« … que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia…» (1ª Tim. 2:9)
Vivimos en una época de exhibicionismo en la que el verano aumenta el deseo de mostrar más la piel. Sin embargo, nuestra apariencia es una de las formas más poderosas que tenemos de enviar un mensaje sobre la condición de nuestro corazón. ¿Alguna vez me he preguntado cuál es el mensaje que estoy enviando? Escuchamos exhortaciones sobre ser modestas, con diferentes opiniones de la manera en como vestimos… Con tantas opiniones diferentes que giran en torno a la línea del escote y al largo de la falda, ¿cómo deberíamos entender la modestia bíblica?
La raíz de la modestia
La modestia realmente tiene su raíz en lo que pensamos acerca de la belleza. Cuando Dios nos creó hombre y mujer, Él nos diseñó con diferencias que calan hasta lo más profundo de nuestra personalidad. Nuestra feminidad es la hermosa obra de nuestro amoroso Padre celestial, y una de nuestras responsabilidades exclusivas es desarrollar y usar esta belleza dada por Dios.
Aunque la santidad no es directamente proporcional al largo de la pieza de vestir, está relacionada.
Dios nos hizo criaturas que disfrutan la belleza. Nos creó de tal manera que la belleza vista en Su obra creadora provoca en nosotras una admiración y deleite incontrolables. La belleza es difícil de definir, pero es una cualidad universal que nos fascina a todos. Nos hace detenernos y admirar.
¿Cuál es la definición de Dios de la belleza? Él fue quien la creó, por lo que aquello que Él considera hermoso en las mujeres es lo que debe interesarnos. La Biblia narra las historias de mujeres físicamente hermosas: Sara, Rebeca, Raquel, Betsabé, Abigail, Ester y otras. Pero la Biblia también nos alerta que no elevemos la belleza física por encima del lugar que merece. Dios hasta nos advierte en Proverbios 31:30 que la belleza es fugaz, difícil de atrapar e imposible de retener por mucho tiempo.
Abrazando la descripción de Dios de la belleza
Para entender cómo están relacionadas la belleza y la modestia, debemos abrazar la descripción de Dios de la verdadera belleza que va más allá de nuestras definiciones humanas. Este tipo de belleza, la Biblia afirma, sobrepasa lo que nuestros ojos humanos pueden ver. Es una belleza que no puede ser resaltada por cosméticos, guardarropa ni dietas.
En 1ª Pedro 3:4, Pedro describe lo que Dios encuentra hermoso en sus hijas,
«…sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios...»
Es una belleza que las arrugas no pueden disminuir ni la edad puede borrar ni la muerte puede destruir. Es poderosa y permanente. Y lo más importante de todo, es preciosa a los ojos de Dios.
¿Por qué un espíritu quieto y sereno, en lugar de la belleza física, es precioso para Dios? Porque la serenidad es una señal de confianza. Y confiar en Dios afectará cómo te presentas ante otros. Una mujer modesta busca no dejar ambigüedades sobre a Quién le sirve.
Por momentos nos podríamos sentir tentadas a exagerar la advertencia de Dios, pero la Biblia nunca nos anima a elegir lo opuesto a la belleza en nuestra apariencia. Cuando Pedro nos dice cómo debemos vestir (1ª Ped. 3:3-4), él habla a nuestros corazones, advirtiéndonos sobre los excesos y las preocupaciones que le quitan valor a nuestra verdadera belleza como mujeres. Dios valora la belleza interna de la santidad, y podemos tener la libertad de mostrarla en nuestra apariencia externa: «… porque todos los de su casa llevan ropa escarlata(…) su ropa es de lino fino y de púrpura» (Prov. 31:21-22).
El amor responsable de una hermana
La verdadera belleza también demuestra un corazón que ama bien a los demás. De forma particular, refleja sensibilidad a los hombres a nuestro alrededor. Al venir a Cristo, entramos a una familia. Dejamos de pensar en «mi cuerpo» para enfocarnos en el cuerpo de Cristo (1ª Co. 12:25-27). Ser miembro de una familia conlleva responsabilidades; significa que nos ayudamos unos a otros, consideramos las necesidades de los demás y llevamos las cargas los unos de los otros (Gál. 6:2).
Sin embargo, la inmodestia de una mujer nunca excusa el pecado del hombre. Eso es entre él y Dios. Dios lo hace responsable. Pero continuemos estando abiertas a aceptar nuestra responsabilidad para apoyar a los hombres en su búsqueda de pureza, y no pongamos toda la responsabilidad sobre ellos. Seamos como nuestro Padre nos dijo a través de Pablo:
«Todo es lícito, pero no todo es de provecho. Todo es lícito, pero no todo edifica. Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo» (1ª Cor. 10:23-24)
Un corazón inclinado a la santidad
No obstante, fijar lineamientos rígidos no es la respuesta a la inmodestia porque nunca tendremos éxito luchando con ella a través de reglas solamente. Por el contrario, debemos tener corazones que se consuman con un deseo por la santidad. Y aunque la santidad no es directamente proporcional al largo de la pieza de vestir, está relacionada.
Una mujer de buen gusto puede adaptarse a su cultura sin desagradar a su Padre. Ella sabe que su cuerpo es una obra maestra y ella lo refleja de esa misma manera, exponiéndolo de la manera correcta. Una mujer llena del evangelio es hermosa por su modestia y discreción, no a pesar de ella.
Como cristianas todas somos llamadas a honrar a Dios con nuestros cuerpos (1ª Cor. 6:20). El rescate que Él pagó por nosotras lo cambia todo y nos resulta un deleite presentar nuestros cuerpos «…como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios» (Rom. 12:1). Aquí Pablo usa un verbo que da a entender una dedicación voluntaria, la manera en como una novia se presenta a sí misma ante el novio. Se requiere una devoción consciente, inteligente y consagrada.
Buscar la pureza, al final, nos trae de regreso a la cruz. Significa tener un corazón simple y sincero hacia Dios que se pregunta, «¿cuál es la mejor manera de enfocar a otros en Jesús? En lugar de ¿qué puedo usar para llamar la atención?»
Cuando somos puras de corazón no decimos, «Cristo es lo mejor de mi vida» sino «Cristo es mi vida». ¿Qué dice tu corazón? La belleza de la modestia no tendrá ningún sentido para ti, hasta que Cristo se vuelva tu principal tesoro.
Amadas hermanas, fijemos de nuevo el estándar de lo que hace a una mujer hermosa. Tenemos el privilegio de vestirnos gozosamente para servir a nuestro Salvador. Busquemos Su ayuda para hacer que nuestra apariencia externa refleje la belleza, la gracia y el honor de la feminidad bíblica.
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