Permaneced en la vid: una conexión vital

Pide. Solo tenemos que pedir, todo lo que queramos.

Fue lo que Dios dijo al Rey Salomón (1ª Reyes 3:5).           

Fueron las palabras del rey Herodes a la seductora hija de Herodías (Mateo 14:6-7).  

Es lo que Jesús nos dice (Juan 15:7).

¿Pero en realidad es eso todo lo que necesitamos para conseguir lo que queremos? ¿Un carro Maserati en nuestra cochera, un matrimonio restaurado, la sanidad de un hijo? ¿Sólo pedir? Quisiéramos que fuera verdad, pero nuestras experiencias con oraciones no satisfechas nos dicen que no siempre es tan fácil.

En la medida en que luchamos por entender por qué Dios responde algunas de nuestras peticiones, mientras que otras, no; podríamos refugiarnos en explicaciones que no son conforme a la verdad. ¿No quiere nuestro Padre Celestial que oremos por cosas materiales como un carro o casa nuevos?  Quizás no usamos las palabras correctas o no las pusimos en el orden apropiado cuando Le pedimos a Dios que nos promoviean en el trabajo. Puede ser que no merecemos una respuesta a nuestras peticiones.

Pero esas explicaciones no aclaran por qué nuestras oraciones a favor de otros quedan sin respuestas. Creyentes bien intencionados dicen que, si tuviéramos una fe más fuerte, tendríamos más éxito en recibir la respuesta a nuestras oraciones.

Otros piensan que Dios espera que superemos varios obstáculos antes de respondernos. Algunos creen que, si esperan lo suficiente y se esfuerzan, Dios les dará cualquier cosa que pidan.  

Aún más, algunos tienen una idea fatalista respecto a la oración. Después de todo, si Dios es Soberano, Él hará lo que quiera, cuando lo quiera. ¿Entonces para qué molestarse en orar?

¿Alguna de esas ideas reflejan lo que piensas sobre la oración? Si es así, debes estar desanimada por no haber obtenido todas las respuestas a tus oraciones. O quizás te encuentras drenada física, mental y espiritualmente por todos tus esfuerzos de ganar Su aprobación. Pudiera ser que tu vida de oración ni siquiera exista, simplemente te diste por vencida.

Debe haber otra respuesta. Y la hay…

¿Dónde vives?

Jesús dijo, “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho.” (Juan 15:7). A muchos nos fascina citar la segunda parte de ese versículo, donde dice “pedid lo que queráis…” Pero ¿y qué pasa con la primera parte? ¿la que se refiere a la condición?  “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros . . .”

Sí. Se refiere a una eventualidad. Si tú y yo hacemos algo, entonces Dios hará algo. Antes de clamar por la promesa, Él nos dice que primero debemos permanecer. Es decir, mantenerse, seguir, morar, vivir.

¿Dónde vives? No me refiero a tu dirección física, ciudad, estado o país. ¿Dónde vives espiritual y emocionalmente cuando las tormentas de la vida te golpean? ¿Dónde colocas tu exprimidor de limón cuando la vida te lanza limonadas? ¿Dónde está tu lugar de refugio cuando los niveles de estrés exceden los límites?

Jesús dijo, “Si permanecéis en mí. . .” Antes de hacer esta declaración condicional, Jesús comenzó declarando Quién era Él y quiénes somos en relación con Él:

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:1, 5).

Dependencia. Apego. Separadas de la vid o tronco, la rama se marchita y muere.  

Cuando la rama se mantiene conectada a la vid, de manera permanente y vital, se nutre para recibir vida.

Despegarnos es renunciar al sustento que necesitamos para vivir y florecer. En una ocasión, la autora y sobreviviente de un campo de concentración, Corrie Ten Boom lo describió de esta manera: “Conectada a Él, en Su amor, soy más que vencedora; sin Él, soy nada”.

No dependemos de nosotras mismas. Ni de otras personas. No se trata de una fuerza mística. Dios es una Persona, está vivo y es personal. Cuando estamos conectadas a Él de manera vital, recibimos vida y fuerzas; gracia y paz.  

¿Cuán cerca estás de Aquel que te ama lo suficiente como para morir por ti? La salvación es el fundamento de nuestra relación. Pero necesitamos permanecer si queremos cultivar una relación creciente con nuestro Salvador.

Minuto a minuto

Hace 700 años, el hermano Lawrence escribió un libro titulado La práctica de la presencia de Dios. En el cual explicaba la importancia de una permanencia íntima. Es imposible permanecer en Cristo sin practicar Su presencia, minuto a minuto, ya sea en tu dormitorio o en el salón de reuniones; en la cocina o en el aula de clases.  Esto era cierto en su época, y lo sigue siendo ahora.

No necesitamos encerrarnos en un monasterio por el resto de nuestras vidas para practicar la presencia de Dios. Sino que esto significa que nuestra relación con Él, se convierte en nuestra prioridad número uno.  

Para cultivar esta amistad es necesario un anhelo por tener intimidad con el Señor por encima de todo. Cuando damos más prioridad a nuestro deseo de estatus, de cosas materiales o, de otras relaciones por encima de nuestra relación con Dios, obstruimos nuestra intimidad con Él.

La amistad con Dios también requiere que invirtamos tiempo en ella, una combinación de cantidad y calidad de tiempo, cada día. Regularmente tenemos cuidado de no perder nuestra cita en el salón de belleza, con el mecánico o con los maestros de nuestros niños.  Y, sin embargo, actuamos como si pudiéramos prescindir de nuestras citas con Dios, y así, con frecuencia, las cancelamos ante el más mínimo indicio de que cualquier actividad luzca más interesante o apremiante.

Una amistad con el Señor demanda un ferviente deseo de complacerlo que se traduce en acción. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14:15). El amor por Dios es más que un sentimiento cálido y difuso. Más bien es una decisión de la voluntad expresada en nuestra conducta diaria.  

Permanecer comienza con una elección – una decisión consciente. Se basa en la verdad de que la fuente de fortaleza, gracia, consuelo, así como cualquier otra de nuestras necesidades, se encuentra en Cristo.

¿Cómo sabemos si en verdad estamos permaneciendo? Una prueba que nos puede resultar efectiva es preguntarnos, “¿Cuáles lecciones me está enseñando el Señor hoy?” Si tuviéramos que retroceder semanas o meses para traer a la memoria, señales significativas de crecimiento espiritual entonces algo anda mal. Pero si nuestro deseo de complacerlo se puede apreciar en nuestra obediencia gozosa a las lecciones que Él nos está enseñando, entonces en verdad estamos permaneciendo -minuto a minuto- hora tras hora y día tras día.

La oración efectiva comienza con permanecer en Cristo. Solo entonces Su deseo se convierte en el deseo de nuestro corazón…Y la vida de oración resultante ¡nunca será igual!

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Sobre el autor

Ava Pennington

Ava Pennington es autora y conferencista. También es maestra de una clase semanal en Bible Study Fellowship (BSF). Su libro más reciente Daily Reflections on the Names of God:  Devotional, es publicado por Revell Books y endosado por Kay Arthur, … leer más …


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