Luego de leer el libro «Santidad» de Nancy Leigh DeMoss, en especial el capítulo «¡Viene la novia!», donde la autora nos lleva a reflexionar en si «estamos listas para la boda», pensé en la emoción de las novias quienes no escatiman esfuerzos, sacrificios y dedicación para que sus bodas luzcan «perfectas».
En contraste, venía a mi mente el desánimo que muchas veces experimentamos las cristianas en medio de las pruebas o cuando Dios nos llama a rendirnos o renunciar a algún hábito o relación para agradarle, pues olvidamos que todo lo que Él hace o permite en nuestras vidas es parte de Sus preparativos para las Bodas del Cordero.
- Muchas mujeres soñamos con que nos propongan matrimonio poniéndose de rodillas. Este Novio es inigualable ya que eligió una cruz donde abrió Sus brazos para que entendamos «un poquito» la magnitud de Su Amor al entregar su vida por nosotras. «Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella» (Efesios 5:25).
- Nuestra casa. Él está cumpliendo Su compromiso de preparar nuestra morada (Juan 14:2) para venir a buscarnos cuando esté lista (Juan 14:3). Estará localizada en uno de los residenciales más exclusivos del universo, que es la ciudad construida por Su Padre quien es el Constructor y Arquitecto (Hebreos 11:10). La terminación es exclusiva, pues tanto la ciudad como sus calles son de oro (Apoc. 21:18;) con un muro de jaspe cuyos cimientos están revestidos de toda piedra preciosa (Apoc. 21:19). Las puertas son de perla (Apoc. 21:21); esa ciudad siempre está iluminada (Apoc. 21:23).
- Preparativos para la mudanza. Eso sí, para entrar allí, debemos asegurarnos de estar verdaderamente limpias, al igual que todo aquello que llevemos para vivir allá, pues nada con mancha entra por sus puertas (Apoc. 21:27).
- Mantenernos en forma. Durante este tiempo de espera nos corresponde prepararnos para el día de la boda sometiéndonos a un plan de ejercicios y de belleza para quitarnos las manchas que afean nuestro atuendo. «Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve» (Hebreos 12:1). Si no perdemos peso (entiéndase CARNE, 1 Pedro 2:11), no nos va a servir el vestido de novia.
- Fecha de la boda. Ni Él ni yo sabemos cuándo será este maravilloso día. Solo Su Padre lo sabe (Marcos 13:32).
- Su regreso. Aunque no sabemos el día ni la hora en que volverá, debemos mantenernos atentas y preparadas para Su venida (Mateo 25:1-13).
- Nuestro vestido. Es Su regalo especial para Su novia (Isaías 61:10). Su tejido es de lino fino, blanco, resplandeciente; no puede estar arrugado ni manchado (Apoc. 19:8; Ef. 5:27). Algo muy particular del mismo es que su tela no se puede comprar, sino que ella se va reproduciendo en la medida en que obedecemos al Padre del Novio (Apoc. 19:8) por lo que debemos estar atentas a Sus instrucciones. ¡Qué vergüenza pasaríamos si de repente llega el Novio y nuestro vestido no tiene más que unos centímetros de extensión debido a nuestra desobediencia a Su Padre! Esto le ocasionaría un gran dolor que no quisiéramos provocarle pues Él es tan tierno, paciente, hermoso, nos cuida tanto y por eso queremos agradarlo; pero sobre todo amarlo cada día más con un amor desinteresado.
- Consejería prematrimonial. Este detalle nos lo ahorramos, pues no necesitamos consejería prematrimonial porque Él es nuestro Admirable Consejero (Isaías 9:6).
- Otros accesorios. Para concluir con el ajuar, debemos recordar nuestras sandalias que nos ayudarán a mantenernos firmes (Efesios 6:15) y las arras que son inagotables, de las cuales ya nos ha dado un avance (Efesios 1:14; 2 Co. 1:22; 2 Cor. 5:5).
- El Novio: Es necesario ir aprendiendo las costumbres de la ciudad del Amado por lo que terminaremos pareciéndonos más a Él (Rom. 8:29 y Ef. 4:13); esto requiere escudriñar la historia y costumbre de Su pueblo y los requisitos para adquirir esa ciudadanía (1 Pedro 2:9-10).
Esta ardua labor no tiene importancia frente a la inmensidad de Su Amor. Las novias estamos dispuestas a hacer lo necesario por amor a nuestros prometidos; no seríamos la primera novia que haría sacrificios. ¿No hay muchas que se someten a programas de dietas y ejercicios, y hasta a cirugía si fuera necesario?
Esta no será la boda del año, ¡sino la boda de toda la eternidad! (Apoc. 19:7 y 19:9). Quiera Dios ayudarnos a poner los «ojos arriba» (Col. 3:2) y en nuestros corazones una devoción hacia Él y al magno evento llamado las «Bodas del Cordero».
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