Mi Hija y el Evangelio

Siempre que tengo la oportunidad de pasar tiempo con mi pequeña hija, tiendo a verla y disfrutarla y pensar en todo cuanto quisiera poder darle, todo cuanto quiero que experimente, y esto va desde una comida saludable (pues es de «poco comer») hasta la alegría del disfrute de un día de aventuras en un viaje familiar.

Sé que como mamá, aunque me digo a mí misma que debo medirme al respecto, tengo en mi mente y corazón tantas ideas y planes y, sí, estructuras en las que quiero verla incursionar, las cuales definen el rumbo que toman mis esfuerzos de crianza en el día a día.

Me encuentro cada día luchando conmigo misma para ser menos yo y más como Jesús a la hora de enseñarla a hacer las cosas...

«Hora de levantarse (besitos, besitos)»,

«Hija, al terminar de jugar recuerda que tienes que recoger los juguetes»,

«Mi amor, recuerda que cuando una persona te saluda, es cordial devolver el saludo»,

«No le quites los juguetes a tu hermano. No discutan»,

«Se amable. Se cariñosa»,

«No todo puede hacerse en el momento en que queremos»,

«¿Qué tal si hoy intentamos probar esta comida? ¿Sabías que el queso (el aguacate, las frutas, los vegetales) te hacen bien?»

¡En fin! Me doy cuenta de que me paso la mayor parte del día dando instrucciones, reforzando y corrigiendo lo enseñado, con la idea de que mi hijita pueda ser la mejor versión de sí en el marco de «los planes que tengo para ella».

Quiero mencionar que la lista que acabas de leer (la cual no es exhaustiva) va rodeada de buenos deseos, como por ejemplo, una instrucción académica de calidad, el desarrollo de sus talentos a plenitud, sobretodo el canto, que aprenda a hacer buenos amigos, que sea una niña agradecida de las cosas que nuestro Señor le permita vivir y bueno... Si adelantara mis pensamientos a algunos 22 años a partir de esta fecha, desearía que Dios le dé un esposo que la ame y la valore, que la cuide y que tengan un hermoso matrimonio que florezca para la gloria de nuestro Dios (aquí suspiro y todo… jajaja).

Sin embargo…

Mientras yo anhelo y atesoro todas estas cosas para mi hija, el mundo la bombardea desde ya con las ideas de lo que se supone ella debe alcanzar para ser una chica exitosa y popular. Una diva, una mujer que no le tema a nada ni a nadie, que logre cosas, sin importar realmente cómo suceda. Su entorno le grita que lo haga por sí misma, que no obedezca, que no sea humilde y que no se humille. La sociedad la anima a ser superficial, materialista, oportunista y vanidosa, vendiéndole la idea errónea de que las cosas terrenales son las valiosas y que no hay alegría en perseguir las eternas.

Y es entonces, al considerar todas las cosas que quiero para mi hija y contrastarlas con aquellas que el mundo le ofrece, que me doy cuenta de que mis buenos deseos no son suficientes…

No son suficientes para que sea plena.

No son suficientes para protegerla.

No son suficientes para que disfrute de las dádivas de Dios.

No son suficientes para que se sienta amada o especial.

No son suficientes para que ella entienda su diseño y propósito en la vida y lo persiga guiada de la mano de Dios.

Y llegamos entonces a la pregunta, ¿qué, entonces, lo es?

El Evangelio de Cristo es suficiente.

Evangelio, ¡las buenas noticias de salvación! Las noticias de que Dios es un Dios de amor, perfecto en santidad. Quien en su pura bondad decidió enviar a Jesucristo a salvar, perdonar, a restaurar al ser humano que está destituido de su gloria a causa de la condenación que pende sobre sí como consecuencia del pecado. Jesús, Dios encarnado, quien murió en esa cruenta cruz, pagó mi deuda y la del resto de la humanidad, con la finalidad de llevarnos a Dios (1 Pe. 3:18) y darnos vida eterna (Jn. 3:16). Esto es lo que necesita mi Dominique... y oro por ello. Oro que Dios le de esa fe (Ro. 5:1-2) para creer al evangelio y que Dios le conceda arrepentimiento al verse como una pecadora necesitada de salvación. Oro que mi Dios le dé un corazón dócil para entender y vivir por Su Palabra (Salmo 86:11) y que abra sus ojos a las maravillas que en ella se encuentran (Salmo 119:18). Pido que Dominique llegue a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas (Deut. 6:5).

Es el poder del evangelio de Cristo Jesús lo que dará a mi hija una visión y una perspectiva correcta de la vida. Le dará un propósito y la ayudará a vivir en esta tierra, como sal y luz, no mirando las cosas que se ven, sino aquellas que son eternas, las que son de real valor, las que no se corroen ni se dañan, ni se pierden.

Al pensar sobre esto, me pregunto ¿Cómo puedo ayudar a mis hijos a conocer el evangelio? ¿qué puedo hacer por ellos? Estoy consciente que el Espíritu Santo es el que obra en los corazones, sin embargo, hay una parte en la que yo, como su mami, he sido comisionada por Dios para colaborar con Él en tan hermosa labor. Quiero compartir algunas ideas contigo para que de igual forma te involucres activamente en presentar el evangelio a tus hijos, a tus sobrinos, a tus nietos… a los hijos de tus conocidos, a los niños de la escuela dominical, a todos cuanto Dios ponga en tu camino y sobre quienes puedas ejercer una influencia piadosa.

1. Sé una mamá de oración. (Fil. 4:6)

El milagro que ocurre al pasar de muerte a vida sólo puede ser operado en los corazones por medio del Espíritu Santo. Nuestros esfuerzos y métodos no cambian corazones, esta es una labor sobrenatural y por ende, la última palabra la tiene nuestro Dios. De nosotras es el orar por nuestros hijos, para que Dios les dé entendimiento en cuanto a su necesidad de Él y lo hermoso de esta gracia salvadora.

2. Sé una mamá de la Palabra. (Col. 3:16)

Lee, estudia, practica y enseña lo que aprendes en tu Biblia. La Palabra de Dios no pasa de moda, ella es relevante para hoy y pertinente para cada aspecto de nuestras vidas. En ella tus hijos encontrarán el consejo adecuado para cada ocasión y la recompensa de vivir conforme a su estándar de fe y conducta. La Biblia les ayudará a ver cómo funcionan las relaciones, cómo hacer amigos y por qué defender lo que creen ante un mundo que da la espalda a Dios. La Biblia consuela, apoya, ayuda, guía, anima, alegra, da esperanza y da vida.

3. Se una mamá sabia. (Prov. 14:1)

Edifica tu casa. Pasa tiempo en casa con tus hijos, involúcrate en sus rutinas y en todo cuanto hacen. De esa forma podrás aprovechar muchos pequeños momentos que te servirán como grandes oportunidades para sembrar la semilla del evangelio. Una canción, un deseo, una discusión, una inquietud, un arcoiris, un resfriado, un favor a un vecino, un regalo, una muestra de generosidad… no puedes perder esos momentos en los cuales el evangelio puede brillar y ser aprendido como un estilo de vida.

4. Sé una mamá de iglesia. (He. 10:25)

Asiste a la iglesia con tu familia de forma regular. Sé celosa con esto. Que no hayan excusas para ausentarse del lugar en que Dios nos habla, edifica y donde él provee de una comunidad en la que tanto tú como tus hijos pueden involucrarse, servir, aprender y ser entrenados para toda buena obra. No dejes de llevar a tus hijos contigo. Aunque ellos no quieran y creas que se «aburren» y «no entienden»; no dudes ni por un minuto el bien que les hace estar en la casa de Dios.

5. Sé una mamá creativa.

(si no sabes cómo hacer algo, pregunta a esas mamis que si saben de todo) para estudiar la Biblia con tu hija. Dependiendo de su edad sabrás cuáles cosas aplican a la etapa en que se encuentre, sea la de conocer las historias bíblicas, o la de estudiar un libro en particular, biografías, temas específicos, en fin. Puedes hacerlo en casa, en un parque, en un café, pero no dejes de hacerlo. Comparte tu experiencia de fe, comparte tu vida, en la forma en que vives y ella te observa hacerlo. Estará tomando de eso que ha visto en ti antes de lo que te imaginas.

6. Sé una mamá perseverante. (Fil. 4:13)

Aún cuando hagas todo lo que debes hacer como mamá, recuerda que las fuerzas, la gracia y el gozo vienen de Dios. Sé fiel, Tu Dios es tu ayudador. No te compares con otras mamás y no compares a tu hija con otras hijas. Sé la mamá de tu hija, esa que Dios escogió para ella y deja que ella sea esa hija tan especial que él escogió para ti.

Me gustaría también recomendarte el libro de Elizabeth George (aprendí allí algunas de estos tips) titulado Cómo criar una hija conforme al corazón de Dios, obsequio que recibí de mi madre y por quien doy gracias a mi Dios, pues ella es ejemplo de esa madre que se empeñó en llevarme a Cristo mientras crecía.

Te animo a iniciar cuanto antes en esta aventura de regalar el evangelio a tus hijos y considerar, ¿has venido tú a Cristo? ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu hija acerca de su necesidad de salvación? ¿Le has contado lo especial que Jesús es para ti? ¿Saben tus hijos cuál es tu verso y tu canción favorita y por qué? ¿Cuál de los consejos prácticos mencionados arriba debes reforzar con urgencia? Recuerda que Dios y su gracia son suficientes. El evangelio es suficiente. La Palabra de Dios es suficiente. Aférrate a esta verdad.

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Sobre el autor

Jannelle Gómez de Ramírez

Jannelle es Dominicana y vino a Cristo a la edad de 9 años y por la gracia del Señor, desde entonces y hasta ahora, su amor por la Palabra de Dios y su involucramiento en diversos ministerios de su iglesia … leer más …


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