, aun podemos glorificar el nombre de Dios, y caminar en sus caminos y servirle. Incluso si es con lágrimas en los ojos y el corazón un poco arrugado, por la desilusión de no ver tu voluntad cumplida, arrodíllate, ve ante Él confiésale la amargura que trae a tu corazón el no contar con la respuesta a tus oraciones. Háblale de la tristeza que te causa ver canas pintar en tu pelo y no tener una pareja, o ver pasar los años y saber que el sueño de tener un hijo se va apagando. Sincera con Él tu corazón, solo en él encontrarás consuelo y descansa en que su soberanía rige también tu vida. Habiendo recibido el consuelo del Señor, ¡levántate!, hay mucho que celebrar, aunque no lo creas.

En consecuencia, a través de esa desilusión de expectativas no cumplidas, podrás ver cuán fiel es Dios. Tu seguramente no has dejado de clamar a Él, ¡y es porque en su fidelidad Él ha mantenido tu corazón firme en saber que no hay otro de quien pueda venir tu socorro y tu consuelo! ¡Solo Él tiene el poder! ¡Has seguido esperando y expresando en tu oración, que hay un Dios, un Dios cercano que te escucha, que está atento a tu clamor y conoce justamente lo que necesitas y eso es justo lo que te ha dado por ahora! (aunque aún no lo puedas creer así). 

Cuando estés tentada a sentarte y tener lástima de ti misma por la negativa de Dios a darte lo que crees que mereces, recuerda a Elisabet. Ella, ya entrada en años recibió la respuesta del Señor, quizá le pareció que la respuesta estaba fuera de tiempo, pero el tiempo fue perfecto en los planes de Dios, ella tuvo tiempo para servirle a Él e invertir tiempo en María y bendecirla. En el tiempo planeado por Dios, Juan nació justo para abrir camino al Mesías que Israel había estado esperando por ya varios años.

Tú y yo no podemos ver como la voluntad de Dios se entreteje en las circunstancias que vivimos el día de hoy, ni el porqué de la respuesta tan inesperada de Dios a tu clamor; sin embargo, si podemos tener la certeza de que el Dios en quien confiamos y al cual servimos es siempre fiel. 

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Sobre el autor

Myrna Ortiz

Myrna Ortiz

Myrna es de la Ciudad de México, donde también reside y ha sido testigo de lo que el Señor hace en esa gran y concurrida ciudad. A través del servicio a las mujeres en su iglesia local, Myrna aprendió a … leer más …


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