Hay momentos en nuestras vidas en los cuales tenemos total claridad acerca de un recuerdo o circunstancia dolorosa en que nos encontramos. En ocasiones solo es un momento, y en otras, nos conmociona a tal punto que en lo profundo de nuestro ser, sabemos que siempre lo recordaremos. Tuve uno de esos momentos en el año 2012.
Al igual que la mayoría de mis amigas, asumí que me casaría en mis 20s. Una a una, de dos en dos, observé cómo casi todas se casaban y crucé el umbral de los treinta preguntándome qué cosa tan horrible había en mí. Cada año que transcurría, el sentimiento de que había algo defectuoso en mí, crecía. Encontré más propósito en mi soltería, exponencialmente hablando, pero simultáneamente sentía que había sido pasada por alto. En mí coexistían el sentido de propósito público junto con la confusión interior.
En el año 2012 hice algunas amistades que luchaban con la infertilidad, y en ese momento todo se hizo muy claro para mí. Aunque ahora puede parecerme tan obvio, hasta ese momento yo no había considerado las similitudes de las luchas que compartíamos. Y ahora, luchando con la infertilidad, me siento agradecida por el extraño regalo de que algo me falte. El hecho de haber experimentado estas dos etapas similares, me ha hecho más sensible a las personas a mi alrededor que esperan por algo que no se les ha prometido y, a ver cuán rápido podemos correr a la aparente seguridad de basar nuestra identidad en eso, para excusar nuestros pecados, temores, fracasos y decisiones.
Las lecciones que aprendí en mi soltería se parecen a las de la infertilidad en varias maneras:
- Tuve que aprender que Dios no me había prometido que me casaría, a pesar de todo lo que yo quería casarme y pensaba que había sido hecha para ello. Eso ha hecho infinitamente más fácil recordar que tampoco se me ha prometido que tendré hijos, aunque los anhele y considere que fui creada para tenerlos. Si creo que un simple deseo por algo es una garantía de que lo tendré, he hecho de ese algo un ídolo, pues ha tomado el lugar de Dios. Lo que quiero y anhelo, puede gobernar mi adoración.
- Tuve que aprender que no podía poner mi propósito en pausa hasta que me casara. De la misma manera he tenido que aprender que no soy menos que nadie, ni se me ha retenido nada, ni tampoco estoy incompleta ni incapacitada para aprender lo que Dios quiere que yo aprenda de la infertilidad. Dios me enseñará paciencia, esperanza, Su suficiencia y fidelidad, así como enseñará a las jóvenes madres y cómo lo hizo con aquellas que tienen el nido vacío. Él no me retiene nada bueno, ni siquiera aquellas lecciones que yo pueda pensar que están limitadas a quienes sí tienen lo que anhelo.
- En mi soltería tuve que aprender que siempre me sentiría un poco incompleta y que eso no era algo malo. Lo mismo ocurre en la infertilidad. El regalo es que algo me falte. El sentimiento de no estar completos es un gran regalo para los cristianos porque nos recuerda que no hemos llegado a casa todavía, no estamos cara a cara con Jesús. Ora que aquellas áreas donde tienes el dolor de la sensación de vacío te hagan anhelar más el día de Jesús.
- Tuve que aprender que mi familia no era un esposo o hijos, sino la iglesia local. Nuestro mundo y la cultura de la iglesia se desenvuelven y se edifican tanto alrededor del nucleo familiar que ésta fue una dura enseñanza. Durante mi soltería tuve que ser muy intencional en encontrar hermanas, hermanos, madres, padres e hijos dentro de la iglesia local. En la infertilidad es lo mismo. Mi familia no está limitada a la sangre o el ADN, sino que es el cuerpo de Cristo.
- Tuve que aprender que mi esperanza no se encontraba en que alguien soltero fuera mi mejor amigo, mi confidente más íntimo y objeto de mis afectos. En la infertilidad he tenido que aprender que quizás nunca tenga hijos a quienes vestir, enseñar, alimentar, nutrir, amar, disciplinar y dejar ir. Esto me ha enseñado a quitar los ojos de mí misma y ponerlos en muchas otras.
Cada día me convenzo más de que mis años de soltería me estuvieron preparando para estos años de infertilidad. No sé cuándo o cómo o si tendremos hijos. Pero sí sé que no siento que mi vida se está desperdiciando, ni que he sido pasada por alto, ni tengo temor, ni he sido ignorada ,ni tampoco Dios me está dando menos de lo que merezco. Y tengo por seguro que ha sido porque durante mi soltería me involucré en el sufrimiento de mis amistades que no podían tener hijos y aprendí a ver que todos esperamos por algo, cada uno de nosotros.
Si tu mesa está vacía porque no te has casado o porque Dios no te ha dado hijos o quizás ya son adultos y se fueron, ¿con qué Él querrá llenar esas sillas? ¿Qué te está enseñando sobre Su carácter? ¿En cuáles tipos de pruebas Él te está pidiendo que te involucres con tus hermanos y hermanas, aunque no sean las mismas que las tuyas? ¿Cómo Él te ha preparado en el pasado para la lucha que enfrentas hoy?
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