Me encanta darle regalos a mi esposo. Sueño despierta con lo que podría animarlo. Y luego la anticipación de darle mi regalo y verlo abrirlo casi me hace explotar de la emoción. Todo este proceso es muy divertido para mí.
Escribir un estudio bíblico sobre Romanos 8 fue como abrir un regalo del Señor, envuelto en palabras de seguridad y poder. Es algo que simplemente no puedo callar. Espero que cada vez que tú y yo estudiemos la Palabra de Dios, sintamos lo mismo y estemos motivadas a compartir el evangelio con aquellos que necesitan escucharlo.
Recuerda que el libro de Romanos fue escrito para cristianos, y sus promesas no se aplican necesariamente a todos los que caminan en esta tierra. En otras palabras, ahora mismo hay gente que no puede proclamar, como nosotras, que «no hay condenación» para ellos. De hecho, aquellos que no conocen a Jesús están condenados, y debemos tomarnos eso muy en serio.
Hay vidas eternas en juego
Una forma en que el Señor distingue a las personas, y yo diría que esta es la diferenciación más importante, es si estamos en Cristo o no. Y esta distinción tiene consecuencias eternas, porque como escribió C. S. Lewis en El peso de la gloria, todos somos seres inmortales:
Nunca has hablado con un simple mortal. Naciones, culturas, artes, civilizaciones: son mortales y su vida es para la nuestra como la vida de un mosquito. Pero son los inmortales con quienes bromeamos, trabajamos, nos casamos y explotamos: horrores inmortales o esplendores eternos.
Todo ser humano en la tierra fue creado a imagen de Dios. Cada uno tiene un destino eterno, ya sea el cielo o el infierno. Eso significa que no hay nadie en la tierra que no necesite el evangelio. Aquí están en juego vidas y corazones eternos. La única manera de que un corazón esté en llamas por Dios es a través de la gracia salvadora de Dios, que transforma corazones de piedra en corazones de carne (Ezequiel 36:26). Y aunque Dios puede acceder directamente a los corazones, y lo hace, normalmente elige hacer este trabajo a través de seres humanos que han probado Su amor y están dispuestos a compartirlo.
Aquí me viene a la mente mi propio testimonio. Dios envió a una joven que estaba enamorada de Jesús y Su evangelio para compartir las buenas nuevas conmigo. En ese momento yo no estaba corriendo detrás de Dios, sino todo lo contrario. Mi salvación requirió Su búsqueda. Recuerdo esto cuando leí Efesios 2 y la verdad de las palabras parece saltar de la página. Estaba muerta, pero Dios me dio vida a través de la muerte de Jesús en la cruz. Por un don gratuito, fui vivificada por gracia mediante la fe (Efesios 2:1-10). Nunca me hubiera podido salvar a mí misma, no pensaba que mi corazón necesitaba una transformación, pero Dios sabía lo que necesitaba. Su gracia hizo que todo fuera posible. Pero (y esto es crucial) usó a un pecador salvado por esa misma gracia para enseñarme acerca de Él.
¿Por qué estoy compartiendo esto con ustedes? Porque he notado un hábito entre mis hermanas en la fe. Al parecer, con demasiada frecuencia nos inscribimos en estudios bíblicos, aprendemos sobre cosas buenas e incluso nuestros corazones y vidas son transformadas, pero nunca llegamos a llevar estas buenas nuevas al mundo.
El evangelismo no es complicado
Jesús dijo a Sus discípulos que fueran e hicieran discípulos de todas las naciones y les enseñaran (Mateo 28:19-20). Los cristianos tenemos información que debe publicarse en el mundo: información sobre Jesús. Pero relativamente pocos de nosotros nos volvemos valientes y compartimos las buenas noticias.
Según un estudio de LifeWay Research realizado en 2012, el ochenta por ciento de los protestantes estadounidenses que asisten a la iglesia una o más veces al mes creen que tienen la responsabilidad de compartir su fe. Sin embargo, de ese mismo grupo, el sesenta y uno por ciento no había compartido el evangelio en los seis meses anteriores al estudio, y el cuarenta y ocho por ciento no había invitado a una persona que no asiste a una iglesia a asistir a un servicio de la iglesia o un programa en su iglesia.
A la mayoría de nosotras probablemente no nos sorprendan estas estadísticas, pero deberían hacerlo. No, no son la guía definitiva sobre cómo ordenamos nuestras vidas como cristianos, pero sugieren que tenemos trabajo por hacer. Saber que tenemos las mejores noticias del mundo debería motivarnos a levantarnos y compartir, invitar e involucrar a aquellos que quizás no conozcan a Jesús.
No estoy tratando de hacerte sentir culpable. Yo también puedo batallar con el evangelismo. Pero creo que si realmente creemos lo que decimos creer, entonces no compartirlo es algo terrible.
¿Por qué dudamos en hacerlo? Una razón es que el evangelismo parece complicado. Pero la verdadera complicación, para la mayoría de nosotras, está en nuestras propias mentes. Pensamos demasiado en lo que tenemos que hacer. Tememos olvidar algo o dar un mensaje incorrecto. Nos preocupa parecer tontas y nos preguntamos si siquiera sabemos de qué estamos hablando. Terminamos sin hacer nada en lo absoluto.
Nuestra preocupación no es solamente encontrar las palabras adecuadas para decir, aunque eso no es fácil. (Créeme. He estado allí.) El cuándo, dónde y cómo de la evangelización parece desconcertar a la gente más de lo que realmente se debe decir. Quizás queremos que aparezca un ángel y nos diga que ahora es el momento. Y, por supuesto, sería mucho más fácil si alguien simplemente se nos acercara y preguntara: «¿Cómo puedo convertirme en cristiano?» Eso sucede, pero no a menudo.
Suposiciones incorrectas
Nosotras, que tenemos nuestro círculo de influencia en nuestra iglesia y comunidades, tenemos una gran oportunidad de compartir el evangelio. En cada momento podemos recordar a las demás la verdad del evangelio. No debemos asumir que la gente conoce el evangelio, debemos asumir que muchos no lo hacen. Además, el evangelio no es solo para aquellos que necesitan redención, el evangelio también es para los cristianos. Todos necesitamos que se nos recuerde nuestra gran salvación.
Así que mientras tú y yo leemos, estudiamos, lideramos y servimos, no olvidemos compartir las buenas nuevas. Hacer discípulos comienza con la proclamación del evangelio. Mantente atenta a las oportunidades para compartir la esperanza que has encontrado en el evangelio. Ten en cuenta que las personas no son proyectos ni metas, sino seres humanos como tú que están hechos a imagen de Dios, y que tienes las mejores noticias para ellos que puedan escuchar. Entonces, por amor, comparte el evangelio con valentía, confiando el resto a Dios.
Adaptado de Si Dios es por nosotros: la verdad eterna de nuestra gran salvación por Trillia Newbell (©Enero de 2019). Publicado por Moody Publishers. Usado con permiso.
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