¿Alguna vez te ha sucedido que en medio de una conversación te viene un texto a la mente y se queda allí por un buen tiempo? Es algo que me ocurre con frecuencia y alabo al Señor por esa manifestación de Su Espíritu y de Su gracia, pues cuando sucede, experimento la realidad de que Su Palabra es una “antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro 1:19).
Recientemente el texto que daba vueltas en mi cabeza era el de Filipenses 4:5, el cual transcribo en su contexto:
“Así que, hermanos míos, amados y añorados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados. 2 Ruego a Evodia y a Síntique, que vivan en armonía en el Señor. 3 En verdad, fiel compañero, también te ruego que ayudes a estas mujeres que han compartido mis luchas en la causa del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida. 4 Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! 5 Vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca”. (Filipenses 4:1-5)
En este capítulo, el apóstol Pablo anima a los filipenses a mantenerse firmes en el Señor y para ello menciona diversas cualidades que deben caracterizar a los creyentes: unidad (vs.2-3), gozo en el Señor (v.4) y una actitud de bondad (v.5).
Esta palabra “bondad” es traducida en otras versiones de la Biblia como: gentileza, consideración, amabilidad, razonabilidad y paciencia. Así que Pablo expresa que los creyentes deben caracterizarse por ser personas gentiles, consideradas, amables y pacientes. Y al decirlo, nos recuerda que el Señor regresará pronto.
Por diversas situaciones vividas y escuchadas entre hermanos en Cristo, llamó mi atención la ausencia de la bondad en nuestras relaciones. Me pregunté: ¿Puede decirse de mí que la bondad me caracteriza?
Si observamos la forma en que muchas veces nos tratamos, creo que pudiera decirse que “nuestra inteligencia es conocida de todos los hombres”, “nuestro conocimiento bíblico es evidente a todos”, “la firmeza de nuestras opiniones es obvia” ... pero ¿Nuestra bondad? Empezando conmigo misma, no estoy segura de que esto es una realidad.
Creo que el pecado que nos impide tener esa actitud de bondad hacia los demás, incluyendo hacia nuestros hermanos en Cristo, es nuestro orgullo: “El orgullo sólo genera contiendas...” (Proverbios 13:10, NVI). Lo opuesto al orgullo es la actitud de nuestro Salvador Cristo Jesús: “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo...Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:3, 5). Nuestro ejemplo es un Salvador que se caracterizó por la humildad, la cual nos lleva a la bondad.
Te comparto algunas situaciones en las que a menudo no actuamos con bondad:
Alguien tiene un punto de vista equivocado sobre un tema y públicamente lo aplastamos con nuestro conocimiento bíblico, en lugar de buscar el momento apropiado para instruirlo en amor.
En medio de una discusión para coordinar alguna actividad de la iglesia, insistimos en nuestra opinión provocando un impase y hasta fricciones entre los hermanos por un detalle que no es trascendental.
Alguien dice un comentario o crítica sobre un asunto, lo cual entendemos que es injusto y desconsiderado; así que le hacemos ver su falta con palabras ásperas, movidos por nuestro orgullo herido y no por el amor.
Entendemos que una hermana no está actuando de acuerdo a la feminidad bíblica, así que en lugar de ejercer el dominio propio, orar y buscar la mejor manera de mostrarle un “camino más excelente”, no dudamos en “decirle la verdad” allí mismo, haciéndolo de una manera insensible y sin amor.
Los desacuerdos y las situaciones incómodas abundarán entre hermanos en Cristo. Sin embargo, Dios no nos dijo: “que nuestra sabiduría sea conocida de todos los hombres”, sino que nuestra bondad debe ser evidente a todos. En otro texto también se nos dice que “la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía” (Santiago 3:17). Así que la verdadera sabiduría siempre irá acompañada de bondad. Como leí hace poco: “no sacrifiques la bondad en el altar de la impaciencia”.
Una práctica que me ha sido de ayuda es aprender a permanecer en silencio. No es necesario dar mi opinión, reprender, instruir y decir la verdad en cada momento. Al contrario, la verdadera instrucción usualmente se da en un contexto de calma y en el cual ambas partes tienen los corazones dispuestos a escuchar y a hablar en amor. Estamos llamadas a instruirnos y a reprendernos unas a otras, no dejemos de hacerlo; no obstante, antes de decir lo que está en nuestra mente—por más verdadero que sea—, preguntémonos:
Si lo digo ahora ¿Reflejará bondad?
¿Edificaré su alma?
¿Por qué quiero decirlo en este preciso instante?
¿Estoy siendo motivada por el amor?
Si el Espíritu Santo te ha dado convicción de pecado ¡No te desalientes! Cristo es un Salvador suficiente y Su gracia nos transforma de gloria en gloria. Ahora mismo oremos pidiendo que, como la mujer de Proverbios 31, cuando abramos nuestras bocas lo hagamos con sabiduría y que haya “enseñanza de bondad en nuestra lengua” (Proverbios 31:26). Cristo puede hacer que la bondad—Su bondad—sea evidente a todos ¡El Señor está cerca!
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