Puedo imaginarme la ola de pensamientos y sentimientos que inundaban la cabeza y el corazón de este hombre. «¿Será posible?»
Desde hace ya algún tiempo, Abraham había sido testigo del poder y del cuidado de Dios hacia él y su familia. Dios lo había sacado de su tierra y de su parentela, para llevarlo a una tierra nueva (Génesis 12:1-4). Hasta ahora Dios había cumplido su promesa. Abraham poseyó aquella tierra que Dios le había prometido y lo bendijo con riquezas. También había mostrado Su poder en medio de las circunstancias difíciles durante el camino. Abraham conocía el poder de Dios y sabía que Dios cumplía sus promesas.
Aquella noche Dios le repitió por tercera vez la misma promesa que le había hecho antes de salir de la tierra de Ur: «Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Y le dijo: “Así será tu descendencia”» (Génesis 15:5).
Abraham sabía que era viejo y que humanamente hablando era imposible que Sara, su esposa, también de edad avanzada, ¡además esteril!, pudiera dar a luz hijos.
Pero Abraham le creyó a Dios, aún en contra de toda probabilidad y, a pesar de todas las circunstancias difíciles que lo rodeaban.
«Sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo. Por lo cual también su fe le fue contada por justicia». - Romanos 4:20-22
¿Alguna vez te has preguntado si realmente le crees a Dios? Debo confesar que esta pregunta no sale a relucir frecuentemente en medio de mis circunstancias difíciles. He llegado a la conclusión que es porque equivocadamente doy por sentada mi fe en Dios.
Dios nos ha dado promesas en Su palabra, y nosotras podemos reclamar esas promesas porque somos Sus hijas. Muchas veces pensamos que Dios cumplirá sus promesas a la hora y en el tiempo que nosotras queremos. Confundimos sus promesas al pensar que Él quitará de nosotras tal o cual sufrimiento o circunstancia y todo saldrá como nosotras queremos. ¡Pero no funciona así! Dios quiere que le creamos para llevarse la gloria.
El comentarista Matthew Henry dice: «La fe de Abraham le dio a Dios la gloria de su sabiduría, poder, santidad, bondad, y especialmente de su fidelidad, descansando en la palabra que había hablado. Dios honra la fe; y una gran fe honra a Dios».
La fe y la confianza de Abraham hacia Dios era tanta que Abraham es llamado amigo de Dios (Santiago 2:23). Abraham no temía lo que vendría porque confiaba en Dios; lo conocía y conocía su poder. Abraham pudo huir, pero no lo hizo; se quedó a ver cómo Dios cumplía su promesa, y aún cuando Dios lo probó al pedirle que sacrificara a Isaac, su hijo, él nunca dejó de creerle a Dios.
La fe viene acompañada de confianza. Nuestra fe y nuestra confianza en Dios crecerán a medida que crecemos en nuestra relación con Él. Y nuestra comunión con Dios y nuestra intencionalidad en conocerle por medio de Su palabra fortalecerán nuestra confianza en Dios.
¿Por qué dudaste?
«Y Pedro le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame que vaya a Ti sobre las aguas”. “Ven”, le dijo Jesús. Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó: “¡Señor, sálvame!”. Al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”». Mateo 14:28-31
Muchas veces podemos estar dispuestas a seguir a Jesús a donde sea, igual que Pedro. Podemos decir como él : «Te voy a seguir hasta la muerte». Pero cuando viene la verdadera prueba de nuestra fe, tenemos miedo. El miedo a lo que pueda pasar nos paraliza, se nos olvida que Dios es soberano, poderoso y que nos ama.
Hace poco estuve a punto de rendirme, de «tirar la toalla». Me sentía tan cansada de cargar con mis situaciones difíciles. Tenía miedo de enfrentarlas o miedo de enfrentar mi propio pecado. Pero esto solo mostró lo débil que es mi fe, mi incredulidad, mi falta de confianza en Dios en su voluntad para mi vida.
Debo confesar que mis ojos se llenaron de lágrimas al leer este pasaje, esa pregunta fue tan impactante para mi en ese momento: «¿Por qué dudas?».
Sé que tal vez nuestro primer impulso hacia nuestras circunstancias difíciles es huir, queremos salir corriendo y escapar del dolor. Tristemente preferimos creerle al mundo y a sus distracciones. Preferimos creer las mentiras de Satanás en lugar de creerle a Dios. Somos como los discípulos durante el arresto de Jesús, ¡ellos huyeron!
¡No huyas! Créele a Dios, aférrate a sus promesas.
- Quédate a ver el poder de Dios, quedate a ver cómo Él te transforma, te renueva, te fortalece y te consuela.
- Quédate a ver cómo obra en ti y en aquellos que te han lastimado o herido.
- Quédate a ver como cuida de ti, cómo te protege y cómo te defiende.
- Quédate a ver cómo te bendice y cómo te toma de la mano para guiarte por el camino difícil. Quédate a ver cómo se glorifica y cómo exalta Su nombre por medio de tu circunstancia.
- Quédate a ver cómo cumple Su propósito en tu vida.
La única manera en la que podrás verdaderamente conocer y confiar en Dios, es cuando veas y experimentes Su poder en tu vida.
¡Ayúdame en mi incredulidad!
El primer paso es reconocer nuestra incredulidad, nuestra falta de fe y confianza en Dios. El Señor promete ayudarnos, Él promete estar con nosotras (Isaías 41:10).
No temamos descansar en nuestro Padre celestial, no temamos confesar nuestra debilidad. Él sabe que somos polvo, Él conoce nuestras debilidades. Al reconocer nuestra falta de fe estamos humillándonos delante de Dios. Y Él da gracia a los humildes.
Me encanta cómo este padre que lleva a su hijo endemoniado a Jesús para ser sanado, reconoce su falta de fe y pide ayuda a Jesús. Su intencionalidad y su deseo de creerle a Jesús eran genuinos. Él no se avergonzó de pedir ayuda, y su oración en ese momento fue: «Creo, ayúdame en mi incredulidad» (Marcos 9:23).
Pidamos al Señor que ponga en nosotras el deseo de creerle y confiar en Él; que podamos ser capaces de clamar desesperadamente: «¡Ayúdame en mi incredulidad!». Oremos que nos conceda de Su gracia y ponga en nuestro corazón creerle realmente de tal manera que podamos caminar en medio de las tormentas.
¿Estás dispuesta a ser intencional en creerle a Dios?
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