Libre al fin. Parte 1

¡Hola mujeres verdaderas! Bendecida semana. Hoy les queremos compartir un artículo de una autora invitada quien nos estará abriendo su corazón sobre algunas de sus luchas, pero sobretodo, de cómo encontró la verdadera libertad. Quizás tú el día de hoy puedes identificarte con ella, pero más que nada queremos que puedas también encontrar libertad, plenitud y abundancia en Cristo. ¡Sé animada con este testimonio! - Yamell de Jaramillo 

Escrito por Deborah Fehsenfeld

En mis años de adolescencia empecé a ser esclava de la bulimia. Me gustaba la comida y la disfrutaba, pero no quería que esto alcanzara a notarse. Qué bien me sentí cuando descubrí una manera de comer todo lo que quisiera sin consecuencias—o eso pensé. Mi vida comenzó a girar más y más alrededor de atracones de comida. Yo decidía lo que haría y cuándo lo haría, de acuerdo a mi creciente adicción.

Nadie sabía lo que me sucedía, y mi felicidad dependía de que no se dieran cuenta. Yo vivía para esos atracones de comida. En esos momentos yo podía vivir sin limitaciones—excepto, desde luego, por las glándulas inflamadas, relaciones tensas, oportunidades desperdiciadas, y el eterno sentido de culpa y miedo a ser descubierta. ¡Pero podía comer lo que fuera! Suena a locura, pero esta era la vida para mí, y yo la elegía una y otra vez, luchando por no «perder mi libertad». 

Eventualmente, de todos modos, empecé a desear vida más allá de la comida. Así que decidí que pararía. Leí libros, conseguí empleos, elegí una universidad y me gradué de cursos cuyo propósito principal era aprender cómo ser libre de las cadenas de esta implacable adicción. Y lo dejaba . . . por un día, una semana, aun meses, a veces. Pero la adicción nunca se iba. 

Cuando la vida se hizo muy difícil, me consolaba apartando un día para un atracón ininterrumpido. Cuando en ese día anticipado llegaba cualquier pariente o amigo no esperado, o alguna circunstancia no anticipada, yo me sentía como una bestia salvaje enjaulada. Sin importar lo mucho que tratara, lo único que lograba eran breves períodos de abstinencia. Mi mente y mi corazón estaban literalmente obsesionados por la comida.

Durante mis años universitarios, empecé a preocuparme por mi alma. Me sentía tan culpable. Yo sabía que Dios no se complacía con lo que yo estaba haciendo. Yo razonaba que aun si Él toleraba mis atracones y mis purgas, Él ciertamente odiaba mis mentiras, los robos y manipulaciones que venían como producto de esto. Y estas cosas eran esenciales, ya que mantener el secreto era la única forma que yo tenía de continuar pecando «en paz». ¡Qué existencia tan miserable!

Después de terminar la universidad, mi esposo y yo comenzamos a asistir a una iglesia evangélica, y empezamos a leer la Biblia. Yo no tenía trabajo y Dios proveyó a una mujer, seguidora de Jesús, que me contrató para transcribir sus diarios personales. Mientras leía sobre sus propios fracasos y batallas con la autoindulgencia, vi una diferencia inconfundible. Su felicidad se encontraba en Dios. Mi felicidad se encontraba en la comida. En medio de la batalla, ella respondía abandonando su indulgencia pecaminosa como producto de su amor y deleite en Dios, que era mayor que su amor por su pecado. Mientras que yo, en medio de la lucha, me alejaba de Dios y de Sus caminos debido a mi mayor amor por la comida. Lo único que podía hacer era clamar a Dios. Sentía que moriría si dejaba de practicar la bulimia permanentemente. Esto significaría abandonar todo lo que conocía y amaba hasta ahora acerca de mi vida (aunque también lo odiaba). Yo no podía hacer esto. Sabía que no podría.

Alrededor de ese tiempo vino un predicador invitado a nuestra iglesia y compartió su testimonio de cómo el poder de Dios lo había liberado del pecado de la glotonería. Y estoy segura que de los allí presentes, yo era la persona más atenta ese día, y cuando él dijo: «Si tú quieres parar de pecar, memoriza la Escritura», yo comencé inmediatamente. No funcionó de una manera mágica, de una manera instantánea como yo había esperado, pero yo me mantuve haciéndolo en total desesperación. 

Yo pasé hora tras hora y día tras día memorizando, leyendo, estudiando, meditando en las Escrituras. Continué clamando y pidiéndole a Dios Su ayuda para ser libre. Mi deseo de libertad se incrementó aún más en la medida en la que yo contemplaba más y más la hermosura de Cristo, y la paz y la felicidad que pertenecían a todos aquellos que caminaban con Él en libertad. Pero ese no era todavía mi privilegio. ¿Podría llegar a ser libre algún día? Yo me lo preguntaba y esperaba.

Un día, en medio del estudio y de la meditación, uno de los primeros eslabones en la cadena de esclavitud se quebró. Por un largo tiempo había sabido que la palabra evangelio significaba «buenas nuevas», era la frase usada para describir la obra de Cristo. Cristo había muerto por nuestros pecados. Por Su muerte Él me liberó de la pena del pecado. Esto era todo lo que yo sabía. Pero Su resurrección trajo nueva vida a todo aquel que era suyo.

Lo que yo descubrí en ese momento fue que Jesús era aquel que tenía poder de hacerme libre, ¡y Él lo haría haciéndome totalmente nueva! Yo sabía por mi dura experiencia que yo nunca iba a poder enfrentar el poder de la bulimia, el poder que esta tenía sobre mí. Sabía que sería su esclava para siempre. Y mi única esperanza era la posibilidad de que la vieja yo muriera y fuera hecha nueva, y renaciera, como una nueva persona en Cristo.

Mientras yo respondía a Dios en fe, comencé a experimentar un nuevo deseo. Antes de este tiempo, yo había querido ser libre para poder vivir sin obstáculos, pero por primera vez, quería ser libre para poder amar a mi Dios y mi Salvador con todo mi corazón y con toda mi alma, ¡de la manera que Él merece! Algo definitivamente había cambiado.

¿Acaso dejé de practicar la bulimia desde ese día en adelante? No, de hecho, yo traicioné a mi nuevo Amo muchas veces. Sin embargo, algo era diferente acerca del proceso de fallar. Él se mantuvo siendo fiel a mí, me bendijo tan ricamente cada vez que yo estaba en Su presencia que comencé a amar Su presencia y quedaba cautivada. Continuamente encontraba que estaba atracándome y purgándome cada vez menos frecuentemente, hasta que un día me di cuenta que no necesitaba practicarla nunca más. Ya era feliz sin ella.

Nunca pude imaginar que fuera posible, pero ¡la verdad me había liberado! ¡Jesús se había convertido en algo más importante, más satisfactorio y más deseable que la más dulce y más apetecible de todas las comidas!

Esto fue hace más de 15 años, y aún sigo libre. De hecho, soy más libre. ¿Alguna vez siento esos deseos viejos reaparecer dentro de mí? Sí. ¿Alguna vez pienso mucho en la comida? Algunas veces. Pero estoy experimentando la sublime gracia y el invisible poder de Dios que me está rehaciendo cada día. ¡Porque Él me ha hecho libre y aún estoy siendo libertada, sé que un día seré completa, total y perfectamente hecha a Su imagen, sin ninguna distracción, sin ningún deseo de pecar, de manera que pueda servir, adorar y amarlo a Él para siempre!

No hay día que pase que no me maraville de lo que Él ha hecho por mí. Yo le amo y corro detrás de Él y de Sus caminos porque Él me ha hecho libre. Sí, el evangelio son «buenas nuevas». ¡Es realmente el poder de Dios para salvación (libertad)! Y sí, ahora tengo una nueva obsesión: ¡libertad para todos en Cristo!. «Tu amor es mejor que la vida;
 por eso mis labios te alabarán…Mi alma quedará satisfecha
 como de un suculento banquete» (Salmos 63:3-5, NVI).

Detener la práctica de la bulimia fue simplemente el inicio de toda una nueva vida, fue un comienzo importante. Fue a través de este tiempo que por primera vez comencé a creer en el poder de Dios que excede mi imaginación. Y quiero compartir contigo algunos pensamientos que han sido de ayuda para mí a través de este proceso de haber sido liberada de esta esclavitud. ¡No te pierdas la siguiente publicación en el blog de Mujer Verdadera!

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