Cuando se dio la noticia de que debíamos quedarnos en casa debido a la pandemia, mi primera reacción fue: «Todo estará bien, podremos tomar estos días como descanso; además, tendremos la oportunidad de pasar más tiempo juntos como familia». Claro, en un inicio ninguno de nosotros sabíamos por cuánto tiempo se extendería y todos los cambios que esto implicaría.
Como era de esperarse... Esta «emoción» simplemente se fue esfumando, y mi corazón empezó a revelar mucho de lo que había en mi interior. Nuestra dinámica familiar había cambiado por completo. Mis tres hijos: el de secundaria, el de primaria y el de preescolar, ahora estaban todo el día en casa y eso modificó totalmente mi rutina de las mañanas, en las que los despedía temprano y me quedaba a disfrutar de una taza de café y mi lectura de la biblia en la quietud y comodidad de mi hogar.
Ahora todo luce muy diferente, mi tiempo de lectura no ha sido en medio de momentos de paz y tranquilidad. Las mañanas inician entre el caos, con todos en movimiento; preparando el desayuno, lavando platos, entre muchas otras cosas. Para ser sincera, lo único que podía pensar era «bueno aquí vamos, un día más», como si solo se tratara de sobrevivir.
El agotamiento y la frustración me estaban robando el gozo, al punto de pensar que necesitaba ser rescatada de mis propios hijos; pero el Señor, en Su gracia, me llevó a darme cuenta de que era yo quien necesitaba ser rescatada de mí misma, de mis deseos egoístas y de mi comodidad; que fácilmente justificaba pensando en que lo único que deseaba era un tiempo de quietud para meditar en la palabra. Pero detrás de ese deseo aparentemente «piadoso», había un deseo pecaminoso por tener el control, control del tiempo, como si el tiempo me perteneciera.
Una de esas mañanas en que me levanté para leer, pensando que tal vez no tendría distracciones, escuché unas pequeñas pisadas bajando las escaleras. Era mi hijo de 4 años, se sentó a mi lado haciendo ruido con sus juguetes y de repente se levantó y corrió por su biblia para leer junto a mí. En ese momento Dios me recordaba mi llamado como madre. Me recordaba que el tiempo de devoción no se limita a un tiempo de quietud durante la mañana, sino a que debía trascender de tal manera que pudiera vivir el evangelio y modelarlo con mis hijos durante todo el día, cada día.
En medio del caos es fácil que olvidemos nuestra misión como madres y que dejemos de ver las valiosas oportunidades que Dios nos ha dado para exhibir Su gloria.
El Señor ha trastocado toda nuestra dinámica familiar de una manera que tal vez yo no hubiera elegido, pero que hoy abrazo, entendiendo que Él ha orquestado este tiempo de pandemia con un propósito. Hay mucho que podemos enseñarles a nuestros hijos en medio de esta situación, para que ellos aprendan que Dios es soberano y puedan entender nuestra fragilidad como seres humanos; que puedan darse cuenta como todo aquí es pasajero y temporal; que entiendan que el sufrimiento es parte de vivir en un mundo caído y que, como creyentes, no estamos exentos de sufrir, sino que eso Dios lo usa para hacernos más como Él.
Como padres, somos agentes de Dios para mostrar Su carácter a nuestros hijos. Me encantó la frase de Paul Tripp que dice: «En la vida de tus hijos, eres la mirada del rostro de Dios, eres el toque de su mano y el tono de su voz». Eso puso en mí una gran responsabilidad. Yo necesito a Cristo cada día para ser conformada a Su carácter y ser una digna representante de Él. No puedo ofrecer a mis hijos algo que no tengo, el carácter de Cristo no va a fluir de mí, si Él no controla cada área de mi vida.
Necesito de Su gracia y Su presencia, no solo en un momento de devocional, y no me malentiendan... tener un tiempo a solas con Dios es necesario, pero no te conformes con ese momento sino con ser consciente de tu dependencia todo el tiempo, para que en medio de lo cotidiano puedas mostrar a Cristo.
Déjame decirte que conocer y vivir estas verdades no cambian las circunstancias, pero si cambian la forma en cómo las afrontas. Es decir, te seguirás encontrando con esos momentos incómodos que pueden verse como interrupciones en tu agenda; niños gritando, juguetes por todo el piso y llantos interminables. Todas estas cosas solo son indicadores que nos recuerdan que nuestros hijos aún son pequeños y que aún tenemos muchas oportunidades para compartir con ellos y apuntarles a Cristo.
Querida mamá que estás en medio del alboroto de tu hogar, no olvides que el Señor conoce nuestras luchas y Su gracia está disponible para nosotras. A lo largo de la biblia encontramos a hombres y mujeres que fueron recipientes de la gracia de Dios, no precisamente en los momentos de paz y tranquilidad, sino en medio del caos, porque justo allí es que resplandece Su gloria.
«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Hebreos 4:16
Escuchar esas vocecitas que están constantemente haciendo alguna petición, es un recordatorio de que nuestros hijos no son diferentes a nosotras, porque al igual que ellos, estamos también necesitadas. Debemos pensar en el gran privilegio que el Señor ha puesto en nosotras de ser embajadoras para compartir con nuestros hijos el mensaje de la reconciliación. Si nosotras hemos sido reconciliadas con Cristo entonces anunciemos a esos pequeños que son portadores de la imagen de Dios, ese precioso mensaje de la reconciliación.
«Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado». Colosenses 1:21
Como creyentes, no debemos olvidar de donde nos ha rescatado Dios, y debido a nuestra naturaleza caída, cada día debo ser rescatada de mi pecado, que es lo que realmente me estorba para cumplir mi llamado como madre.
En medio de los escenarios más catastróficos que tengas en tu hogar, el evangelio nos libera de la carga y encontramos descanso, no precisamente un descanso físico; aunque también es bueno y necesario, pero un descanso más profundo de saber que lo tenemos a Él, para que Él en nosotras haga lo que nosotras no podríamos hacer en nuestras propias fuerzas. Él nos encuentra en nuestra debilidad para que Su poder actúe en nuestras vidas.
¿Tienes niños pequeños? Agradece a Dios porque te ha puesto como agente para avanzar Su reino, y recuerda... «Si quieres ser una digna representante de Él, necesitas en tu vida más de Él y menos de ti.»
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación