Escrito por Victoria Incháustegui de Esteva
Hace poco me enteré de la muerte del padre de una amiga muy querida de República Dominicana. Las dos compartimos la experiencia de tener un hijo con síndrome de down, lo que permitió que en un momento de nuestras vidas tuviéramos una conexión especial. Dos días más tarde, recibí la penosa noticia de que su mamá también había muerto. Me mandaron una nota de voz con el testimonio de cómo sus padres se convirtieron al Señor antes de partir hacia el otro lado del sol.
Somos cristianas, pero eso no significa que estamos exentas de atravesar momentos de mucho dolor. Sin embargo, qué privilegio tan grande el que tenemos de llorar delante de la presencia de nuestro Señor. Mientras tanto, de este lado del sol, nos toca seguir batallando hasta que seamos llamadas a su presencia a través de los medios que Él escoja y en el tiempo que Él tiene determinado.
Ahora bien, cuando estamos viviendo una situación extraordinaria en la que estamos siendo probadas: ¿Es la Biblia la verdadera y viva Palabra de Dios en nuestras vidas? ¿Está siendo esta Palabra viva y eficaz en tiempos de necesidad?
El apóstol Pablo le dice a Timoteo en su segunda carta que toda la Escritura es inspirada por Dios con el propósito de enseñarnos e instruirnos, a fin de que podamos seguir creciendo y perfeccionándonos para andar en toda buena obra. Esas obras el Señor las preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
En los días en que recibí la noticia de los padres de mi amiga estaba leyendo los Salmos como parte de mi devocional matutino; por eso, decidí compartir con ella una meditación de unos cuantos versículos del Salmo 27 que espero puedan ser de bendición para ti.
Confianza absoluta en nuestro Dios
El señor es mi luz y mi salvación (v.1): Si tengo la luz que me muestra el camino y me libra de todo peligro, ¿por qué habría de temer? El Señor es mi fortaleza y me protege del peligro, entonces, ¿por qué habría de temblar?
En la actualidad estamos viviendo diferentes tipos de temores. ¿Quién más se morirá por el COVID 19? ¿Me dará a mí? ¿Moriré asfixiada? ¿Entrará esta enfermedad a mi casa? ¿Cuánto más durará este peligro en las calles? ¿Cómo cuido a mi familia de este mal?
Cuando estas preguntas, inquietudes y miedos se convierten en los pensamientos y acciones que dominan nuestra vida, entonces se vuelven enemigos internos. Vemos el peligro en todo lugar.
Si un ejército acampa contra mí, no temerá mi corazón (v. 3a): A veces nos sentimos rodeadas, perdemos la capacidad de movernos en paz bajo la luz de la Palabra y de avanzar en nuestro camino de fe, incluso se nos dificulta obedecer al Señor. Sin embargo, es allí donde debemos recordar que la victoria que Cristo ganó en la en la cruz es nuestra. Por eso, nuestro corazón no temerá, porque cuando levantamos la vista siempre vemos a Cristo victorioso y a nosotros junto a Él, porque su victoria es nuestra.
Si contra mí se levanta guerra, a pesar de ellos, yo estaré confiado (v. 3b): En ocasiones tenemos una tristeza profunda. El enemigo nos acusa de que todo lo estamos haciendo mal, de que tenemos miedo y de que no tenemos suficiente fe; pero, ¿qué decisión tomamos? ¿nos sumergimos en la tristeza o ponemos nuestra confianza en Dios? El mismo salmista inspirado por el Espíritu Santo nos lleva a la acción. Confiar en el Señor es la respuesta. Aunque el mundo alrededor se desmorone, Cristo es digno de nuestra confianza. Además, ¿quién podrá acusar a los escogidos de Dios? Recuerda querida hermana, nadie, ni siquiera la muerte, puede separarnos de Cristo.
Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en Su templo. Porque en el día de la angustia me esconderá en Su tabernáculo; en lo secreto de Su tienda me ocultará; sobre una roca me pondrá en alto (v. 4-5): Reconozcamos a nuestro Señor como la fuente inagotable. «Separados de Él nada podemos hacer» (Jn 15:4-5). Dediquemos nuestra fuerza, o la que nos queda, a tener la perspectiva correcta a través de su Palabra. Organicemos nuestros anhelos: en vez de anhelar que la pandemia pase, que nadie más se enferme, que nadie que yo conozca se muera y que yo pueda desinfectar todo perfectamente; anhelemos cimentarnos en su verdad. Hermana, que nuestro anhelo sea vivir en su presencia todos los días de nuestra vida. Que el Señor sea nuestro deleite, nos plazca estar en su presencia y cobrar ánimo en Él. Dios es perfecto, soberano, sabe lo que está haciendo y conoce el final de la historia. Meditemos en su presencia y que su Palabra se haga en nuestra vida.
Cuando lleguen las dificultades, la enfermedad o la muerte de personas conocidas; refúgiate en la verdad de Dios y busca el rostro del Señor en oración sin cesar. Durante esos días, busca la compañía de hermanas que te ayuden a esconderte en el santuario del Señor, que te ayuden a mantenerte sobre la roca alta donde nadie, por su misericordia, te alcanzará.
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