Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Marcos 10:21 -22
Como parte de mi trabajo secular está el dar soporte en todo lo que tiene que ver con filantropía, canalizar aportes a instituciones que se dedican a ayudar a otros, también muchas veces he tenido que canalizar ayuda a empleados o sus familiares; debo confesar que me encanta en gran manera esta parte de mi trabajo. Seguramente muchas de las mujeres que lean este escrito se identifican conmigo.
Pero ¿qué tan generosa puedo ser cuando se trata de mis posesiones? Cuando debo dar de lo mío a otros, ¿lo hago de buena gana, o me cuesta mucho trabajo hacerlo?
Siendo sincera, hay cosas que puedo hacerlas de manera espontánea, pero muchas otras, han sido una lucha interna donde numerosas veces no he obedecido la voz del Señor y he sido como el joven rico del pasaje de Marcos 10.
¿Cómo es posible, que, habiendo recibido misericordia de Dios, no seamos capaces de movernos a generosidad para con nuestros semejantes?
¿Cómo es posible que siendo participes de la gracia que es en Cristo Jesús, no tengamos el mismo sentir de nuestro Salvador?
Quiero que juntas analicemos por lo menos tres razones que no nos permiten ser movidas a la generosidad y por ende no ser un ente de bendición para otros:
*Tenemos un corazón egoísta que debe ser permanentemente renovado por nuestro Dios. Esto lo vemos en el joven rico, el versículo 22 dice que se afligió, se entristeció de tal manera que su semblante lo reflejó. Él quería seguir a Jesús, pero amaba sus muchas posesiones materiales; aquellas palabras que el Señor le dijo, fueron un golpe a su más valioso tesoro, que eran sus riquezas. Dice la palabra en Mateo 6:21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
*Una actitud que juzga quién debe o no recibir lo que tienes que dar. El profeta Jonás fue mandado a Nínive a predicar la Palabra de Dios, ¡fue enviado justamente por Dios! Pero Jonás entendió que ese pueblo no merecía ser salvado de la condenación que le esperaba. Jonás 1:3 Pero Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Y descendiendo a Jope, encontró un barco que iba a Tarsis, pagó el pasaje y entró en él para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor… Compartir el Evangelio de la salvación es sin lugar a dudas uno de los mayores gestos de generosidad, estamos llamadas a predicar a todos, sin distinción alguna.
*La indiferencia ante el dolor ajeno. Al leer Lucas 10:25-37 nos encontramos con la parábola del Buen Samaritano, donde encontramos al sacerdote y al levita quienes pudieron ser generosos con aquel hombre que fue golpeado y herido, pero prefirieron pasar de largo y no detenerse ayudar.
La generosidad no solamente es el dinero que puedas dar para contribuir a una buena causa, va más allá de eso, es entregarte sinceramente por ayudar a otra persona, es identificarnos con su dolor, con su padecimiento, es modelar la actitud de Cristo y ser una fuente de bendición en la vida de esa persona.
El mayor acto de generosidad lo recibimos de Cristo cuando por amor a nosotras el Rey de Reyes y Señor de Señores fue colgado en una cruenta cruz por salvarnos del castigo eterno que merecíamos. ¡El padeció esto por nosotros, para que hoy pudiéramos ser salvas!
Ser generosas es mostrar a Cristo, devolverle todo lo que nos ha dado y de esa manera compartirlo con aquellos que hoy padecen algún tipo de necesidad sea material o espiritual.
Es mi oración ser obediente al Señor en todo lo relacionado a dar a otros, que mi orgullo, mi vanidad o mi juicio no sean obstáculos para hacer la obra que Dios me ha encomendado hacer.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? “¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? “¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?” Respondiendo el Rey, les dirá: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.”. Mateo 25: 35-40
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