Por: Marisol Pérez de Díaz
Vivimos una época que nos arropa con sus valores y estilos. A veces no reflexionamos lo suficiente sobre cómo actuamos o pensamos. En muchas ocasiones somos atraídas, seducidas o engañadas con la última moda, ya sea en la ropa, lo que vemos, leemos o hasta lo que comemos.
No nos preguntamos qué hay detrás de todo esto, o cuál es la filosofía de su creador, ya sea sensualidad, rebeldía o cualquier otro interés. El furor de lo “último” nos envuelve y nos nubla impidiéndonos reflexionar con cuidado lo que comunicamos nosotras mismas. No nos detenemos a pensar si nuestros actos son contrarios a los principios hallados en las Escrituras.
Frecuentemente esto sucede en el renglón de la vestimenta, por más que su objetivo sea cubrir, abrigar y adornar el cuerpo, también encontramos elementos de comunicación. Estos elementos hablan de lo que creemos, nuestra cultura, posición social y económica, el tipo de trabajo que realizamos, el reflejo de nuestro yo interno, nuestras preferencias y nuestra nacionalidad.
No creas que Dios no se interesa en lo que llevas puesto. O que El no ve tu corazón al vestirte. Él nos muestra en Su Palabra que la vestimenta Sí importa. Desde el libro de Génesis hasta el de Apocalipsis lo vemos a Él como el Diseñador Supremo de todo. En Su Palabra, no te pide que vayas vestida de la época bíblica o del siglo XVIII, por dar un ejemplo; Él quiere que, aunque uses lo actual, sea reflejando siempre el diseño que tiene para ti.
Debemos volver a lo más básico. ¿Qué agrada a mi Señor? ¿Esto refleja un corazón conforme a las verdades bíblicas y a mi nueva ciudadanía?
La moda en el vestir debe ser una herramienta que dé testimonio de que somos creyentes y que refleje Su diseño divino. En la medida en que nuestro corazón esté lleno de Sus verdades y Su Palabra nos atrape por completo, reflejaremos pudor y modestia en el vestir. Nuestro interés será cada vez más buscar agradarle a Él, no a mí misma; cómo visto conforme a su verdad, aun en medio de cualquier época en que estemos.
Recordemos que nuestro amado Dios tuvo que cubrir la desnudez de Adán y Eva, haciendo un sacrificio. Al igual que ellos decidieron que la mejor vestidura eran hojas de higuera, nosotras hoy, también tomamos nuestras propias decisiones erróneas, con nuestras hojas de higuera. Hoy conocemos el sacrificio perfecto que cubrió nuestros pecados, como dice 1ª Pedro 1:18-21:
“…sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios…” (RVR1960)
¡Vivamos conforme a estas verdades!
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