Las veces en las que he deseado mejorar mi salud he buscado y leído información de las diferentes dietas y ejercicios que podria hacer para alcanzar el resultado deseado. Pero nada ha ocurrido en mi cuerpo hasta que paso de la información a la práctica. Si no elaboro un plan diario o semanal y empiezo a comer más frutas, vegetales y fibras; y además de hacer una rutina de cardio o aeróbicos, solo me quedare en deseos. Puedo contemplar productos en las vitrinas de los supermercados, emocionarme leyendo los resultados o testimonios que otras personas han alcanzado, pero ningún cambio se producirá en mi.
El yo leer sobre salud no me hace más saludable, más el practicarlo si. Algo parecido pasa también con nuestra vida de fe. ¿cuántas de nosotras consumimos la Palabra y se nos queda como mera información? Sabemos a la perfección lo que significa ser discípulas de Cristo, pero solo en la teoría. Por eso el Espíritu inspiró a Santiago cuando dijo:
«Sed hacedores de la Palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguno es oidor de la Palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace» Santiago 1:22-25
Hermanas Dios quiere librarnos de que nos engañemos a nosotras mismas, Él desea que caminemos en la verdad, y es por esto que Él nos llama a ser hacedoras, a mirar atentamente a su verdad, a permanecer guardándola en nuestros corazones, meditándola de día y de noche para así caminar en fe, obediencia y rendición cada segundo de nuestras vidas.
El oidor, es la persona que oye; mientras que el hacedor es la persona que actúa. El oidor se queda en el conocimiento, mientras que el hacedor lleva la teoría a la práctica. El propósito de Dios al darnos Su Palabra no solo es de informar, sino de transformar nuestras mentes y corazones, y de restaurar nuestras almas.
Isaías 55:10-11 dice:
«Así como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá, sino que rieganla tierra, haciéndola producir y germinar…así será mi Palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.»
La Palabra de Dios es enviada no solo para regar nuestros corazones, sino para producir frutos.
Entonces, ¿por qué a veces nos quedamos siendo solamente oidoras?
- Porque probablemente todavía no hemos nacido de nuevo, no tenemos el poder del Espíritu Santo para obedecerla ni desearla.
- Porque a causa de las pruebas o persecuciones tropezamos y caemos en incredulidad.
- Porque las preocupaciones, los placeres de este mundo y el engaño de las riquezas llenan nuestros corazones y ahogan la Palabra.
En cambio, nos volvemos hacedores cuando:
- No satisfacemos los deseos de la carne, sino que confesamos, nos arrepentimos y nos apartamos de las mismos: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes.
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Comenzamos a caminar en el Espíritu, a ser guiadas por Él y nos rendimos a su señorío, cuando le decimos «sí Señor» en cada pensamiento, deseo y acción en nuestras vidas. Cuando nos disponemos para que el fruto del Espíritu el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, y dominio propio permeen y empapen nuestras vidas. Cuando perdonamos a los que nos ofenden, cuando tenemos paciencia y paz en medio de las situaciones difíciles, cuando amamos a nuestros enemigos. Cuando decidimos controlar nuestra lengua y no hablar mal de nuestro prójimo. Cuando en vez de actuar con altivez ante nuestros esposos, jefes o líderes lo hacemos en mansedumbre y humildad reflejando así a Jesús quien nos ha llamado a imitarlo y ser mansas y humildes como Él.
Ahora, ¿cómo somos transformadas de oidoras a ser hacedoras?
La respuesta está en 1ra Timoteo 4:7 «Disciplínate a ti mismo para la piedad». Donald Whitney enfatiza en su libro «Disciplina Espirituales» que la manera bíblica de crecer para ser como Jesús es mediante el ejercicio de las disciplinas espirituales. La palabra traducida como «disciplina» en el idioma original viene de la palabra griega gumnasia, que quiere decir ejercitar o disciplinar.
En otras palabras, son los medios que nuestro Dios ha provisto para cultivar nuestra relación con Él, es en el ejercicio de las mismas donde recibimos Su gracia y donde el Espíritu de Dios produce el crecimiento espiritual. Por ejemplo, ir a tu lugar favorito a orar y meditar en la Palabra es el equivalente espiritual de ir a un gimnasio y usar la máquina de pesas.
Dentro de las disciplinas espirituales están el estudio, meditación y memorización de la Palabra, la oración, el ayuno, adoración (tanto personal como corporativa), la participación de la cena del Señor, incluso, podemos agregar el escribir un diario (documentar las obras y los caminos del Dios en nuestras vidas).
Si realmente queremos conocer y amar a nuestro Dios no nos conformemos con escuchar un buen sermón, o enseñanza o leer un buen artículo, sino que procuremos orar sobre eso y ponerlo en práctica. Seamos como aquellas que reconocen una necesidad, buscan la información, la solución, y la aplican logrando así la meta deseada. ¡Bienaventuradas son la que escuchan sus palabras y las ponen por práctica!
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