Agradezco a Dios por la tecnología, pues gracias a ésta disfruté la ministración de la conferencia Revive ’15 desde la tranquilidad de mi hogar. Fue un tiempo de gran edificación para mi alma, y me imagino que igual para las miles de personas que se expusieron a estas enseñanzas.
Me encantó lo que dijeron sobre la Palabra, de cómo acercarnos a ella en total reverencia, pues no es un libro más sino que la Palabra de Dios, por lo que debemos tener un sentido de asombro y respeto a la misma.
Sobre el hecho de saturarnos de ella, la expositora Jen Wilkin me llevó a pensar mucho cuando dijo: “El corazón no puede amar lo que la mente no conoce. Nos convertimos en lo que contemplamos” y fue muy enfática en que debemos amar y conocer lo que enseño a otras, no puedo transmitir pasión por Dios si mi corazón está apagado y se maravilla ante las verdades que comparto. Entonces debo empezar conmigo misma y llenarme de ella, estudiándola más profunda y detenidamente. No importa si es a una persona o a quinientas, debo prepararme igual, y hacerlo de tal manera que Dios pueda ser visto en Su majestad, pues de esto se trata, de Su exaltación y gloria.
Cuando estudio la Palabra no debo pensar primero cómo me afecta, sino qué dice de Dios, qué me enseña de Jesús, y en último lugar cómo esto se aplica a mí. Estar consciente de que la Palabra de Dios es suficiente y no necesita que yo tenga una habilidad especial, pues ella sola se defiende a sí misma y es a través del Espíritu Santo que soy capacitada para transmitirla a otros, por lo cual debo orar para que Dios me unja, debo pedir aceite fresco, haciendo referencia a la unción usada en el Antiguo Testamento.
Nancy Leigh Demoss agotó en dos plenarias el tema de la unción divina, de cómo nosotras debemos ministrar la Palabra en el poder del Espíritu. Aquí nos explicó que el aceite era un símbolo del Espíritu Santo y que nosotras debíamos dejar que Dios nos hablara a nosotras antes de nosotras hablar la Palabra a otros. Dice el salmista en el Salmo 39:3
“Se enardeció mi corazón dentro de mí; en mi meditación se encendió fuego, Y así proferí con mi lengua.”
Hubo un hilo conector en todas las exposiciones: Dios es Quien nos capacita, debemos llenarnos de Él, sumergirnos en Su Palabra, pasar tiempo con El, depender de Él, para que entonces podamos ayudar a otras. De la abundancia de mi corazón hablará mi boca. Él es Quien proveerá las oportunidades para compartir Su Palabra a otras, y en mi debilidad seré capacitada por El. Si he pecado debo confesar y comenzar de nuevo, no puedo esperar a ser perfecta, porque esto no sucederá. Mi vida debe reflejar lo que proclamo. Es un honor y una gran responsabilidad enseñar la Palabra a otros. Debo servirle y amarle con un corazón sincero y ferviente.
Realmente me vi muy confrontada escuchando todas estas verdades. Es mi oración que cada día me capacite a amarle más, conocerle más, de manera que otros puedan ver a Cristo a través de mi vida, que sea ungida con aceite fresco, que pueda desechar las mentiras que el mundo trata de vender y que sea cada día más selectiva con lo que en mi libertad cristiana me expongo, de manera que, entre lo mejor, pueda elegir lo más excelente, para la gloria y alabanza de Su Nombre.
¡Que Dios nos ayude!
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