Madre débil, descansa en tu Dios fuerte

La maternidad puede ser dolorosa. En ocasiones miro a mis hijos y me siento agobiada por el peso de la responsabilidad de educarlos a pesar de los obstáculos que enfrentamos. Vivir con la enfermedad de Lyme hace que la maternidad sea físicamente dolorosa mientras que haberla pasado a mis cuatro hijos es emocionalmente doloroso. Nuestras circunstancias con frecuencia se sienten abrumadoras e imposibles de vencer.

Deseo criar hijos equilibrados y piadosos; sin embargo, con frecuencia siento que no avanzo más allá de simplemente mantener sus estómagos llenos, evitar que estalle la Tercera Guerra Mundial en nuestro hogar y tratar de sobrevivir cada día –todo esto mientras cargo una mochila de quinientos kilos, llena de temores, dudas, dolor y cansancio.

¡Ah! Qué diferente es la vida de la imagen ingenua que me había formado en mi cabeza antes de que comenzaran las realidades de la maternidad. No me malinterpretes, me siento agradecida de ser madre. Es un regalo precioso y un privilegio que no merezco. Pero también es un viaje que me ha llevado más lejos de lo que había imaginado.

La batalla interna de una madre

Los últimos diez años de maternidad han estado mezclados con gozo y dolor; ternura y tristeza; crecimiento y pérdidas. Dios ha sido fiel en conducirnos durante muchos días oscuros, pero con frecuencia todavía permanece la batalla en mi interior.

Estoy fallando en ser la mamá que mis hijos necesitan.
¿Siempre llevarán la carga del dolor que han enfrentado?
Las pruebas frente a mí son demasiado pesadas para soportarlas.
Si tan solo hubiera hecho más.

Cada madre lleva consigo sus propias ansiedades, temores y batallas particulares, pero todas deseamos ser la madre que nuestros hijos necesitan, ¿verdad? Estas cargas y temores nos consumirán y crearán ansiedad perpetua dentro de nosotras o por la gracia de Dios nos llevarán a Aquel que no tan solo está en control, sino que también sabe exactamente lo que nuestros hijos necesitan –y los ama más de lo que nosotras jamás podríamos amarlos.

Lo que más necesitan los hijos  

Si te sientes agobiada, inadecuada, temerosa o desanimada en tu rol de madre, ¿quieres unirte para que juntas dejemos nuestras cargas delante de Cristo, recordándonos quién es el Dios a quién servimos y veamos nuestra labor de madres a través del lente de Su Palabra?

«Sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, y a todas ellas les pone nombre. Grande es nuestro Señor, y muy poderoso; su entendimiento es infinito» ~Salmo 147:3-5.

¿Qué necesitan nuestros hijos de nosotras como madres? ¿Una madre sin cargas? ¿Una madre que los guarde del mal y proteja su camino? ¿Una madre que haga devocionales familiares diarios y los traiga fielmente a la iglesia? ¿Una madre que provea oportunidades para su crecimiento y desarrollo?

Sí. Estas cosas son buenas, pero en última instancia no son lo que nuestros hijos más necesitan de nosotras.

Antes que todo lo demás, nuestros hijos necesitan estos tres rasgos de carácter en su mamá:

1. Una madre que ama a Jesús más que una que «todo lo hace bien»

Vamos a fallarle a nuestros hijos. Ya sea reaccionando exageradamente, desperdiciando el tiempo, pasándoles un mal hábito, disciplinándolos con enojo, descuidando la disciplina o cometiendo errores y el pecado se entrelazará con nuestros mejores esfuerzos.

Tratar de ser la madre perfecta para nuestros hijos siempre nos dejará desanimadas, culpables y cansadas. Nuestros hijos necesitan que dejemos de fijarnos en nuestros éxitos y fracasos, y comencemos a enfocar nuestra mirada en Cristo.

Eso solo lo lograremos conformando nuestra vida a Su Palabra y haciendo de nuestro tiempo con Él, nuestra prioridad. Aunque pueda lucir diferente en las distintas etapas, queremos sacar tiempo para traer nuestro cansado y esforzado yo, a la verdad de Su Palabra y permitir al Espíritu que nos llene con más de Jesús.

Al quitar nuestros ojos de nosotras mismas y fijarlos en Él, nuestros hijos serán expuestos a algo mucho mayor que les impactará más que una madre luchando por lograr algo inalcanzable. Continuaremos fallando, sí; pero al buscar conocer a Cristo en las diferentes estaciones de la vida, creceremos en más amor por Él –y ese amor se derramará en la vida de nuestros preciosos hijos que nos observan muy de cerca.

2. Una madre que se humilla bajo el amoroso plan de Dios, aun cuando no es lo que esperaba

Mi experiencia como madre no ha sido nada de lo que había anticipado. Mucho de lo que había visualizado fue sacudido por necesidades especiales, una familia con enfermedad crónica, un desorden neurológico que altera toda la vida, citas con el doctor, limitaciones físicas y pérdidas financieras.

Honestamente, en numerosas ocasiones, me he resistido a humillarme a mí misma y a aceptar todo esto como el plan de Dios para mí. Cuando así ha ocurrido, he sido pronta en airarme, irritarme, llenarme de autocompasión y soledad, porque me he obsesionado con lo que yo hubiera deseado que fuera la vida, en lugar de humillarme ante el plan de Dios para mí y mis hijos.

Sin embargo, en la medida en que he crecido en Su gracia durante estos difíciles años, he aprendido que humillarme bajo el plan de Dios no significa que siempre andaré mostrando una sonrisa en mi cara a pesar del profundo quebrantamiento en mi interior. Lo que sí significa, es que por fe escojo traer mi angustia, desilusión, temor, tristeza y cansancio a Jesús, pidiéndole que me ayude a confiar en Su bondad y Sus propósitos en mis circunstancias.

3. Una madre que confía en que Dios es más grande que su carga, fracasos y circunstancias

Es fácil mirar las circunstancias que tú o tus hijos están enfrentando y sentirte vencida y agobiada. Ya sea que se trate de una enfermedad devastadora, un hábito o pecado heredado, alguna inseguridad infantil, un evento traumático, o un hijo rebelde, todas enfrentaremos circunstancias que van más allá de lo que nosotras mismas podemos manejar.

Sin embargo, la bendición de enfrentar estas circunstancias, es que se nos da una oportunidad de abandonar nuestra necesidad de controlar y de ganarnos la aceptación de Dios, y en su lugar confiar en que Dios es más grande que las circunstancias más desesperadas, o que un corazón rebelde.

Las pruebas de la vida se convierten en momentos cruciales que nos llevan de ser madres que luchan por el control y la perfección, a madres quienes, confiada y libremente, descansan en las promesas, perdón, bondad, fidelidad, redención y control de Dios.

Es un testimonio poderoso que nuestros hijos vean que su madre mantiene la paz y el gozo en medio de circunstancias desafiantes y a pesar de sus corazones rebeldes. ¿Qué regalo más grande podemos dar a nuestros hijos que supere a ver un Salvador digno de nuestra confianza, que sea mayor que nuestro pecado y mayor que nuestros problemas?

En Su fortaleza

Hermana, si te encuentras enfrentando circunstancias más allá de lo que puedes manejar, o te sientes inadecuada para ser la madre que deseas ser, recuerda que el Señor «No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en las piernas ágiles del hombre. El SEÑOR favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia» (Sal. 147:10-11). Conforme aprendemos a confiar en Cristo en lugar de confiar en nuestra propia sabiduría y fortaleza, y a medida que temamos a Dios en lugar de a nuestros propios fracasos y pruebas, Él nos guiará, equipará y fortalecerá para ser las madres que Él desea que seamos.

Una versión de esta publicación apareció originalmente en DesiringGod.org

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