¿Qué quiero hacer con mi vida? Si pudiera capturar la esencia de la treintañeras en una sola frase, sería con esa pregunta. Es cierto que nos hacemos esa pregunta de tiempo en tiempo antes de cumplir los treinta, pero siempre con un aire de ambición optimista.
¡Mami, quiero ser una princesa! Quiero caminar en la luna. Quizás seré doctora. O una chef. Luego llega la época de la universidad y muchas escogemos una carrera fascinante pero menos mercadeable. O seleccionamos la carrera de Contabilidad para descubrir que, hacer cuentas no es tan satisfactorio como esperábamos. Si en alguna parte del camino, nos casamos, se vuelve más complejo. Podríamos ser una de las pocas afortunadas que encontramos nuestro nicho en el campo que amamos, mientras nuestro esposo es un mesero con un título en humanidades.
¿Qué quiere Dios?
De una u otra forma, nos la ingeniamos para manejarnos en automático con un sentido irritante de insatisfacción. ¿Qué quiero hacer con mi vida? Ahora la pregunta no está envuelta en optimismo sino hecha tiras por el pánico. Si eres cristiana puede que la formules un poco diferente ¿Qué quiere Dios que haga con mi vida? Conocemos lo que la Biblia dice: Quiere que seamos santas, que Lo amemos a Él por encima de cualquier otra cosa, que hagamos discípulos a todas las naciones. Pero específicamente ¿Qué quiere Dios que yo haga? ¿Cómo quiere que yo cumpla Sus mandamientos? ¿Siendo una ingeniera piadosa, como misionera, maestra de piano? ¿Cómo?
Diferentes maneras de abordarlo
Así surgen diferentes maneras de abordar las treintañeras. Puedes encontrar a las trabajadoras lentas pero laboriosas, quienes aceptan el hecho que el trabajo y la pasión no caben en una misma frase. Trabajan para poder hacer las cosas que las apasionan. Luego tienes a las que toman riesgos. Éstas son las que empiezan sus propios negocios, se mueven alrededor del mundo, toman un año sabático para escribir ese libro, quienes prefieren intentar y fracasar que aceptar una vida mediocre. También tienes a aquellos que salen a buscar lo que quieren y que cada treinta días encuentran un nuevo llamado a otra carrera. Los que están en un constante esperar, en transición, viven esperando que los niños crezcan, que los ahorros sean mayores o que se abra la puerta correcta.
Para sus registros: mi esposo y yo los hemos intentado todos: trabajando fielmente en posiciones que no nos estimulaban, tomando riesgos que cambiaron nuestras vidas y que terminaron en fracaso espectacular, emocionados con un nuevo llamado cada cinco minutos y claro está, la menos preferida, esperar.
Obviamente no toda treintañera ha tenido la misma experiencia. Hay algunas que viven como si estuvieran en sus cincuentas, con un sentido envidiable de que “ya llegaron”. Trabajos satisfactorios, hipotecas cómodas, raíces profundas. Les confieso que siempre anhelé tener ese sentido de estabilidad. Estar establecida. Segura. Pero, si te encuentras en una etapa en que te sientes ambulante, déjame compartirte una palabra de consuelo que he aprendido a atesorar: llena esa etapa con adoración.
Dos tipos de peregrinos ambulantes
Cuando leo la Biblia encuentro dos tipos diferentes de ambulantes. Uno es resultado del pecado y la incredulidad. Piensa en los israelitas vagando por el desierto por cuarenta años o Jonás atrapado en el vientre de un pez (¡hablando de una etapa en que te sientes atrapada!) porque no quiso obedecer. Estar ambulante de esa manera no tiene propósito alguno, y a menos que algo cambie, no tiene esperanza.
Pero también hay un tipo de ambulantes nómadas en la Biblia. Abraham viviendo en tiendas. Jacob durmiendo en una piedra. José sentado en la prisión a 200 millas de su casa. Seguramente ellos se sintieron un poco perdidos por momentos. Incertidumbre, sin idea de qué hacer y con miedo. Pero a diferencia de los israelitas en el desierto, cada uno de estos hombres permitieron que esa condición de no saber qué hacer, los llevara a una desesperada necesidad de dependencia de Alguien Superior a ellos mismos.
Ése es el poder de sentirse ambulante. Experimentar que se destruya nuestro sentido de suficiencia. Exponer nuestra vulnerabilidad. Empujarnos como un niño ahogándose en los brazos de Dios. De esa forma, estar ambulante puede convertirse en adoración. Puede ser una canción diaria de fe.
Si te encuentras en una etapa en que te sientes ambulante, hazte tres preguntas:
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¿He cerrado mi espíritu al llamado de Dios?
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¿Mi corazón está endurecido con incredulidad?
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¿Persigo ambiciones mundanas?
Si la respuesta a una cualquiera es “sí”, tu etapa de estar ambulante entonces se debe a pecado en tu vida. La buena noticia es que la voluntad y el propósito de Dios se aclararán cuando te arrepientas y confieses tu pecado volviéndote a Él. Si la respuesta es “no,” entonces puedes sentirte confiada en la promesa de 1ª Juan 5:14, “Y esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, Él nos oye”. Mientras oras de acuerdo con la voluntad de Dios pidiendo Su dirección para tu vida, Él escucha y te responde en Su tiempo perfecto.
Mientras tanto
Lo más difícil del tiempo perfecto de Dios es que raramente se alinea con el nuestro. José tenía diecisiete años cuando tuvo la visión de que sus hermanos se inclinaban delante de él. ¿Sabes cuánto tiempo se tomó que esa visión se cumpliera y que las piezas del rompecabezas de su vida finalmente encajaran de una manera que hiciera sentido? Doce años. Años que no fueron fáciles. Doce años que incluyeron traición, esclavitud, acusaciones falsas y prisión.
Mientras esperamos que Dios nos muestre Su voluntad ¿qué podemos hacer? ¿cómo evitamos volvernos locas? Para empezar, debemos recordar el carácter de Dios y hacer que nuestros corazones recuerden “Oh, Señor, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24). Él es fiel, ayer, hoy y por siempre (Dt. 7:9), Él no nos ha olvidado porque nos ama (Salmo 103:17), intercede por nosotras (Ro. 8:26) obra en nosotras para Su beneplácito (Flp. 2:13) y tiene un plan para nuestras que traerá gloria a Su nombre (Jer. 29:11).
En segundo lugar, recordamos nuestro destino final. Un día, todos aquellos que hemos mirado a Jesús para salvación viviremos en un lugar permanente donde perteneceremos. No solo estaremos seguros en la tierra, sino eternamente seguros. A todas las ambulantes treintañeras (¡o veinteañeras, cuarentañeras, o en sus ochentas!) que aman a Jesús y se sienten agotadas en este peregrinar, les recuerdo que nuestro destino final está llegando. Y cuando así suceda, será más satisfactorio que cualquier trabajo, que cualquier hipoteca cómoda o que todo envidiable sentido de “haber llegado”. Porque en verdad habremos llegado… a casa.
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