Podrías ser una perdonadora tacaña si …

El nombre de Ebenezer Scrooge se ha convertido en sinónimo del concepto de tacañería. El protagonista de la novela «Un cuento de Navidad» de Dickens, Ebenezer Scrooge, aunque es un hombre rico, se niega a compartir o disfrutar su riqueza. Se burla de la idea de donar a la caridad y raciona su carbón de manera que su empleado Bob Cratchit casi se congela mientras trabaja muchas horas por poco dinero. Un día, la vida del hijo menor de Cratchit estaba en condición de riesgo y Scrooge se hizo de la vista gorda. Él pasaba su tiempo contando su dinero una y otra vez, sustituyendo las relaciones humanas por frías monedas sin vida. 

Aunque Dickens dibuja una caricatura extrema de un avaro y su dinero, describe también un retrato trágicamente exacto de mi corazón (quizás del tuyo también) y de mis tendencias tacañas cuando se trata de extender el perdón.1 Aunque estoy segura de que se nos ocurrirían unas cuantas maneras más de rellenar el espacio en blanco, he recurrido a mis propios defectos para ayudarte a ver que podrías ser una perdonadora tacaño si...

…retienes el perdón para almacenar tu ira

A veces la ira se siente tan bien, ¿no es así? En el momento en el que permitimos que la otra persona obtenga finalmente su castigo, encontramos placer, al igual que en todos los pecados (Heb. 11:25). Si no disfrutáramos de las ofensas que provocamos, seguramente las evitaríamos más. En el momento en que la otra parte se siente mal y se disculpa por cualquier transgresión que haya cometido, debería estar dispuesta a perdonar; pero a veces prefiero quedarme sentada en mi ira un rato más. A menudo siento que no he macerado lo suficiente mi justa indignación, así que retengo el perdón hasta que me siento bien y lista para darlo. Ahora tengo el control de la situación, que es exactamente lo que quiero. Ya no soy la parte débil y perjudicada; soy la parte fuerte con el poder de perdonar o no perdonar.

Lo que acabo de describir se parece mucho a los pecados que debería desechar en lugar de habitar en ellos: «Pero ahora desechen también todo esto: ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca» (Col. 3:8, énfasis añadido).

Como seguidora de Cristo, comprada con sangre, debo hacer morir mi ira carnal y caminar de acuerdo con el carácter de Dios, que está dispuesto a perdonar en el momento en que Su pueblo lo invoque. 

Considera Su promesa a Israel:

«Si cierro los cielos para que no haya lluvia, o si mando la langosta a devorar la tierra, o si envío la pestilencia entre Mi pueblo,y se humilla Mi pueblo sobre el cual es invocado Mi nombre, y oran, buscan Mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces Yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra» (2 Cró. 7:13-14, énfasis añadido).

Considera Su respuesta a la malvada y pagana ciudad de Nínive:

Cuando Dios vio sus acciones, que se habían apartado de su mal camino, entonces Dios se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo. (Jon. 3:10, énfasis añadido)

Finalmente, disfruta esta dulce promesa del carácter de Dios:

«Pues Tú, Señor, eres bueno y perdonador, abundante en misericordia para con todos los que te invocan» (Sal. 86:5, énfasis añadido).

Nuestro Padre celestial, aunque está justamente enojado por cada pecado que afrenta Su carácter santo, nunca se habita en esa ira para Su propio placer. Él está listo, dispuesto y esperando perdonar en el mismo momento en que un pecador invoca Su nombre. 

¡¿Cómo puedo retener torpemente el perdón, cuando cada vez que invoco al Señor, recibo Su compasión abundante y generosa?!

… lo das de mala gana 

Una vez que he dejado que mi rabia se geste durante un tiempo suficiente, estoy preparada para perdonar. Pero eso no significa que no sea tacaña. La siguiente señal de que puedes ser una perdonadora tacaña es que pones condiciones muy específicas a tu perdón.

Todos sabemos que hay disculpas buenas y disculpas malas: formas adecuadas y piadosas de pedir perdón, y formas inadecuadas y frívolas de pedirlo. Aunque el contenido de una disculpa es importante, no debo permitir que una disculpa mal expresada, aunque sincera, condene mi perdón a regañadientes. Cuando exijo que el ofensor nombre sus transgresiones exactamente como yo las experimenté, estoy de nuevo compitiendo por el poder, no ejemplificando a Cristo. 

Consideremos el ejemplo del padre de la parábola de Jesús sobre el hijo perdido. Después de que su hijo recupera la cordura y recorre el largo y polvoriento camino de vuelta a casa, el padre corre hacia su hijo y lo abraza antes de que la súplica de perdón pueda siquiera salir de la lengua del joven:

«Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó.Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”» (Lc. 15:20-21).

Mi corazón ha pasado de ser un tacaño a un perdonador generoso cuando deja de sobrepensar en la manera de expresar una disculpa o de retener el perdón.

…perdonas con tus dedos cruzados

Quizá cuando eras niña pensabas que cruzar los dedos al hacer una promesa te eximía por completo de cumplirla.

  • «Prometo escogerte primero para el juego de kickball la próxima vez. ¡Caíste! ¡Tenía mis dedos cruzados!».
  • «¡Claro! Puedes comerte el postre que mi mamá me puso en mi almuerzo. ¡Es broma! ¡Tenía mis dedos cruzados!».

Aunque no he usado el truco de «tenía mis dedos cruzados» por muchos años, he hecho algo muy parecido con el perdón falso.

El perdón es fundamentalmente una promesa tripartita. Cuando perdono, prometo no volver a mencionar la ofensa.

  1. Al ofensor. Prometo no recordar la ofensa a la persona que recibe el perdón de esta situación la próxima vez que se equivoque o cuando yo necesite su perdón o en cualquier otro momento por cualquier otra razón. Perdonar significa que yo decido no recordar la ofensa.
  2. A alguien más. Prometo no hablar acerca de la ofensa con cualquier otra persona. No comenzaré oraciones con: «No me vas a creer lo que Fulanito hizo hoy» o «¡Espera a escuchar esto!».
  3. A mí misma. Quizás la más difícil de las tres promesas, prometer no volver a traer la ofensa a mí misma significa que voluntariamente decido no recordar la situación. Cuando regresa a mi mente, me recuerdo a mí misma que he sido perdonada y sigo adelante. No permito que el enojo se agudice otra vez. No vuelvo a vivir la situación ni vuelvo a pensar en extender el perdón.

Romper cualquiera de estas promesas es básicamente similar a decir: «Te perdono. Es una broma. ¡Tenía mis dedos cruzados!».

Alaba a Dios porque Él no perdona como nosotras. Piensa en estas promesas acerca del carácter eterno de Su perdón:

«Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones. Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen (Sal. 103:12-13).

«¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en Su ira para siempre, porque se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, eliminará nuestras iniquidades. Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados» (Miq. 7:18-19).

«No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al Señor, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande”, declara el Señor, “pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado» (Jer. 31:34).

No necesitamos ser visitados por el Fantasma de la Navidad Pasada o Jacob Marley para cambiarnos de ser perdonadoras tacañas a perdonadoras generosas. Simplemente debemos recordar el evangelio.

«Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Efesios 4:32).

1Las situaciones que tengo en mente son escenarios del día a día, comunes y corrientes en las cuales debo inmediatamente extender el perdón a mi prójimo. El pecado contra ti podría ser grande y puedes estar luchando para perdonar a tu ofensor. Si bien el perdón extendido hacia ti a través del evangelio debería motivarte a perdonar a esa persona, por favor no leas lo que sigue como mi creencia que el perdón en tal circunstancia es dado con facilidad. Sin embargo, todo lo que diré se aplica a tu situación, aunque estoy consciente que algunas situaciones vienen con más equipaje que las que tengo en mente aquí.

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …


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