Pausa y medita antes de hablar. Selah.

Más de una vez me he arrepentido de mis palabras. Las que dije ayer, el mensaje que envié, la aspereza con la que le hablé a mi esposo, la crítica dicha a mis hijos o la manera cómo me dirijo a personas desconocidas. Las voces de este mundo nos rodean y tientan, y son, al mismo tiempo, estridentes en la necedad de sus mentiras, aunque sutiles en la manera como invaden nuestra mente, nuestra visión y nuestro hablar.

El Espíritu ha ido mostrándome en la Escritura que mis palabras y mi manera de hablar deben estar dirigidas por Él, porque como creyente, soy embajadora de Su Nombre y doy testimonio del Rey al que sirvo, no solo con mis actos, sino con mis palabras. 

«Anden sabiamente para con los de afuera aprovechando bien el tiempo. Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona». -Colosenses 4:5-6 

Sabiduría. Ahí comienza todo. Desde lo que pensamos, hasta cómo actuamos y hablamos. Por eso, lo escrito en Job me impacta y me confirma de nuevo, que la palabra de Dios está viva y es actual: «Pero la sabiduría, ¿dónde se hallará? ¿Y dónde está el lugar de la inteligencia? No conoce el hombre su valor, ni se encuentra en la tierra de los vivientes» (Job 28:12-13).

Hoy en día, el valor de la sabiduría y de la inteligencia es nulo si no se traduce en cosas tangibles: dinero, posesiones, fama. El mundo está muy lejos de la sabiduría de Dios porque está sin Dios, perdido en sus propias ideas y lenguaje, concediendo valor a lo que es inútil, luchando por hacer su propia torre de Babel y ser como Dios y, por lo tanto, despreciando la oportunidad de arrepentirse, acercarse y conocer al que único y sabio Dios.

Pero el Padre dice: «El temor del Señor es sabiduría, y apartarse del mal, inteligencia» (Job 28:28).

¿Cómo se relaciona la sabiduría y mis palabras?

Erróneamente, en mi humilde opinión (que tiene mucho de mía y poco de humilde), he pensado que la inteligencia se demuestra cuando estoy pronta y lista para responder hasta lo que no me preguntan. Me es difícil guardar silencio antes de saltar con mi opinión e ideas sin considerar la preciosa invitación que me hacen los salmos: Selah. Pausa y medita.

Y aunque esta expresión alude a una reflexión sobre lo que la Biblia dice, voy descubriendo que detenerme y pensar qué quiere Dios que diga, me es necesario si es que quiero agradar al Señor.

La mayoría de las veces no actúo ni hablo en ese orden: pausa y medita. Sino que hablo y hablo, y luego me arrepiento de lo que dije con prisa y sin pensar. Pero la Biblia me invita: «No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan» (Efesios 4:29).

¿Cuál es la necesidad del momento? ¿Estoy lista para extender gracia a través de mis palabras y no con mi opinión, sino con lo que dice la Palabra de Dios? Jesucristo, el Verbo de Dios, estuvo en esta tierra, y habitó en esta tierra; y todo lo que Él hacía mostraba al Padre, y Sus palabras siempre apuntaban a Dios, a regresar a Él.

¿Así son mis palabras?

Los evangelios nos cuentan cómo y qué dijo Cristo. Una y otra vez el Señor Jesucristo habló con orden, sin prisa, con la misericordia que necesita el pecado, con el amor que invita al arrepentimiento, con firmeza en la reprensión y con la autoridad divina para decir: «Vete y no peques más». Sus palabras eran y son santas. Yo me quedo corta. 

Pero amo a mi Señor y anhelo que al hablar, no lo haga con impaciencia y desprecio, que mis palabras nunca sean como golpes de espada contra alguien. Sino por el contrario, oro al Espíritu Santo que me guíe para pausar y meditar antes de hablar, ejercer el privilegio del silencio cuando es necesario callar de amor, pasar por alto la ofensa o simplemente, no argumentar con el necio.

Oro que mi «sí» sea un «sí» que le honre, y que mi «no» sea una negativa al pecado que le ofende. Que mis palabras sean ánimo al caído y ayuden a llevar la carga a quien no puede. Pero, ante todo, que mis palabras apunten al que es la Palabra, Jesucristo, de quien habla toda la Escritura de principio a fin y quien hace arder nuestro corazón cuando le escuchamos al leer la Biblia. 

No es sencillo dominar la lengua, nos confirma Santiago; pero fiel es Dios que nos va transformando a la imagen de Su Hijo a través de Su Santa Palabra.

¿Tus palabras necesitan ser purificadas? Selah. Pausa y medita antes de hablar. Que la pura y buena Palabra de Dios, lave nuestro corazón y nos conceda hablar con la gracia que muestra a Cristo, Su gobierno en nuestra vida, y la eternidad que nos espera.

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Sobre el autor

Claudia Sosa

Claudia Sosa es mexicana, de la ciudad de Mérida, para ser más especifica. Nacida de nuevo, por gracia de Dios, en Enero de 2009. Casada con Rubén, su novio de toda la vida, desde hace casi 28 años. ¡Matrimonio rescatado … leer más …


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