Con frecuencia me descubro hablando, respondiendo automáticamente, sin que mi boca conozca freno para filtrar mis pensamientos. Es un pecado que Dios ha mostrado en mí, donde hay progresos pequeños, pero aún no puedo cantar victoria.
Hallo que mi forma de hablar y mis palabras están dirigidas por el nerviosismo y la rapidez, y cuando mi corazón se torna innecesariamente transparente, por consiguiente se expresa imprudente en su falta de sabiduría.
Pero en el evangelio de Lucas hay un precioso ejemplo a seguir para la boca que se abre a la menor provocación y donde la madre de Jesús, María, es definitivamente, un modelo a imitar:
«…pero María guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia». -Lucas 2:19, NTV
«Descendió con ellos y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos. Y su madre atesoraba todas estas cosas en su corazón». -Lucas 2:51
En ambas circunstancias, esta jovencita, siendo una adolescente cuando se le anuncia que sería madre del Hijo de Dios, no solo ya había escuchado la sorprendente noticia del ángel, sino que vería que para ese bebé, estaba prevista una vocación que a muchas madres nos quitaría el aliento.
Desde el anuncio de la encarnación, la adoración de Juan el bautista en el vientre de Elisabet, los anuncios divinos a José, hasta la esplendorosa adoración celestial y de los magos, María tenía mucho para tratar de entender y asimilar aunque todas ellas eran cosas positivas y buenas. Sin embargo, fue más que prudente y guardó todo para ella y para el Señor.
Pero, ¿qué hay de las cosas malas? ¿Qué de las veces que vio el rechazo, el odio hacia Jesús mientras hacía la voluntad de Su Padre celestial? Quizá se acordó del anuncio del viejo Simeón, de que una espada le atravesaría el corazón, es decir, habría dolores increíblemente profundos en Su vida. Lo pudo comprobar en el Calvario, a los pies de Su Hijo, Su Salvador, nuestro Redentor.
No puedo hallar una explicación para la sabiduría callada de María, más que estar bajo el dominio y poder del Espíritu Santo.
«Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva». Lucas 1:46b-48
Un corazón agradecido y asombrado constantemente por la bondad de Dios. Una humilde disposición a entregar sus días, buenos y malos, confiada en la misericordia de Dios, y en la salvación que había venido al mundo. Un espíritu que se goza en Dios mismo. No sólo en Sus dádivas a nuestra vida, sino en Su profunda belleza, misericordia, sabiduría y gracia para con todo ser humano. Un corazón centrado en Dios, satisfecho en Cristo y, por tanto, que corta toda raíz de amargura, queja y autocompasión que pervierten la adoración de nuestro corazón, y la dirigen a nosotras mismas y a quien esté dispuesta a escuchar las calamidades que nos rodean.
Ciertamente, la Palabra de Dios nos recuerda que, en tiempos de angustia, siempre hay amigos, hermanos que animan nuestro corazón, recordándonos la Palabra de Dios y la misericordia y consolación que es Cristo Jesús, y ellos son buena compañía cuando nuestra mente no piensa con claridad y se aleja de la voluntad de Dios.
Pero un ser humano no debe ser el primero ni el mejor de nuestros recursos. Con el tiempo, mi corazón ha ido aprendiendo que mi boca, con toda su necesidad, su falla, su pecado por confesar y sus pensamientos egoístas, debe presentarse primero al trono de Dios y a Su Sabiduría. Entonces habrá dirección para mis pasos, y mis palabras.
María guardaba en Su corazón todo lo que veía, y una y otra vez meditaba lo que la mano de Dios había hecho en ella.
¿Lo hacemos nosotras así, querida hermana?
La historia de cada creyente en Jesús habla de vidas transformadas, arrebatadas de la muerte eterna y ganadas para la presencia de Cristo para la eternidad. Pero mi corazón se encuentra muchas veces lejos de esa humildad agradecida.
Por la rapidez de mi boca, se asoma un espíritu de crítica, falto de compasión. Por mi lengua no vigilada se desliza la amargura que cae a tierra fértil en oídos prestos a caer en chisme conmigo.
¿Realmente me asombra no solo Su gracia, sino la fiel provisión de Dios en Su Espíritu Santo, para todo Su poder que mis debilidades requieren?
¿Recuerdo constantemente que Su palabra me llama a vestirme de Cristo Jesús? ¿A estar dispuesta a ser hallada en Él? ¿Vivo en este mundo sabiendo que todo es temporal y considero la eternidad como mi más grande anhelo?
¿Estoy dispuesta a menguar yo para que Él crezca y sea evidente Su presencia en mi vida, en mis palabras?
«Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá». -Mateo 7:8
Busquemos y llamemos al fiel Señor, que siempre responde.
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