Cuando era niña siempre disfruté del tercer domingo de advenimiento. Esa era la semana en época decembrina cuando nuestra iglesia hablaba sobre la visita de María a Elisabet, el personaje bíblico que lleva mi nombre. Mientras crecía, comencé a pensar que era una tontería identificarse con esta mujer solo por el hecho de tener el mismo nombre, ya que no sabemos mucho de su vida y, en realidad, mis padres me pusieron ese nombre por mi bisabuela.
Sin embargo, a medida que envejezco, encuentro una conexión más profunda con Elisabet. Su historia la encontramos en el capítulo 1 de Lucas, donde se nos dice que ella es la esposa de un sacerdote llamado Zacarías: «Ambos eran justos delante de Dios, y se conducían intachablemente en todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc. 1:6). Esto no significa que fueron perfectos, pero sí significa que se esforzaron por obedecer a Dios y vivir vidas libres de pecado.
Obediente pero estéril
Pero Elisabet era estéril. En aquellos días, la esterilidad se veía a menudo como la maldición de Dios sobre los desobedientes. Lo que habría sido una causa de gran vergüenza para Elisabet, porque ante los ojos del mundo ella había fallado como mujer.
Hoy en día, la ausencia de hijos no tiene el mismo estigma que tenía entonces. No obstante, sigue siendo una fuente de dolor. Los niños son una bendición de Dios, pero muchos son privados de esta bendición, no por su propia voluntad sino como consecuencia de la caída. Parte del castigo de Dios por el pecado de Eva fue que ella tendría hijos con dolor. Y esto es más que solo el dolor del parto, pues incluye todo lo que puede salir mal en el proceso reproductivo. El pecado humano quebrantó el mundo en maneras que afectan cada área de la vida y Elisabet fue una de muchas mujeres que ha sufrido a causa de esto.
Hemos hablado que Elisabet y su esposo envejecieron esperando un hijo. Y aquí es justo donde no puedo identificarme con Elisabet, al menos no todavía. Sigo siendo joven. Es muy posible que conozca a un hombre, me case y tenga hijos. Bueno, aunque mi temporada de soltería ha durado más de lo que esperaba y todavía no hay marido a la vista.
Lo admito, estoy decepcionada. Cada vez deseo más y más no solo un esposo, sino también hijos. Es difícil, sino imposible, comparar el dolor de una persona con otra, pero el anhelo de tener hijos porque eres soltera no es muy diferente del anhelo de tener hijos porque eres infértil. El dolor de las esperanzas frustradas de un tipo u otro es algo que todos podemos compartir.
Cumplimiento de lo dicho
Sin embargo, Dios no dejó a Elisabet en el lugar de la desilusión. Como muchas mujeres de la Biblia antes que ella, Elisabet va de la esterilidad al embarazo. Pero no cualquier embarazo. Este embarazo es anunciado por un ángel a su esposo Zacarías, mientras él está sirviendo en el templo. Zacarías reacciona con incredulidad y se queda mudo por eso.
Cerca de seis meses después, el mismo ángel se le aparece a la pariente más joven de Elisabet, María, prometiendo el nacimiento de otro niño. María responde con fe y sumisión al plan de Dios. Después ella viaja para visitar a Elisabet. Cuando María se acerca y saluda, el bebé en el vientre de Elisabet salta de alegría. Esto anticipa la relación de estos primos cuando crecen, para el hijo de Elizabeth, Juan, será el último profeta del Antiguo Pacto, anunciando que viene el hijo de María, Jesús. El aún no nacido Juan es, por lo tanto, la primera persona en reconocer a Jesús como el Mesías.
Si Juan es el primero, Elisabet es la segunda. Con la llenura del Espíritu Santo, ella bendice a María y le dice lo que pasó. Llama a Jesús «mi Señor», y añade, «Y bienaventurada la que creyó, que tendrá cumplimiento lo que le fue dicho de parte del Señor» (Lc. 1:45).
Elisabet recibe el cumplimiento de su deseo por un niño; pero ¿qué pasa con las que no? ¿Que pasa si permanezco soltera por el resto de mi vida? ¿Qué pasa con los millones de mujeres infértiles que mueren sin hijos? ¿Qué pasa con aquellas que sufren de otras maneras sin tener ningún alivio a la vista?
La respuesta a nuestra decepción
Nosotras podemos encontrar una respuesta en la historia de Elizabeth, porque su historia no es solamente acerca de ella. Es acerca de Jesús. El embarazo de Elizabeth es importante precisamente porque su hijo se convierte en el hombre que señala a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Zacarías, por toda su inseguridad, entiende esto. Cuando su habilidad para hablar se restaura, las primeras palabras que salen de su boca son: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha efectuado redención para su pueblo, y nos ha levantado un cuerno de salvación en la casa de David su siervo» (Lc.1: 68-69).
En el mundo bíblico, los cuernos representan fuerza. Por lo que un cuerno en la casa de David significa un rey para gobernar sobre Israel, en otras palabras, el Mesías. Él es el que viene a restaurar el mundo a la forma en que estaba destinado a ser. Como dice el canto navideño Al mundo paz: «Él viene a derramar bendición, donde hay maldición». Esa es nuestra esperanza: Habrá un día en que se eliminarán todas las cosas malas que nos hacen sufrir. Jesús ha hecho esto posible y Él lo completará.
El año pasado durante el advenimiento, escribí un poema expresando lo que me gustaría decirle a la Elisabet de la Biblia. Un versículo en el que medité al escribirlo fue Proverbios 13:12 «La esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida». Que esto te anime y te ayude a creer que habrá un cumplimiento de lo que te fue dicho por el Señor.
A otra Elisabet
Las arrugas en la cara y en las manos hablaban de años.
Largos años de espera.
Esperando y anhelando un hijo.
Anhelando un niño y el Niño
Que habría de convertirse en Rey.
Tus ojos habían derramado ríos de lágrimas.
Tus oídos habían escuchado los susurros de los chismes.
Tu corazón había soportado el dolor de la decepción, enfermo por una esperanza aplazada.
Pero el proverbio dice que el deseo cumplido es un árbol de vida.
Tu deseo fue el Árbol de la Vida que nuestra madre perdió.
Y llevando su maldición en tu cuerpo, anhelaste estar completa.
Yo también lo anhelo.
Yo también llevo tu nombre y he probado el dolor del rechazo, con mi propia clase de esterilidad.
Pero un día, ¡llegó un milagro!
¡El deseo cumplido!
Un niño para la mujer anciana y estéril, y su esposo silencioso.
Esperaste con alegría en tu interior, orando por un parto seguro.
Y entonces ella vino.
Tu pariente más joven, teniendo un bebé más milagroso que el tuyo.
Ella saludó: tu hijo saltó de alegría.
Y sabías que no solo había venido tu hijo, sino que el Niño también había venido.
Fuiste la segunda en conocerlo,
Segunda después del bebé aún no nacido.
Gritaste una bendición, llorando lágrimas de alegría,
Tan fuertes como las que habías derramado en el dolor.
Yo también estoy esperando.
Oro por una fe como la tuya para reconocer al Niño.
Oro por un amor como el tuyo para regocijarme más en la salvación que en todas las alegrías terrenales
Porque esas alegrías deben disminuir, y Él debe aumentar.
Así que mientras espero, mantengo la esperanza,
No por mi milagro, sino por El Milagro.
La semilla de la mujer.
A Él no lo veo ahora, pero cierro los ojos.
Doy un salto de fe,
Y un salto de alegría.
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