Muchas veces me veo repitiendo a mis hijos las mismas palabras diariamente: el amor cubrirá multitud de faltas, sobrelleven los unos la carga de los otros, hagan todo sin murmuraciones ni contiendas, sigan lo que contribuye a la paz, no seas vencido de lo malo…. Y así la lista se hace muy larga, tanto que termino el día exhausta y agobiada, preguntándome muchas veces: «¿Será que no entienden?».
Les repito estas cosas a diario y de hecho estoy segura que las saben de memoria. Pero, ¿valdrá la pena seguir en el mismo tren de verbos? Reflexiono y viene a mi memoria cómo en la misma Palabra se nos manda: «las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Deuteronomio 6:7).
Ciertamente es un mandato divino repetir las mismas enseñanzas sin cansarnos, es nuestro privilegio como madres traer palabras y principios de la verdad a nuestros hijos. Somos misioneras en nuestros hogares y nuestros hijos son esas almas que necesitan de Cristo; ellos son ese terreno que debemos cultivar con la semilla de la preciosa Palabra. Oremos a Dios para que nos capacite y nos permita ser instrumentos en Sus manos para el bien de las almas de nuestros hijos.
¡Seamos intencionales! Pero para lograrlo, tenemos que empapar nuestros corazones de la Palabra, pues de la abundancia del corazón habla la boca (Mt. 12:34). Debemos orar a nuestro Padre para que nos capacite, y debemos tener los sentidos alerta para traer verdades espirituales a nuestros pequeños en cada oportunidad del día a día.
Estoy trabajando esta área en mi vida, y tú ¿harás lo mismo?
Que Dios nos ayude en esta preciosa labor de madres para que podamos impactar el alma de nuestros hijos con Su Palabra.
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