Más allá de la zambullida: la verdadera sanidad en Cristo

Hace unos años tuve la oportunidad de visitar un lugar natural y hermoso. Un río con cascada, rodeado de piedras y árboles en lo intrincado del campismo, el Yunque de Baracoa, provincia de Guantánamo-Cuba.

El color verde azulado del agua con lo blanco de la espuma al caer la cascada era hermoso, y las ondas que se ampliaban a lo largo del río atraían e invitaban a darse sin demora un buen chapuzón. Era una delicia, no podías irte sin tomarte una foto de recuerdo.

En este caso, el impulso de zambullirse era pura diversión, pero en el caso del enfermo del estanque de Betesda, cuya historia que veremos a continuación en Juan 5:1-9, era una necesidad de sanidad, o al menos era lo que pensaba, porque el versículo 7 dice: «El enfermo le respondió: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada y mientras yo llego, otro baja antes que yo”».

Alrededor de este estanque yacía una multitud de enfermos con diferentes males. Ya puedo imaginar la aglomeración, la tensión y desilusión, el enojo, egoísmo y cuántos otros sentimientos y actitudes predominaban en estas personas doblemente enfermas; del alma y del cuerpo.

Y estaba este hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Decirlo es fácil, vivirlo es otra cosa. No son 38 días, ni 38 meses, ¡38 años! De miseria, sufrimiento y muchas decepciones al ver que otros le tomaban la delantera y nadie lo ayudaba. A nadie le importaba. Estaba solo.

¿Te has sentido como este hombre como si a otros les llegaran las oportunidades que tú esperas hace mucho tiempo? ¿Has creído que a nadie le interesas? ¿Te sientes sola? 

Hoy quiero decirte que el Dios que todo lo ve y todo lo sabe no te ha perdido de vista.

Este hombre no podía imaginar otra cosa mejor que zambullirse en el estanque; sería el fin de sus miserias. Por eso, a pesar de su imposibilidad, a rastras, llegaba a ese lugar. Quizá hasta dormía allí o hacía largas vigilias.

Su objetivo era ese. ¡Pero no debía serlo! ¡Había algo mejor y Mayor!

El versículo 6, dice: «Cuando Jesús lo vio acostado allí y supo que ya llevaba mucho tiempo en aquella condición, le dijo: “¿Quieres ser sano?"».

Fijó sus ojos en él. ¡Qué privilegio! ¿Qué lo movió? Este hombre no le pide a Jesús ni le ruega como otros enfermos lo hacen. Lo más probable es que no quisiera perder su limosna o su puesto; o tal vez había perdido la voluntad y la esperanza. Él no conoce a Jesús pero Jesús sí lo conoce a él. Con ojos llenos de amor toma la iniciativa en preguntarle: «¿Quieres ser sano?». La respuesta del hombre es explicativa: «Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo». 

Hubiera deseado que respondiera diferente, como el centurión o como Bartimeo.

Pero este hombre no considera a Jesús como una opción. Estaba ciego espiritualmente igual que nosotras antes de conocer a Cristo. Cuando estábamos muertas en delitos y pecados, Jesús no era una opción. Hoy le amamos porque Él nos amó primero (1 Jn. 4:10). 

Este hombre nunca pensó que por esta vía llegaría su sanidad. Su confianza y su ídolo era el estanque, y a pesar de su decepción, seguía ahí.

¿Cuál es tu estanque? ¿Crees que con una zambullida está la solución a tu problema? ¿Sigues esperando una especie de suerte que consideras el fin de tu sufrimiento? ¿Un viaje? ¿Una lotería? ¿Una relación amorosa nueva? ¿Salud y una buena figura física? ¿Más dinero? ¿Una oportunidad ministerial? No es real, es una ilusión. Lo único real es Cristo, Él lo tiene todo, Él es el descanso. Su palabra es vida y te sana el alma. Basta con una Palabra de Su boca. 

«Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y comenzó a andar. Pero aquel día era día de reposo» (vv. 8-9) 

«Levántate» vino de la misma voz por la que fueron hechos los cielos y la tierra. Es la misma Palabra que hizo que de las tinieblas resplandeciera la luz, la misma que convirtió el agua en vino, la tormenta en calma, que echó fuera demonios, libertó al oprimido y resucitó muertos. Es la Palabra que se encarnó y habitó entre nosotros y vimos Su gloria. Es Jesús lleno de gracia y de verdad (Jn.1:14).

Es la misma Palabra que te reta a caminar en fe por la senda de la obediencia para recibir el milagro y la transformación que tu corazón tanto desea y espera, pero que está velado por la solución ilusoria y el objeto equivocado.

Cristo te conoce, vino a ti, te habla, te escucha, te ha dejado la única ancla firme para que tu mástil no se parta en esta tambaleante vida.

Aquel hombre no tenía idea de lo que sucedería luego de hacer lo que Jesús le ordenó: «Levántate toma tu camilla y anda». Él no vaciló, no discutió, no puso pretextos ni condiciones, simple y rápidamente creyó y obedeció, y la vida le cambió. 

A partir de su año de vida 39 se contaría un capítulo nuevo en su historia. Todo porque Jesús vino a él.

También ha venido a ti. Cambia tu enfoque, Él es mejor y Mayor que una zambullida. 

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Sobre el autor

Yeiner Matos

Yeiner vive en un pueblo costero del municipio de Mariel en la provincia Artemisa en Cuba. Está dedicada a su hogar y la crianza de sus dos hijas al lado de su esposo, quien está a cargo del ministerio pastoral … leer más …


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