No merecemos la misericordia de Su disciplina

Una de las cosas más difíciles de entender para mis hijos es que, es bueno que papá y mamá les disciplinen. Cada vez que una de mis hijas hacía referencia a algún momento de disciplina, usaba la frase, “Me metieron en problemas,” como si al disciplinarla estuviésemos siendo malos con ella.  malos Finalmente le hicimos ver que no decidíamos de la nada, ni injustamente “meterla en problemas”. Sino que sus acciones eran desobedientes y necesitaban consecuencias.

Un día, mi esposo quiso que ella entendiera mejor lo que Dios ha hecho por nosotros a través de Cristo. Ella había desobedecido, y él la sentó para hablar sobre el asunto. Luego, en lugar de las consecuencias que ella estaba esperando, él le dijo, “Voy a enseñarte lo que es la misericordia.”

Cuando le dijo que la misericordia significaba detener el castigo que ella merecía, ella quedó eufórica por haber escapado de sus consecuencias y lo abrazó con fuerza. Yéndonos al día siguiente en que ella desobedeció de nuevo, y al ver que venían las consecuencias, gritó “No papi, ¡no! ¡Dame misericordia! ¡Por favor dame misericordia!” Ella no había podido ver que la disciplina y la misericordia fluían del mismo amor.

Nuestra hija más pequeña pasó por una etapa en que tenía problemas para irse a dormir. Trató todos los trucos: salirse de la cama, llamarnos, conseguir juguetes con los cuales jugar. Entrábamos una y otra vez y la corregíamos, y una noche, después de haberle hecho varias advertencias y finalmente le di unas nalgadas, me dijo en su dulce vocecita, “Mamá, por favor ya no seas mala conmigo, ¿está bien?”

Como es de esperarse, sus palabras atravesaron mi corazón de madre. Ella no podía comprender que la había disciplinado por amor. Solo pensaba en que yo estaba siendo mala. Yo sabía que había hecho lo correcto, pero ella lo había malentendido por completo.

Falsas ideas sobre la disciplina   

En cualquier forma que la disciplina llega, implica cierto grado de dolor. Hemos sido condicionados a creer que todo dolor es malo. Por lo tanto, y de acuerdo a nuestro pobre razonamiento, asumimos que la disciplina debe ser algo malo.  Por eso resulta extremadamente difícil para los niños conectar los puntos entre el amor y la disciplina de los padres.

Y los niños no son los únicos, ¿verdad? Me imagino que la mayoría, si no todos los cristianos, también batallamos para entender cómo Dios les puede disciplinar, si afirma amarles como a hijos e hijas. Nos encanta pensar en Su misericordia al rescatarnos del castigo eterno que merecemos, recibiéndolo en lugar nuestro. Sin embargo, la disciplina no es uno de nuestros temas favoritos.

Pasé años creyendo, y hasta afirmándolo mentalmente cada vez que algo malo o difícil sucedía en mi vida: Esto debe significar que Dios está enojado conmigo. Nunca lo hubiera dicho en voz alta, por supuesto; pues teológicamente sabía que esto era opuesto a la verdad.

Pero al igual que mis hijos, no lograba conectar los puntos entre un Dios que me mostraba misericordia y aun así me disciplinaba. Educaba a mis hijos todo el día, disciplinándoles, porque les amaba muchísimo, y aun así no me daba cuenta que la disciplina del Señor en mi propia vida era infinitamente más llena de amor que mi disciplina para con mis hijos.

La Verdad de las Escrituras

Finalmente, después de años disciplinar por amor, el Espíritu Santo finalmente atravesó mi corazón lento para el entendimiento. Primeramente, no todo lo doloroso o difícil en mi vida es, en realidad, disciplina.  Sino que es resultado de vivir en un mundo caído, y en ocasiones, del pecado de otros contra mí.  Sin embargo, el dolor que resulta de la disciplina, no está menos lleno de amor que la misericordia que me otorga la cruz de Cristo.

Amo la imagen que Dios nos da en Hebreos, acerca de la disciplina, y su significado:

“además, habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige: ‘HIJO MIO, NO TENGAS EN POCO LA DISCIPLINA DEL SEÑOR, NI TE DESANIMES AL SER REPRENDIDO POR EL; PORQUE EL SEÑOR AL QUE AMA, DISCIPLINA, Y AZOTA A TODO EL QUE RECIBE POR HIJO.’ Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos. Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia. Por tanto, fortaleced las manos débiles y las rodillas que flaquean, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que la pierna coja no se descoyunte, sino que se sane. (12:5-13)

¿Puedes verlo? Dios mismo usa la imagen de un padre disciplinando a un hijo para mostrar que cuando Él disciplina a Sus hijos, lo hace por amor, precisamente porque somos Sus hijos, y ¡nos lleva a dar fruto de justicia! En ocasiones, siento ganas de golpear mi cabeza contra la pared porque mi pequeña no puede ver que estoy permitiéndole experimentar las consecuencias de sus acciones, debido a que la amo tanto. Cuando el Espíritu abre mis ojos, veo que Dios me ama tanto a mí, Su hija, que tampoco puede permitirme que continúe en desobediencia.

La disciplina es misericordia

Cuando miro aún más profundamente, me doy cuenta que la disciplina del Señor es, de hecho, misericordia en sí misma. Su disciplina y Su misericordia no se contradicen entre sí. Él no escoge una o la otra, así como mi esposo y yo lo hacemos con nuestra hija, porque la disciplina y la misericordia tampoco son opciones. La disciplina paterna es una gran, gran misericordia.

No merezco Su disciplina amorosa. Él es misericordioso en llamarme la atención, en hacerme una advertencia de que el camino que estoy siguiendo termina en destrucción. Cuán agradecida estoy que se me conceda el privilegio de llamarlo Padre, de recibir Su disciplina, que no me deje sola en el camino de destrucción.  Cuán agradecida estoy de que se me haya concedido el privilegio de amar y disciplinar a estos pequeños, quienes me enseñan tanto acerca de mi Padre celestial.

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Sobre el autor

Mónica Hall

Mónica es esposa de pastor y educa a sus seis hijos en casa. De pequeña, confió en Cristo como su Salvador y cada día aprende más de Su amor y bondad. Sirve en su iglesia dando clases a los pequeños … leer más …


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