El mar es para muchos de los que lo contemplamos, fuente de fascinación, misterio, reflexión, paz… El rítmico ir y venir de las olas, ha calmado muchísimas veces mi corazón desbocado en angustia o ansiedad; también, la fiereza de sus movimientos en tormenta, me hacen respetar y temer su poder dirigido por mi Dios. Y es un misterio para mí, que no entiendo mucho de biologías marinas, la «división» que existe entre un mar embravecido en la superficie, y la paz con la que nadan millones de seres marinos, ahí en los abismos oceánicos. Al parecer, mientras más profundo estén, menos movimiento y menos susceptibles a ser dañados por la fuerza de los vientos y corrientes huracanados.
Y me quedo pensando en el paralelo que existe entre eso que te cuento, y nuestro llamado a ir cada vez más y más profundo, en nuestra relación, conocimiento, amor por nuestro Dios, nuestro Señor Jesucristo, con la ayuda del Espíritu Santo. Pero no estoy hablando de un conocimiento de información, sino de un conocimiento para relación:
«“Ustedes son Mis testigos”, declara el Señor, “y Mi siervo a quien he escogido, para que me conozcan y crean en Mí, y entiendan que Yo soy”». -Isaías 43:10
Alabado sea Dios porque, sin merecer nada, Él nos elige para revelarse a nuestras almas, y en la gracia de conocerlo a Él, Su amor, misericordia, bondad y Sus infinitos atributos, está nuestra paz y vida:
«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado». -Juan 17:3
Hermana, el Santo Espíritu que nos ha sido dado, es el fiel ayudador para darnos ese deseo por Cristo, por Dios, para ir más profundo no solo en el conocimiento y estudio de Su palabra, sino en vivir lo que nos ha sido revelado.
«Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo». -Juan 16:33
Esta promesa de Cristo se cumple diariamente en nuestras vidas: tendremos angustias, problemas, tribulaciones varias y simultáneas (esas son las tormentas de la superficie), pero Él ha vencido el mundo. Y esa es la verdad del Ancla que, ahí donde Él está, en lo profundo de lo profundo, permanece intacto y mantiene la quietud con Su sola presencia.
Han sido muchísimas veces en que solo entrar y permanecer en una intimidad profunda, en oración y adoración al Cristo Salvador, hace que el ruido y viento de afuera calle y enmudezca. No por mi «profundidad», sino porque es Su orden, Su promesa de estar conmigo todos los días hasta el fin del mundo, lo que me hace confiar, y avanzar un pasito más hacia lo hondo, para encontrarme con Él.
Y de nuevo, esa presencia inconmovible, que no cambia, que no varía, que no es ser humano para ser voluble y falible, es la que pone quietud en mi espíritu, hecho a imagen y semejanza Suya.
«“No tiemblen ni teman; ¿no se los he hecho oír y lo he anunciado desde hace tiempo? Ustedes son Mis testigos. ¿Hay otro dios fuera de Mí, ¿O hay otra Roca? No conozco ninguna”». -Isaías 44:8
¿Y tú y yo? ¿Conocemos alguna otra fortaleza que nos sustente realmente? ¿O nos encargamos de hacer nuestros propios fundamentos, nuestros propios altares donde sacrificamos la lealtad al único Dios verdadero? ¿Matrimonio, hijos, finanzas, relaciones, nosotras mismas? Y creemos que eso es nuestra fuerza:
«Del resto hace un dios, su ídolo. Se postra delante de él, lo adora, y le ruega, diciendo: “Líbrame, pues tú eres mi dios”». -Isaías 44:14b
Dios me ha perdonado, pero con mucha facilidad he hecho esto. Hacer ídolos de mis afectos terrenales, me ha llevado una y otra vez, en la fragilidad de esos «amuletos» espirituales, a comprender mi necedad, y buscar al Dios que se deja ser hallado:
«Busquen al Señor mientras puede ser hallado, llámenlo en tanto que está cerca. Abandone el impío su camino, y el hombre malvado sus pensamientos, y vuélvase al Señor, que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar». -Isaías 55:6-8
Pero es necesario dejar de flotar en las superficies banales de la vida, e ir y buscar del sabio Dios. Ahí en lo íntimo del quebranto, en la angustia de la necesidad, en el dolor de la prueba, ¡sumergirse en profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos (Rom. 11:33).
Oremos al Espíritu Santo, que sabe y conoce nuestra necesidad, que nuestro querer sea siempre el ir en pos de Cristo, que nuestro hacer sea siempre para Su gloria, y que permanezcamos firmes en el Ancla.
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