Por muchos años, siendo ya creyente, yo vivía en un ciclo de culpa y condenación. A menudo, antes de dormirme, evaluaba todo el día – lo que yo había dicho, hecho y aún sentido. Siempre tenía cierto nivel de culpabilidad porque quizás no había orado lo suficiente o no estaba segura si mis motivaciones para obedecer habían sido del todo puras delante de Dios. A veces, reconocía que no debía haber dicho tal o cual cosa y la mañana no podía llegar lo suficientemente rápido para ir a hablar con las personas para excusarme o para pedirles perdón. Mi paz y tranquilidad descansaban en mi capacidad para hacer restitución por mis pecados. Yo vivía como si mi estado delante de Dios dependía de mi obediencia.
La culpabilidad erosionaba mi gozo y no podía vivir a plenitud. ¿Qué me sucedía? Yo había creído el evangelio cuando era muy joven. Pero de ahí en adelante pensaba que el evangelio era una verdad básica que sólo los inconversos y nuevos creyentes necesitaban entender. Creía que mientras más tiempo llevabas siendo creyente, necesitabas «graduarte» a doctrinas más profundas e importantes que el evangelio. Ese era mi problema, necesitaba entender que el evangelio no era solo la puerta de la vida cristiana. Necesitaba vivir cada día a la luz del evangelio.
Esta era la mente de Pablo. Él escribe en 1 Corintios 15:3-4 que el evangelio tiene el primer lugar. Él le habla a la iglesia en Corintios y les dice que ellos están parados firmes sobre el evangelio. No se graduaron a otras doctrinas. El evangelio es lo que los sigue salvando si ellos siguen creyendo la palabra que se les había predicado (1 Corintios 15:2). El evangelio es la realidad dentro de la cual el creyente vive toda su vida. El evangelio nunca deja de ser el poder de Dios para salvación (Ro. 1:16).
Pero, para saber si estaba viviendo a la luz del evangelio como creyentes, tenía que empezar por el principio – definiendo qué es el evangelio.
La palabra evangelio significa buenas noticias. De manera particular, el evangelio es las buenas noticias acerca del Señor Jesucristo (Marcos 1:1).
Quiero compartirte cuatro palabras que explican esta buena noticia en la que yo necesitaba vivir: creación, caída, redención y consumación.
- Creación: Dios es un Dios Trino y Santo. Él existe desde la eternidad hasta la eternidad. En el principio ese Dios Santo creó todo lo que existe por la palabra de Su poder (Heb. 1: 3). Todo lo creó bueno (Génesis 1:9) y para Su gloria (Col. 1:16). Dios creó al hombre y a la mujer para que le conocieran y reflejaran Su imagen al mundo.
- Caída: Pero el hombre y la mujer pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23). A través de ellos la humanidad completa cayó. No hay ninguno justo, nadie que busque a Dios (Rom. 3:10-11). Debido al pecado, Dios está airado con el hombre todos los días. El manifiesta su ira contra toda injusticia y toda maldad (Rom. 1:18). El hombre sin Dios no tiene ninguna esperanza en esta vida (Ef. 2:12). Su fin es muerte, una muerte que dura para siempre.
- Redención: La situación desesperante del hombre sin Dios hace que las noticias acerca de Jesucristo sean las mejores noticias que alguien puede escuchar jamás. Por su pura gracia, Dios nos amó (Efesios 2:4). A pesar de que éramos sus enemigos, Dios nos reconcilió con Él a través de la persona de Jesús. Jesús tomó nuestra carne y se la puso (Juan 1:14). Él vivió la vida santa y perfecta que nosotros no pudimos vivir (Heb. 4: 15). Aquel que no conoció pecado, se hizo pecado (2 Cor. 5:21). Sobre la cruz, Él tomó la copa de la ira de Dios que nosotros merecíamos. No sólo sufrió el castigo que nos tocaba a nosotros, sino que probó la muerte que nosotros debíamos morir.
Lo que pasó en la cruz fue un glorioso intercambio. Cristo no sólo se hizo pecado, sino que sorprendentemente al hacerlo, Él nos hizo justicia de Dios en Él (2 Cor. 5:21). Él tomó todo lo horrendo que pertenecía a nosotros y lo hizo suyo. A cambio nos dio todo lo que pertenece a Él y lo hizo nuestro. Toda su santidad, su herencia, su Padre y aún su propia vida, ¡son nuestras! (Col. 3: 3-4)
La buena noticia no para ahí. Jesucristo también resucitó, derrotando la muerte. El ascendió a la mano derecha del Padre, quien aceptó su sacrificio. Cristo nos compró con su sangre y ahora somos completamente suyos (1 Pedro 1:18-19). Hoy, Él está sentado victorioso junto a Su Padre, orando continuamente por nosotros (Heb. 7:25).
4. Consumación: La historia del evangelio no termina con la resurrección y ascensión de Cristo. Todos aquellos que vivimos en Cristo ahora estamos esperando su regreso. Cuando Él vuelva, juzgará a todos aquellos que no se arrepintieron. Él vendrá con su gloria y esplendor. Finalmente, Él lo hará todo nuevo. Él destruirá completamente toda muerte y tristeza. ¡Viviremos por fin con Dios! ¡Esa es nuestra esperanza! (Apoc. 21 y 22).
Las buenas noticias del evangelio nos llaman a la fe y al arrepentimiento (Marcos 1:15). El Señor, no sólo nos llama a creer que todo esto es verdad, sino también nos llama a creer que es una verdad para nosotros. Él nos llama abandonar nuestro pecado en arrepentimiento y tornarnos hacia Él. Esta vida de fe y arrepentimiento es la vida cristiana. Nosotros empezamos a vivir por la fe y continuamos viviendo por la fe hasta que veamos a Cristo cara a cara. ¡Esto es lo que yo necesitaba creer y entender!
El Señor ya me había declarado no culpable (Rom 8: 1). Cristo había asegurado mi estado delante de Dios. No sólo tenía que arrepentirme sino poner mi fe continuamente en lo que Cristo había logrado en la cruz: ¡me había hecho justicia de Dios en Él! Vivir a la luz de Sus logros (y no los míos) ha traído gran gozo y paz a mi corazón. ¡Qué bendición vivir todo el tiempo en el Amado y saber que por eso, nada puede cambiar el deleite de mi Padre en mí (Efe. 1:6)!
Hermana, ¿has caído en la trampa que caí yo de pensar que el evangelio es solo para lo no creyentes? ¿Atesoras el evangelio como la verdad más importante que arropa todas las otras verdades de las Escrituras?
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