Por Courtney Reissig
Tenía una lista en la universidad. Probablemente sabes a cuál lista me refiero. Era “la lista”. La lista que me prometía que yo podía (y lo lograría) encontrar al hombre de mis sueños. La lista que contenía cada cualidad que yo deseaba encontrar en un esposo. La lista que había guardado para ese día especial, para el día en que lo conociera y viviéramos felices por siempre.
El matrimonio es, fundamentalmente, acerca de nuestra santidad, no nuestra felicidad.
Recuerdo exactamente dónde me encontraba cuando redacté esa lista. En medio de una cena con mis amigas, cuidadosamente hicimos nuestras listas. Hablamos acerca de una variedad de cualidades, metas y los rasgos de la personalidad, desde tener sentido del humor hasta sus aspiraciones ministeriales. La lista era larga y amplia, incluso hasta indicaba el color de su pelo. Me gustaba el pelo castaño.
Pero en ese entonces, a mis veintiún años de edad, y a través de los años, fallé en darme cuenta de algo. Era que mi lista, poco a poco, reflejaba una versión masculina de mi persona. En mi mente débil, el hombre perfecto era todo lo que yo era, con la única diferencia de que él llevaba un cromosoma Y.
- Tenía que ser serio, pero no muy serio.
- Tenía que ser un pensador profundo, pero no muy profundo.
- Tenía que tener una personalidad más fuerte que la mía (y yo definí como debía lucir esa
fortaleza).
- Tenía que ser esto y aquello.....y así la lista continuaba.
Cada chico que conocía en esos primeros días era evaluado a través de la lista. Si él no cumplía con los requerimientos, no llegaría muy lejos conmigo. En mi mente, mi lista era infalible, una especie de “palabra dada por el Señor”. He escuchado historias de mujeres que conocen a sus esposos, y luego, después de compararlos contra la lista, se dan cuenta de que él cumple con cada punto requerido. Quería que ésa fuera mi historia también. Y ése era mi problema
Y es que, una lista puede especificar lo que quieres. Pero puede que no especifique lo que necesitas. Aquí es donde Dios entra en escena.
Tim Keller, en su excelente libro El Significado del Matrimonio, nos dice que el matrimonio es fundamentalmente acerca de nuestra santidad, no de nuestra felicidad. Sí, el matrimonio nos hace felices. Pero también es uno de los medios ordenados por Dios para permitirnos crecer en santidad.
Si el propósito del matrimonio es hacernos perfectamente felices, entonces puede que la lista funcione. Pero ése no es el propósito del matrimonio. Mi esposo es exactamente quien yo no sabía que necesitaba. Y mi vida es mejor gracias a él. Cuando él me propuso matrimonio, yo apenas le conocía. Habíamos estado saliendo por espacio de unos pocos meses. Sabía algunas cosas importantes acerca de él, como el hecho de que era cristiano, líder y hombre piadoso. Pero además de eso, observé algunas características en él, que no estaban exactamente en mi lista. Sin embargo, había algo acerca de él que me atraía hacia su persona y me hizo desear seguirle y estar con él. En medio de la felicidad y la extravagancia de planear una boda, coloqué mis expectativas a un lado y acepté todo de él.
Desafortunadamente, luego de que nos casamos, esas expectativas que estaban adormecidas volvieron y se hicieron sentir con furor. Aunque hubo algunas cualidades en “la lista” que no emergieron hasta después que nos casamos, como su sentido del humor, por ejemplo; había algunas cualidades irrelevantes que estaban simplemente ausentes. Y no siempre respondí correctamente a esa ausencia.
No entendí completamente que mi esposo me había sido entregado por Dios como un regalo. Cuando Dios nos creó a los dos, Él sabía lo que el otro podía necesitar. Cuando aprendí a superar mis expectativas y empecé a abrazarlo como el esposo que Dios me había dado, me di cuenta de algo acerca de mí misma. No sólo estaba creciendo en piedad, sino que también yo era más feliz.
Dios creó perfectamente a mi esposo para mi bien y mi santificación.
En este libro, Keller también nos dice que debemos emplear más tiempo enfocándonos en ser la persona idónea en lugar de buscar la persona idónea. Básicamente, necesitamos dedicar más tiempo enfocándonos en lo que necesita ser transformado en nuestro interior en lugar de ir tras una búsqueda sin fin del Sr. o la Srta. Perfectos. En lugar de obsesionarnos con una lista de expectativas que ninguna persona podrá llenar adecuadamente, primero enfócate en lo esencial y en crecer como cristiana.
Así que suelta la lista, o al menos disminúyela, y ponte a trabajar. Crece en santidad. Crece como cristiana. Crece como una miembro comprometida de tu iglesia. Esas cosas te ayudarán mucho más en tu búsqueda por encontrar a esa persona especial que mantenerte perfeccionando tu lista.
Hubiese deseado haber dedicado más tiempo tratando de ser la persona adecuada en lugar de soñar con una lista de requisitos antes de casarme. Necesitaba creer lo que la lista nunca podría decirme: que Dios, en Su obrar perfecto, creó a mi esposo para mi bien y mi santificación. Dios está en el negocio de hacer matrimonios y sostenerlos. Y mientras mi esposo no posee algunas cualidades de las que coloqué en esa lista hace años, por lo menos las que puedo recordar, sí tiene muchísimas otras buenas cualidades en las que nunca pensé. ¡Ah! Y por cierto, ¡tiene el pelo castaño!
----¡Déjanos tu comentario y únete a la conversación!----
Este artículo procede del Ministerio Aviva Nuestros Corazones ® www.avivanuestroscorazones.com
El material publicado en esta página se encuentra disponible para ser compartido gratuitamente, en cuyo caso, agradecemos su integridad al citar la fuente en respeto a nuestros derechos de autor.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación