Había una vez tres mujeres, a quienes el Creador decidió bendecir con la maternidad. A la primera le confió cinco hijos; a la segunda, dos hijos, y a la tercera, uno. Las mujeres entendieron que estos hijos no les pertenecían ni a ellas ni a sus esposos, sino que, como padres, se les habían confiado solamente por un tiempo. Las madres también sabían que un día el Creador les llamaría para pedir cuentas por su inversión en la crianza de estos hijos.
La madre de cinco
La primera mamá se dedicó por completo a la crianza de sus cinco hijos. Mientras ellos aún eran pequeños ella aprovechaba fielmente los setenta y dos momentos (aproximadamente) de enseñanza que encontraba cada día, animando a sus hijos a amar a Dios y caminar en Sus caminos.
Juntos, la mujer y su esposo enseñaron a sus hijos a invertir en el Reino de Dios. Como familia sirvieron en viajes misioneros, mostraron hospitalidad a vecinos y amigos y ayudaron con programas de alcance a través de su iglesia. Los hijos ganaron la perspectiva de que lo mejor en la vida es servir a Dios y andar en Sus caminos.
Con el tiempo, cada uno de sus cinco hijos llegaron a la edad adulta, listos para representar a Dios y difundir Su Reino. Ellos iban dondequiera que Dios les dirigía –con frecuencia era lejos de casa. Pero aun en medio de lágrimas, su madre sonreía y les instaba a entregar su vida, no a preservarla. Ella no tenía mayor gozo que oír que sus hijos andaban en la verdad, y llevaban a otros a hacer lo mismo.
La madre de dos
La segunda madre también era muy diligente. Enseñó a sus gemelos a amar la Palabra de Dios y guardarla en sus corazones. Ella les enseñó a vivir como Jesús lo hizo –siendo humildes y sirviendo a otros, ya fuese en el autobús, en el campo de entrenamiento, o en el patio trasero. Cuando su padre demandaba de los muchachos más de lo que ella les hubiera pedido, ella controlaba su lengua y confiaba en Dios. Y cuando los muchachos eran acusados falsamente o sus compañeros se burlaban de ellos, ella calmadamente les instruía volver la otra mejilla y a bendecir a cambio de las maldiciones. Ella ayudó a sus muchachos a levantar sus ojos al Dios invisible, que todo lo ve y recompensa a quienes lo buscan.
Los dos jóvenes pronto se hicieron hombres y crearon un negocio juntos. Eran conocidos por todos por su honestidad, trabajo arduo e integridad. Estos dos hermanos vivían cerca uno del otro en agradable unidad, criando su propia familia en los caminos de Dios y calmadamente llevando gracia y verdad tanto a sus hijos como a su comunidad.
La madre de uno
La tercera madre era muy protectora. El Creador solamente le había dado un hijo, y ella evitaba exponerlo a cualquier peligro por temor a perderlo. Ella rodeó su vida con lecciones privadas, tutores y ventajas. No reparó en gastos. Era pronta para consentirlo y lenta para corregirlo (y aún más lenta en permitir que su esposo lo corrigiera). Al muchacho se le enseñó a creer que podía hacer cualquier cosa y que se merecía todo.
En una ocasión la madre, muy a su pesar, había permitido a su hijo ir al campamento, de donde él regresó con los ojos brillantes e ideas grandiosas acerca de cambiar el mundo –quizá incluso como misionero en el extranjero, al igual que el hombre que les había hablado en el campamento. Pero su madre pronto le recordó a su hijo del plan que ellos tenían de quedarse cerca, seguro y vivir cómodamente. El muchacho se convirtió en un hombre y se hizo cargo del negocio de su padre. Era conocido por ser egoísta, contencioso, exigente y muy infeliz.
Llamadas a rendir cuentas
Al final, las dos primeras madres fueron recompensadas con elogios y honor. El Creador tomó en cuenta la manera cómo ellas habían invertido de sí mismas al enseñar a sus hijos a servirlo. También consideró la manera que Su reino se había extendido y multiplicado, debido a las vidas que los hijos de estas dos madres habían tocado. A cada una, el Creador le dijo, “Bien hecho, sierva buena y fiel. Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor.”
Pero la tercera madre no fue honrada ni recompensada por el Creador. Al llamarla a rendir cuentas de su crianza, ella dijo, “yo sabía que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y tuve miedo de ti. Sentía que a mí me correspondía velar por la seguridad de mi hijo y darle una buena vida.”
El Creador se enojó. ¿había olvidado esta mujer que fue Él Quien dio aliento de vida a su hijo? ¿Se había olvidado que Él era el Creador? Él le dijo “¡Sierva mala y perezosa!” al tiempo que arrebataba a su precioso hijo –nunca le correspondió quedarse con él- de sus manos.
Acerca de la historia
¿Reconociste partes de esta historia? Se supone que se haga eco de la Parábola de los talentos contada por Jesús en Mateo 25:14-30. La historia de Jesús era acerca de un hombre que dio “talentos” a sus siervos. Un talento era una unidad monetaria, equivalente al salario de veinte años de un trabajador común.
Al leer recientemente esta historia, me impactó entender que una labor tan común como es la de criar a un hijo se lleva a cabo en más o menos el mismo tiempo –veinte años. Y al igual que a los siervos, a quienes se les confió un talento, como madres se nos han confiado los hijos. No nos pertenecen: pertenecen a su Creador. Y al igual que los siervos en la historia, tendremos que dar cuenta.
Eso es aleccionador. En algún momento entre entrenarlos para ir al baño y enseñarles a manejar un auto, es fácil que perdamos de vista lo significativo de esta enseñanza de Jesús. Por tanto, para las mamás que como yo, quieren invertir bien en su labor de crianza, les dejo algo para reflexionar.
Lecciones para las mamás:
-
Somos nosotras quienes daremos cuenta a Dios por nuestra crianza, y no al revés. Cuando la tercera mujer le dijo al Creador, “yo sabía que eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste” sonó como una acusación. Sin embargo, nosotras hacemos la misma acusación sutil, cuando tratamos de criar a nuestros hijos sin dependencia de Dios, o cuando nos ofendemos porque Él está reclamando la vida de nuestros hijos. La verdad es que Dios reclama a nuestros hijos como Suyos, y nosotras tendremos que dar cuenta de lo que invertimos en la crianza.
-
La crianza temerosa es una mala crianza. La tercera madre le temía al Creador, pero no de la manera correcta. En la parábola de Jesús, el siervo que enterró el talento en lugar de invertirlo, no fue recompensado. Estos mismos principios aplican a nuestra labor como padres. A Dios no le agrada cuando protegemos nuestros hijos con tanto temor que impedimos que Le sirvan y que Su reino se extienda. La buena crianza implica enseñar a nuestros hijos a arriesgarse por Dios y a desgastar sus vidas para que Su reino se extienda.
-
Un concepto equivocado del carácter de Dios tiene efectos desastrosos en nuestra labor de crianza. La tercera madre no confiaba en el Creador y tenía temor de lo que pudiera suceder si ella le confiaba su hijo a Dios. Al igual que esta madre, nuestra mala crianza tiene su raíz en la falta de conocimiento de Dios. Pensamos que a Él no le importan nuestros hijos tantos como a nosotras. Pensamos que no los observa o no puede protegerlos. En contraste, los padres piadosos saben que sus hijos le pertenecen a Dios, quien es mucho mejor, más poderoso y confiable de lo que jamás podremos ser nosotras.
¿Cuál de estas tres madres de la historia eres tú? ¿Estás invirtiendo bien en la vida de los hijos que Dios te ha confiado? ¿O les estás criando con miedo y desconfianza de Dios? ¿Qué riesgo quiere Dios que tomes en esta etapa de crianza?
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación