La maternidad es hermosa, es un verdadero regalo de Dios, pero no creo que haya nada más demandante para nosotras y que nos confronte cada día como ella. Exige que ames con un amor verdadero, con un amor sufrido, que no busca lo suyo, que todo lo espera, pero también que todo lo soporta (1ª Co. 13). Va más allá de solo soñar románticamente a ser madre y se extiende cada día a morir a ti misma.
Hoy con tres hijos adultos, dos de ellos ya casados, miro a muchas madres y trato de alentarlas en esta carrera. ¡Ahora puede parecer eterna, interminable, pero es tan fugaz!
No eres la única que batalla ante la falta de paciencia, ante la irritabilidad, ante el desaliento cada día. Lo haces porque necesitas morir a ti para llenar las necesidades de otros y aunque no lo digas, sientes calladamente que nadie te ve. He estado ahí y sé cuán frustrante puede ser en muchos momentos, pero también puedo compartirte que mucha de mi impaciencia se debió a no estar preparada para mi día y para el tiempo que estaba viviendo.
Tuve dos pequeños con 15 meses de diferencia, y ya tenía uno de tres años. La vida puede envolverte en momentos como éste, pero necesitas pausar y saber cómo vas a continuar. Hoy te hablo mirando atrás y viendo cosas que hice, y otras que haría mucho mejor de estar en tu lugar en este momento.
Por eso, permíteme compartir contigo algunas cosas que entiendo que te pueden ayudar en la crianza.
Necesitamos un enfoque correcto:
La maternidad es un regalo de Dios y Él siempre te equipará para ella. No inicies tu día sin estar en Su presencia, sin llevar a tus hijos ante Su Trono, sin llenarte de Sus promesas y vaciar tu alma ante Él. Solo de esta forma tendrás las fuerzas necesarias para poder llenarte de amor y paciencia aun en los momentos más difíciles.
No necesitas pasar largos períodos en oración, pero sí necesitas comenzar y permanecer con Él. Lee la Palabra y medítala. Aun sean pocos versos, debes rumiarlos, pensarlos, aplicarlos en ti, y pasar el día orando en medio de tu rutina.
A esto nos llama 1ª Ts. 5:16-18 y el fruto es gozo. Llena tu día de alabanzas y verás cómo tu alma es aquietada y enfocada aun en los momentos más turbulentos con tus pequeños.
Menos reglas y más al corazón:
Busca llevar a tus pequeños a vivir delante de Dios, esto se llama Coram Deo, en Su presencia, bajo Su autoridad y para Él. Deben aprender temprano que Sus ojos lo ven todo y nada escapa de Su control. Cuando vives de este modo y lo enseñas a tus hijos, estás enseñando integridad, o hacer lo correcto, aunque nadie más los vea.
Busca enseñarles a discernir sus motivaciones, que puedan identificar la ira, la envidia, la rebeldía cuando interactúan unos con otros. Eso hará que tú descanses en Su Presencia, y ellos tendrán menos reglas pues desearan agradar a Dios en su corto andar.
Disciplina con amor y convicción:
Habla la Palabra, enséñales a andar en verdad, pero no conviertas tu casa en un sistema de reglas. Enseña con gracia y verdad, en ese orden. Jesús habitó entre nosotros de esta forma, tú tienes la mente de Cristo y puedes hablar Sus palabras llenas de gracia y verdad (1ª Jn. 1:14).
Tus hijos necesitan aprender que están bajo sujeción de Dios, de sus padres y de sus maestros. Esto les da estabilidad y los enseña a obedecer. Evitará muchas situaciones que te pueden irritar porque debes recordarles que cada hombre o niño debe estar sometido a sus autoridades. Al hacerlo, llévalos a ver que tú también estás sometida a Dios, a tu esposo, a tus pastores y a los gobernantes. Enseña las consecuencias de no hacerlo, pero hazlo con gracia y amor.
¡Disfrútalos mucho!:
No me canso de insistir en este aspecto porque qué tan fácil puede ser envolvernos en las quejas de ellos, sus peleas, nuestra rutina de llevarlos y traerlos; y ordenar todo lo que descomponen. Muchas veces nos empeñamos en mantener el hogar funcionando, eso está bien pues debemos enseñarles estructura y orden. Pero en medio de nuestra educación, por estar muy tensas, podemos perdemos lo mejor de ser madres: Disfrutar de sus risas, ocurrencias y juegos.
La verdad es que cada etapa es preciosa, aunque algunas agotan al extremo. Te sugiero que te hagas el propósito de no perder sus mejores momentos sino poder atesorarlos. Aún más, escríbelos, o haz algún recordatorio de ellos para el futuro.
Recuerda que Sus misericordias son nuevas cada mañana para ti:
Nada que hayas hecho o como hayas reaccionado ante tus hijos es definitivo en tu vida ni en las de ellos. ¡Gloria a Dios por el Evangelio que es para nosotras cada día! Si has sido impaciente, irritable o has explotado ante ellos, nuestro Dios nos da cada día la oportunidad de comenzar de nuevo con Su gracia y Sus fuerzas.
Cuando entiendas que fallaste al reaccionar frente a ellos, pídeles perdón. Muestra tu necesidad de ser perdonada y tu necesidad de Cristo cada día. Pero asegúrales que Dios es rico en misericordias para ti y para ellos. Madre, tu ejemplo habla más alto en sus vidas que todas tus palabras.
Al compartir estas verdades mi deseo es animarte a correr la carrera con los ojos puestos en Jesús en todo momento. Él ha prometido estar contigo cada día en tu hogar, en medio de lo que hagas, en cada momento que no sepas qué hacer o que hayas obrado como no debías. Pero es la cercanía y la intimidad con Dios que hará que el fruto del Espíritu esté en ti en cada parte de tu día. Y la paciencia, el amor, la bondad, mansedumbre, gozo y el dominio propio son parte de ese fruto que necesitas mostrar diariamente en tu vida ante tus pequeños (Gl. 5:22-23).
¡No estás sola! Jesús ha prometido estar contigo todos los días hasta el fin del mundo y más mientras levantas una descendencia piadosa para Él (Mal. 2:15).
Su gracia te fortalezca.
Originalmente publicado en Soldados de Jesucristo (www.sdejesucristo.org)
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