María: confiando ante lo desconocido

Escrito por  Joy McClain  

Era una invitación abierta a desobedecer a Dios. Satanás le presentó a la mujer en el jardín la deslizante mentira de cuestionar las intenciones de Dios. Miles de años después, con el hilo intacto del linaje del Rey, Dios le dio a otra joven la oportunidad de responder a una invitación. Ninguna de las dos mujeres podía conocer las consecuencias de sus respuestas.

Eva no podía prever la angustia del alma que experimentaría ni la confusión y el quebranto que sobrevendrían a la humanidad. Debido a sus acciones, otra mujer tendría la oportunidad de responder. Solo que ella lo haría con humildad y obediencia, lo que la llevó a su propia angustia de alma.

«Tu hijo será conocido como el Varón de dolores. Llevará sobre sus hombros el peso de todos los pecados de toda la humanidad. Será rechazado, despreciado y conocerá el dolor. Sufrirá una angustia increíble y tendrá una muerte insoportablemente dolorosa». Esas no son las palabras que el ángel Gabriel pronunció cuando María recibió la noticia de que Dios la había elegido para dar a luz y criar a su Hijo. Más bien, la saludó y la tranquilizó, y le otorgó a María el título de «muy favorecida».

María no tenía forma de saber cómo reaccionaría el hombre con el que estaba comprometida al enterarse de su embarazo, puesto que culturalmente significaba ser apedreada hasta la muerte. Pero ella respondió con total entrega: «Soy la sierva del Señor, que sea como has dicho». Estaba dispuesta a confiar en que el Señor haría un camino para ella y sus circunstancias, pero el Espíritu Santo también preparó el corazón de su prometido, José, un hombre justo que igualmente obedecía cada vez que el Señor le hablaba.

María no sabía que iba a dar a luz a su primogénito sin la comodidad de un hogar, de su madre cerca o de una cama. En cambio, lo hizo en un entorno lleno de un olor mezclado de ganado, paja y aire nocturno. Pero Dios la había preparado de una manera hermosa y práctica al permitirle pasar tres meses con su pariente mayor y más sabia, Elisabet, que esperaba el nacimiento de su propio bebé.

De pie en el templo, María se maravilló de las palabras que el devoto Simeón pronunció sobre su hijo mientras lo sostenía en sus brazos. Cuando le advirtió que una espada atravesaría su propio corazón, Dios ya había enviado a la anciana profetisa Ana para que diera continuidad a esas palabras abrasadoras, llenas de esperanza, de redención.

Cuando llegó el malvado edicto de Herodes ordenando que todos los niños menores de dos años fueran asesinados, José fue advertido por el Espíritu Santo para que huyera inmediatamente a Egipto con el fin de proteger a su hijo. Dios ya había enviado su provisión a través de los Magos con sus regalos de incienso, oro y mirra para el inesperado y repentino viaje.

María respondió a la llamada de amamantar y nutrir al Niño Jesús con humildad, obediencia y confianza ante lo desconocido. Las circunstancias eran terribles: la pobreza, un gobierno romano severo, un viaje agotador de noventa millas hasta Belén estando embarazada, y el parto en un lugar desconocido. Ciertamente no fue una vocación fácil la que emprendió María, pero Dios le reveló continuamente Su provisión, Su poder y Su protección. Tampoco se quedó sin aliento, ya que el ángel, Elisabet, Ana, Simeón, José y otros la animaron.

El corazón de María sería realmente traspasado, pero fue capaz de resistir. María reconoció la soberanía de Dios y fue capaz de ponerse plenamente a Su cuidado, sin importar lo que pudiera parecer.

«¡Salve, muy favorecida! ¡El Señor está contigo!». Esas fueron las palabras que María escuchó primero. Fue saludada favorablemente, se le dijo cuán profundamente la amaba Dios, y se le recordó que Él estaba con ella. Tal vez el hecho de que el Señor estuviera continuamente «con ella» resultara ser la parte más importante de esa declaración.

Al igual que a ella que no se le informó de los días que se avecinaban, a nosotras tampoco. Cuando Dios nos llama a la obediencia, no se nos dice lo que va a suponer o exigir de nosotras, como a María no se le dijo la carga que iba a soportar. Pero el hecho de que «Él está con nosotras» debería reconfortarnos. Todo lo que necesitamos para todo lo que Él nos ha pedido será alcanzable, porque es Dios quien está haciendo el camino.

A diferencia de Eva, nosotras tenemos la bendita seguridad de las palabras de Cristo en las Escrituras. La forma en que Cristo habló a los quebrantados, a los pecadores, a los enfermos y a los cansados reveló el corazón de Dios. Vemos la evidencia de su poder en los vientos y las olas que son calmados por Su voz. Vemos cómo Él tiene toda la autoridad, y que incluso la muerte debe obedecer.

Gracias a la obediencia de María y a la providencia, el poder y la provisión de Dios todopoderoso, podemos confiar en que el Cordero que llevó María es de una vez por todas nuestra redención y esperanza. Tenemos el Espíritu Santo, la Palabra de Dios y un Cristo resucitado para desbaratar y desmontar las mentiras que se han susurrado desde el principio.

Nuestras respuestas al llamado del Señor sobre nuestras vidas ciertamente tienen consecuencias. No podemos saber lo que nos espera. No podemos estar seguras de la comodidad que tendremos. Nos enfrentaremos a muchas luchas y dificultades; el Señor nos ha dicho que así será. Pero podemos animarnos y, como María, responder con humildad y obediencia, confiando en que el Señor, nuestro Dios, será fiel en todo.

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