No necesito ser una mentora…ni ser mentoreada

Por Vilma Mata de Méndez 

Conocí al Señor a los 16 años, y en ese tiempo desconocía los términos mentorear, rendición de cuentas, espiritual ni la maternidad espiritual.  Sí conocía el discipulado.  Crecí en el Señor al leer la Biblia, crecí en conocimiento, datos, lugares donde estaban los versículos, etc.

¿Discipular? Sí. Empecé a compartir el Evangelio con mis vecinas y amigas cercanas, con mi familia, con mis compañeras de estudios y de universidad. Me congregaba para crecer en un grupo pequeño sin estructura eclesiástica, no teníamos un pastor, ni lideres, no estaba estructurada aun, así que por la Providencia del Señor algunas misioneras me enseñaron cómo dar clases a los niños, enseñar en la escuela dominical, cuidar bebés, también limpiaba, evangelizaba, contaba las ofrendas y llevaba el libro de contabilidad, organizaba junto a otra amiga reuniones de jóvenes, etc.

Mi orgullo:

Fui la primera en convertirme en mi familia. Al grupo llegaban nuevas mujeres creyentes que eran mayores que yo, casadas, tenían hijos de mi edad, y algunos nietos, sus problemas eran diferentes a los míos, yo estaba soltera en ese tiempo.

Estudié Arquitectura y creyéndome con gran conocimiento de diseño y en decoración (una homosapiens que creía que sabía de todo un poco. En mi país, la República Dominicana diríamos que era una “Todóloga”, y me consideraba muchas veces con más educación, más actualizada, más contemporánea, más moderna que las demás; veía a esas hermanas casadas, como si estuvieran aburridas, presas, que no podían hacer nada y que seguramente se les había olvidado lo que era ser jóvenes… por eso  no iban a entender mis luchas y era  más fácil ir donde otra joven soltera como yo, que tenía las mismas luchas, y poca experiencia, etcétera (Mi orgullo).

Crecí DANDO siendo una bebé en Cristo, un ambiente donde NO RECIBÍA mucho o casi NADA de otros. En la medida en que empezamos a tener pastor y diáconos y se fue organizando el grupo y la iglesia, empecé a tener autoridades espirituales, y así a servir de una manera más enfocada y específica con niños y jovencitos.

Y las mujeres mayores que yo, empezaron a enseñarnos clases sobre cómo hacer arreglos de flores, cómo poner mesas, cómo cuidar su casa, cómo organizar, cómo hacer postres, etcétera.

Mujeres que daban al pueblo de Dios de lo que conocían y de su experiencia. Cada vez que iba a sus casas, aprendía de ellas. Cuando me casé, pensaba dentro de mí que me las sabía todas, los muebles que quería, la decoración, los utensilios de cocina para mi lista de bodas, entre otros. Me decía a mí misma ‘Sé lo que quiero y cómo lo quiero, no necesito, ni quiero buscar opiniones, ni ayuda’. Mi orgullo me decía que no necesitaba una “mentora”.

Espíritu humilde y enseñable:

En el año 2006 fue cuando por primera vez escuché y entendí el mandato de Tito 2:3, las mujeres mayores enseñando a las jóvenes,

  1. A amar a sus maridos,

  2. A amar a sus hijos, y,

  3. A cuidar sus casas.

Dios usó sermones de John Piper y entrenamientos en el Ministerio de Mujeres de Bethlehem Baptist Church donde me di cuenta que nunca había tenido un corazón humilde y enseñable. Empecé a recordar a todas esas mujeres de canas en mi vida, Olga Arocha, Lourdes Serulle, Lucrecia Gil, Amalfi Diaz de quienes había aprendido tanto y que me enseñaron con su ejemplo como cuidar la casa, siendo sumisas aun a esposos inconversos.

En mi orgullo y rebeldía, no me di cuenta lo necesaria que era la experiencia y sabiduría en tu vida; en mi dureza, no entendía el valor de que las mujeres de canas, de años, estuvieran en mi vida. Tampoco lo maravilloso y beneficioso que son las amistades intergeneracionales en nuestra vida. Lo mucho que te pueden aportar, enseñar, orar, las mujeres mayores de tu iglesia, en los grupos pequeños, y en el mentoreo de 1 a 1.

Fue un error de mi parte suponer que conocía todo. A mis 40 años llegué a Bethlehem Baptist Church en Minnesota y me registré en un grupo de Tito 2 formalmente con mis mentoras Lloyd May y Carla. Allí durante dos años, sentadas en torno a una sala o a un comedor, empecé a tomar toda la sabiduría y experiencia que estas mujeres podían darme, el Señor me preparó dejándome entender que si no tenía un espíritu humilde y enseñable no podía aprender.  

El libro Maternidad Espiritual de Susan Hunt, fue una gran influencia en mi vida,  años después, en uno de los retiros del ministerio de mujeres, se me pidió que expusiera, como me influenció la enseñanza de mentoreo y allí recordé con lágrimas, a todas esas mujeres en mi vida, que me enseñaron, me ejemplificaron, fueron modelos para mí, y, a las que nunca di gracias, ni quise reconocer, ni quise recibir enseñanza de ellas. Perdonen a esta mentoreada rebelde que, por ignorancia, desconocía que estaba menospreciando las canas en mi vida.  

Cuando entendí mi falta de humildad y de un espíritu enseñable, Dios me regaló, no una, ni dos mentoras, sino decenas de ellas en Bethlehem Baptist Church. Por mencionar algunas entre ellas, Mary Delk, Sally Michael, Julie Steller, Sharon Rusten, Pattie Tattersall, Noel Piper, Karin Livingston, Kari Lorence, Jeanie Eackblad, Vickie Crabtree, Pam Grano, Kathy Stokes, Theresa Currie, Susan DeYoung, Sue Pearce, Kiki Gloude, Heather Hass, son algunos de los nombres…GRACIAS por el legado que han dejado a mi vida…

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