¡Padre nuestro!

Recientemente el Señor me dio la oportunidad de visitar a mi papá, a quien tenía años que no veía, y pude recordarle a mi alma el gran privilegio de la paternidad divina.

Abrazar a mi papá fue un momento tierno y feliz; tuve la sensación de estar protegida y querida, refugiada en el pecho del padre que Dios en Su soberanía me dio. Quería hablar tantas cosas con él, pero su avanzada edad no le permite escuchar bien. ¡Qué frustrante fue estar tanto tiempo sin vernos y que no pudiera escucharme bien! Sus problemas auditivos casi anulan por completo la posibilidad de una amplia conversación acerca de nuestras vidas.

Salí de su casa llorando, pero recordándole muchas cosas a mi alma. Primero, que Dios es soberano y controla todas las cosas, incluido el hecho de que mi padre y yo vivamos en países diferentes, así como su condición de salud; nuestro buen Dios controla todo, absolutamente todo, para el bien de nuestras almas. Él está moldeando nuestro carácter conforme a la imagen de Jesucristo, y todas estas tribulaciones terrenales vienen a ser el cincel que lleva a cabo esa obra, instrumentos del Espíritu Santo que nos santifican.

También me produjo un gozo inefable saber que ese Dios soberano es mi Padre en los cielos, Jehová, el Shaddai, el que nos refugia en Su pecho y nos abraza con Sus poderosos brazos, pero tiernos a la vez. Un Padre cuyos oídos no envejecen, sino que está atento a nuestra voz y nos acompaña en nuestras angustias (Salmos 34). Un Padre que sabe nuestra necesidad (Mt. 6:9; 6:26), que nos conoce profundamente y aun así nos ama. Nos ama de tal manera que dio a Su Hijo para que todo aquel que en Él cree no se pierda, más tenga vida eterna (Jn. 3:16). ¡De esa manera somos adoptadas por Dios! Ahora somos las hijas del Creador del cielo y la tierra, el Soberano, todopoderoso Dios, y le podemos llamar con confianza: ¡Abba Padre! Él no solo quiere salvarnos del infierno, sino que quiere que estemos con Él por la eternidad, no por breves momentos.

El Señor prometió que estaría con nosotras y envió el Consolador quien nos ayuda a orar diciendo:

Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino.
Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan nuestro de cada día.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. 
Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal.
Porque Tuyo es el reino y el poder y la gloria, para siempre. Amén.

-Mateo 6:9-13

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Sobre el autor

Gloria de Michelén

Gloria de Michelén, esta casada con el pastor Sugel Michelén desde 1981, ha enseñado a mujeres, tanto en su propia iglesia -Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo- en Santo Domingo, República Dominicana, así como en Cuba, España, Colombia , Venezuela y … leer más …


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