Mary Winslow | Una gran guerrera de oración

Por: Donna Kelderman

El día en que llegó el telégrafo quedaría grabado en la mente de Mary Winslow para siempre. Recientemente había llegado a Nueva York con sus diez hijos; mientras esperaba la llegada de su esposo, la bebé de los Winslow murió repentina e inesperadamente en sus brazos. Aún antes de que su hijita fuera enterrada, a Mary le llegó la noticia devastadora de la muerte de su esposo. “En el preciso momento en que lloraba sobre el cuerpo de mi querida hijita,” escribió Mary en una carta, “recibí la información de que una calamidad aún mayor había caído sobre mí, ¡y que Dios ciertamente me había convertido en viuda!”

Sus primeros años

Mary Forbes nació en 1774, hija del Dr. Forbes y su esposa. Su vida fue salvada de manera milagrosa, en varias ocasiones, durante su niñez. En una ocasión, acompañando a sus padres en un viaje, una terrible tormenta cayó sobre su embarcación. Mientras ella y su madre buscaban un lugar de refugio debajo de la cubierta, Mary notó que un pequeño pedazo de la mecha encendida estaba por terminarse sobre la base de la vela.

Temiendo que el barril sobre el cual reposaba comenzara a quemarse, ella saltó del regazo de su madre y rápidamente la quitó. No fue sino hasta ese momento que su madre (absorta en la inminente fatalidad) se dio cuenta que el barril a punto de prenderse era un tonel de pólvora. Años después recordando este evento, Mary escribió, “si no la hubiese quitado en ese momento, la embarcación y todos los que estábamos a bordo, hubiéramos volado de inmediato en átomos.”

Hija única, Mary se casó con el Teniente Thomas Winslow a la edad de diecisiete años. Juntos, los Winslow tenían todo lo que cualquiera podría desear. Una noche, al regresar a casa después de una fiesta, Mary se recostó en la cama pensando en “el brillo, la música, el baile, la emoción, la atención y el placer”. Con un corazón cargado, susurró, “¿Esto es todo?” Fue entonces que tuvo convicción espiritual y encontró liberación mientras suplicaba por la promesa “pedid y recibiréis”. El Señor, misericordiosamente, usó estas palabras, “Yo soy tu salvación” para traer redención a su alma.

Los violentos lo arrebatan

Ahora en un país extraño, afligida por la pérdida de su bebé, así como de su amado esposo, Mary casi se hunde bajo el peso de su sufrimiento. ¿Cómo iba a criar sola una familia tan numerosa? La carga por las almas de los ocho hijos y la hija que le quedaban, pesaba constantemente sobre sus hombros, hasta que una noche, en que ella no podía seguir más con esa carga.

Años después, ella hizo un recuento de los eventos de esa noche a sus hijos:

Pasé toda la noche luchando en oración –una noche por siempre y para siempre memorable. Todos dormían en casa, excepto su madre viuda. Caminé de un lado a otro en mi cuarto luchando suplicante por ayuda y consuelo de Aquél, el Único que podía impartirla. En vano busqué asirme de una promesa divina; todas parecían encubiertas en la más profunda penumbra. Así tras pasar la noche en congoja, el amanecer me encontró todavía luchando con Dios.


Fue entonces que una voz me habló desde lo más profundo de mi alma, tan bendita que no podía equivocarme. Su promesa fue tan divina, su consuelo tan real, su seguridad tan explícita, no tenía dudas de a Quién pertenecía esa voz. “Yo seré un Padre para tus hijos,” fueron las palabras pronunciadas. En un instante sentí que Dios estaba conmigo, en esa habitación.  Me sentí segura de que Dios había visto mi aflicción, y Él mismo había inclinado los cielos y bajado a consolarme. Me levanté y caí de rodillas; y, en adoración y gratitud, derramé mi corazón delante de Él.  Mi dormitorio que antes había sido el escenario de la angustia más profunda, era ahora la mismísima puerta del cielo para mi alma. Me sentí confiada en que Dios no solo sería un Padre para mis hijos huérfanos, sino también un Esposo para su madre viuda.

Desde aquel día en adelante su Padre celestial se convirtió en su Esposo y Amigo. “No siempre puedo decirle a la amiga más querida del mundo lo que sucede en mi mente; ¡pero puedo contárselo todo a Jesús!” decía Mary con frecuencia.

Tan pronto como un problema aparecía, Mary caía de rodillas y vaciaba su corazón delante de su Padre celestial.

Esta maravillosa promesa dio también a Mary un celo renovado para instruir diariamente a sus nueve hijos.  Reuniéndolos a su alrededor, mañana y tarde, les hablaba de la fidelidad y cuidado de Dios, rogándoles que pusieran a Dios como prioridad en su vida.

La pluma de una escritora dispuesta

Mary no se daba cuenta que los grandes problemas que había soportado en el transcurso de su joven vida, serían los medios a través de los cuales el Señor la estaba preparando para una vida de servicio.  Dios le dio mucho discernimiento para ministrar a las necesidades de otros y su pluma se convirtió en una medicina para muchas almas. Fuese una palabra de exhortación o gotas dulces de ánimo para una amiga desalentada, Mary vaciaba su vida ministrando a aquellas con quienes entraba en contacto.

A una nueva creyente le escribió, “Ahora eres llamada a glorificarle en cuerpo, alma y espíritu. Ya no perteneces a ti misma, sino a Jesús. Dile a Él, ‘Señor, ¿Qué quieres que yo haga?’”

A alguien que pasaba por pruebas le escribió, “Querida amiga, aprovecha bien tus problemas –son los tesoros y bendiciones disfrazados- avivan nuestra oración. Ora en la prueba, con respecto a la prueba, y ora después de la prueba, para que no te pierdas lo bueno que Dios ha diseñado que ésta te enseñe.”

A un hermano en necesidad: “la tentación es una prueba, la tribulación es una disciplina, la prueba es una escuela, todos son esenciales para perfeccionar nuestra educación para la eternidad.”

A otra le consolaba, “Cuando algo me prueba, y mi corazón se hunde, en el momento en que pienso en Dios, la carga se aligera o es removida. Y cuando viene el problema, pequeño o grande, entonces nos refugiamos bajo Sus alas, o nos acurrucamos cerca de Su regazo, y sentimos el latido de su corazón.”

A una amiga, le exhortaba, “confesar nuestro pecado es uno de los ejercicios del alma renovada más santos y sanos. Ir a Jesús consciente de nuestra debilidad de pensamiento, de palabra y de acción, es nuestro precioso privilegio. Diez minutos a los pies de Jesús, con una visión completa de Su amor, mientras confesamos pecados y defectos –pecados que sabemos que ya han sido perdonados- y aun lamentando haber afligido a Aquel que tan tiernamente nos ama, es una felicidad que no cambiaría por millones de mundos.”

¡Qué tesoro de escritos tenemos porque Mary usó los talentos que Dios le dio! Al leer sus cartas, las mujeres de hoy son atraídas a Cristo siendo inspiradas a seguir las pisadas de esta querida hermana. Ella cumplió su deber como madre y maestra de sus hijos, al mismo tiempo que impactaba profundamente miles de vidas. ¡Qué llamado tan alto tenemos también nosotras de usar los talentos que se nos han dado!

¿Estamos “floreciendo donde hemos sido plantadas”? En lugar de amargarse con la porción que Dios le dio,. “Nunca podríamos pedirle demasiado” decía ella. “Pide lo que sea en mi nombre, y Yo lo haré. Ahí está Él, para cumplir Su propia promesa; y mientras más frecuentemente vamos a Él, más bienvenidas somos”.

La fe se vuelve vista

Los nueve hijos de Mary rindieron sus vidas al Señor; tres fueron ministros del Evangelio. Al llegar a sus días finales en esta tierra, Mary trataba de continuar con su correspondencia. En su última carta, escribió,

Oh, querida y joven amiga, he estado muy enferma; ¡mi dulce hogar está casi a la vista! Haz de Jesús tu jefe AMIGO, y mira más a las cosas que no se ven y son eternas. Sentada en la cama y apoyada por almohadas, no puedo escribir más. Asegúrate del cielo. Puedes cometer muchos errores respecto a este pobre mundo, pero, te ruego, no te equivoques con respecto a la inmensa eternidad.

Así Mary entró en sus últimos días en la tierra.  Algunas de sus últimas palabras registradas son un eco de su vida en la tierra: “Mantén intimidad cercana con Jesús. Debemos vivir en Cristo, y morir en Él”.

Mary anhelaba ver a su querido Salvador. Al llegar la muerte, en sus últimos respiros, repetía rápidamente las palabras, “¡Te veo! ¡Te veo! ¡Te veo!” Su vida repleta de servicio a su querido Salvador, finalmente terminó en vista, solo para escuchar las benditas palabras, “¡Bien, buena sierva y fiel!”

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