¿Por qué se molestan los corazones controladores?

Un día, cuando mis hijos estaban en edad preescolar, al entrar a la sala de estar, encontramos un murciélago pegado, con sus alas extendidas, entre la puerta de vidrio deslizable y la puerta fija. Su cara de maldad estaba justo contra el vidrio y se veía como si estuviera silbando maldiciones contra nosotros.

Inmediatamente le grité a mi esposo que se deshiciera de la cosa y rápidamente llevé a mis hijos hacia el otro cuarto.

De la paz a la agitación

Al día siguiente, Ken y yo estábamos sentados afuera en el cobertizo, bebiendo limonada y mirando cómo jugaban los niños en el patio trasero.  Era un momento tranquilo y hermoso.  Pero entonces pregunté, “Oye, ¿Qué hiciste con el murciélago?”

Me dijo que solo lo había sacado de la puerta con una pala, y luego lo había lanzado hacia el patio.

“¿Y luego qué hiciste?” le pregunté –esperando oír que había golpeado esa cosa hasta que muriera y que la había enterrado 3 metros bajo tierra. Pero no. No había hecho nada más con el murciélago.

Justo entonces mi pequeño se agachó a recoger algo del patio y lo puso en su boca.

Eso fue demasiado.

Corrí chirriando hacia el patio como una loca y me lancé sobre el pequeño Cole, dando voces a los otros niños para que me siguieran hacia adentro en ese mismo instante.

Mientras tallaba con jabón sus dedos de las manos y de los pies en el fregadero de la cocina, los pensamientos que invadieron como enjambre mi mente, no eran nada amables. ‘¡¿Qué hombre envía a sus propios hijos para que salgan a un patio infestado de murciélagos?!’ Pasé de incrédula a furiosa.

Los niños estaban quejándose –especialmente el pequeño Cole, cuya boca estaba lavaba con jabón –cuando mi esposo regresó deambulando a la casa. Volé hacia él llena de rabia, ordenándole que volviera a salir y encontrara el murciélago que había lanzado hacia el patio.

“Shannon, eso es ridículo,” me dijo, con los ojos mirando hacia arriba. “Hace mucho que ese murciélago se marchó.”

‘¿Tú lo viste volar? ¿lo viste? ¿lo viste?’ Yo estaba inclinada con mis ojos casi saltando, mi dedo golpeando el aire. Estoy segura que me veía encantadora.

Sabiendo que las cosas solo podían ponerse peor, mi esposo salió al patio y comenzó a dar pasos de aquí para allá. Este es uno de esos recuerdos de “Mujer Controladora” que desearía poder olvidar.

Ansias de control

Ningún otro murciélago apareció en nuestro patio. Sin embargo, lo que sí apareció, -con creciente intensidad- era mi enojo, falta de respeto y perfeccionismo obsesivo.

Durante los años que mis hijos eran pequeños, no me consideraba como controladora –principalmente porque ¡mis intenciones eran tan buenas! Yo no estaba tratando de frustrar o exasperar a mi esposo, ni a nadie más. ¡Yo solo estaba tratando de mantener seguros a todos, y hacer que todo resultara “bien”! Pero conforme arremetía por el control, tratando de crear mi propia versión de “perfecto”, solo lograba que todos (yo incluida) se sintieran miserables.

Podía tomar cualquier tarde de limonada, y volverla un caos enloquecedor –los niños aullando, yo despotricando, y mi esposo respondiendo con exasperación. Trataba de salvaguardar la seguridad y la paz, pero en su lugar, producía justo lo opuesto.

Conforme los niños crecieron, mi problema con el control solo se puso peor. Ya no solo se trataba de mantener seguro nuestro pequeño patio trasero y tratar de controlar lo que ellos ponían en su boca, ahora quería controlar su escuela, el deporte y ambientes donde conducían, además de las cosas serias –como el alcohol y las drogas- que quería mantener fuera de sus bocas.

No estaba superando este problema de control. Se estaba poniendo peor.

Asuntos de enojo

Aunque en ese entonces no me identificaba como una “Mujer Controladora,” sí sabía que tenía problemas con el enojo. Había memorizado Santiago 1:20, que dice, “la ira del hombre no obra la justicia de Dios.” Pero me parece que realmente no lo creía.  Mi conducta indicaba que yo pensaba que mi enojo podía producir justicia –o una manera de vivir correcta.

Cuando los niños se empujaban o no obedecían, yo me enojaba. Cuando mi esposo no dedicaba tiempo a la conversación o no ayudaba con los niños, yo me enojaba. Usaba mi enojo para tratar de ganar el control. En lugar de esperar a que Dios cambiara los corazones. Quería hacerlo Yo. Pero como lo dice el versículo, el enojo no puede producir justicia. Solo extiende más enojo.

La raíz de mi enojo

Hace una década que Dios comenzó a usar mi enojo para revelar mi corazón ansioso de controlar. Comencé a reconocer que mi enojo superficial era el fruto de un deseo de control subyacente. Para deshacerme del enojo, tendría que arrancar su raíz –el control.

Aprendí a hacerme esta pregunta para exponer la raíz. Cuando sentía que el enojo se levantaba, me decía, “Bueno, Shannon ¿Qué estás tratando de controlar aquí?” O “¿De qué sientes que estás perdiendo el control?”. La mayoría de las veces, mi enojo era el resultado de querer el control.

Tomemos el ejemplo de la situación con el “murciélago de la mirada malvada”. ¿Qué me estaba causando el enojo? No estaba haciendo berrinche porque realmente el murciélago significara una amenaza. Mis hijos habían estado jugando afuera toda la mañana, y si se hubieran encontrado un murciélago en el patio, no me cabe duda que, alarmados, hubieran corrido conmigo. Hacia lo que realmente estaba reaccionando era a un esposo que no podía controlar.

Quería que fuera el tipo de papá que no pone en riesgo a sus hijos. Así que al insistir y exigirle que revisara todo el patio, lo que estaba diciendo era, “¿Cómo te atreves a fracasar en ser el papá protector que yo quiero para mis hijos?’ Eso me hace sentir insegura, me hace preocuparme que las cosas se salgan de control. Entonces para castigarte y asegurarme que esto no vuelva a suceder, voy a hacer un berrinche de falta de respeto. ¡Exijo que seas el esposo y padre que quiero que seas!”

¡Ah! Mi enojo no es suficiente. Solo causa que mi esposo (y otras personas) me opongan resistencia. Pero he aquí lo que estoy aprendiendo: Cuando resuelvo este asunto del control, mi mal carácter se suaviza. Cuando lleno mi corazón y mi mente con la verdad de que Dios es quien está en control y no yo, eso me permite dejar de lado la carga de controlar otros. Al arrancar la raíz del control, también estoy extrayendo la mala yerba del enojo.

Irónicamente, de hecho, cuando confío en que Dios está en control, en lugar de exigir que dejen que yo esté a cargo de todo, ¡tengo más influencia para bien! Cuando soy respetuosa, mi esposo escucha mejor lo que tengo que decir. Él pone más atención a una solicitud suave y bondadosa, que cuando hago demandas enojada, apretando la mandíbula. Y lo que es más importante, él es mucho más receptivo a la dirección bondadosa de Dios cuando su esposa no está gritando en su oído.

Encontrando paz y seguridad

Cada vez que la frenética Mujer Controladora que hay dentro de mí, dice, “¡Tienes que hacer algo!” me siento tentada a explotar en ira. Mi afán de control es lo que me insta a adelantármele a Dios, pisar fuerte y agitar mi dedo en el aire.

Pero cuando escucho la voz del Espíritu, que me recuerda que Él está en control, para que yo pueda dejar de tratar de tomarlo, encuentro la paz y seguridad que el control nunca me da.

¿Qué te enoja o pone frenética?  ¿Hay algo que estás tratando de controlar? ¿Estás tratando de producir en otros lo que solamente Dios puede hacer? Hoy ¿De qué manera rendirás el control a Dios?

 

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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