«Dejen de pelear y acepten que yo soy Dios. Yo gobierno a las naciones,
y controlo al mundo entero» Salmo 46:10 (PDT).
‘Es preferible venir a Dios con anestesia que sin anestesia’, en los primeros años de mi conversión muchas veces escuché esta frase, pero no ha sido sino hasta recientemente que asimilé la anestesia a la rendición. Te cuento…
Nunca había tenido una cirugía mayor, por eso desconocía cómo era someterse a anestesia general, pero sí conocía lo que implicaba pues crecí en un hogar donde la jerga clínica era el pan de cada día porque mi padre era médico; … y yo creyéndome serlo en cualquier proceso médico ‘necesitaba’ conocer los pormenores (diagnóstico, medicamentos, tratamiento) y, así en medio de mi parto estuve ¡dando instrucciones a los médicos! Justificaba mi actitud atribuyéndola a mi familiaridad con los médicos.
El año pasado debido a una situación de salud que se me presentó de emergencia surgió de nuevo, la “doctora Andrickson”, sugerí alternativas a los médicos, pero no pude convencerlos, ¡y cada minuto contaba! Al final, no hubo otra opción, y a la sala de cirugía iría yo.
Bajo los efectos de la anestesia… quedé a merced del cirujano, mi voluntad aniquilada, sin control de los detalles, ni capacidad de ‘dar instrucciones’, pero también sin dolor, sin reflejos ¡absolutamente rendida! Mientras menos control yo tenía, menos dolor sentía. Que se traduce en que, a menor rendición, mayor dolor.
Ellos monitoreaban mi presión arterial, mi pulso y mi respiración. Cuando mi vida estuvo en juego, no se necesitó que yo estuviera en control, de hecho, eso hubiera sido lo peor que podía pasar en ese momento.
¿Sabes algo? Excusaba mi actitud en que ‘crecí entre médicos’, pero en realidad es la manifestación de la verdadera condición de mi corazón orgulloso que se resiste a estar bajo el control de otro aun en asuntos de vida o muerte.
Algunos de los propósitos de la anestesia me llevan a pensar en los beneficios de la rendición al Señor:
- Su efecto analgésico que es calmante, sedante, reduce o elimina el dolor. Así la rendición a Su soberanía me evita el dolor que provoca el ‘dar patadas contra el aguijón’ (Hechos 9:5);
- La relajación muscular que produce, persigue eliminar toda tensión mental, estrés. Igualmente, cuando acepto que no tengo el control y me rindo al Suyo, “hallo descanso para mi alma” (Mateo 11:28-30);
- La pérdida de conciencia que provoca, busca llevarnos a un sueño profundo que evita la angustia, estado de indefensión, de desamparo o pánico que ocasionaría el sentido de parálisis o dolor si estuviéramos alerta. Esto me recuerda el Salmo 46:10 donde el Señor nos ordena estar quietas, dejar de pelear; y, entonces poder reconocer que Él es Dios.
¿Cómo luce mi vida sin anestesia? (un corazón en rebelión):
¡Qué aflicción espera a los que discuten con su Creador! ¿Acaso discute la olla de barro con su hacedor? Isaías 45:9 (NTV)
¿Cómo luce con anestesia? (un corazón en rendición):
…me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío. Salmo 40:8 (LBLA)
En la primera, aflicción, dolor, luchas, ansiedad, falta de sosiego; en la segunda, deleite, gozo, agrado, paz con Dios.
El Buen Cirujano no solo nos ofrece la anestesia, Su Palabra que nos guía a rendirnos a Su voluntad; sino que nos dio el ejemplo “no mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas 22:42), la decisión es nuestra.
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