Durante todo el tiempo que he estado en la iglesia, he sabido que el pecado sexual es una lucha que tienen los hombres. Lujuria, fantasías sexuales, pornografía, masturbación. Todas estas cosas eran comunes en los hombres. Entonces ¿qué debía hacer cuando llegaba el catálogo de Victoria Secrets de mi mamá y, en secreto, yo miraba las fotos deseando lucir como esas mujeres? ¿O, cuando repetía en mi mente, las escenas íntimas y sexuales de Titanic? ¿O, cuando descubrí que ciertas partes de mi cuerpo se sentían bien cuando las tocaba de cierta manera? Una joven cristiana no debía estar en esas cosas.
Pero la verdad es que la lujuria es una tentación común a la humanidad, no solo a los hombres. La lujuria es un deseo por algo que no te pertenece. Y muchas mujeres, incluyéndome a mí misma, hemos pensado en tener intimidad con un esposo mucho antes de que nos correspondiera tenerla. Puede que nuestras luchas no sean similares en todo, a las de nuestros hermanos, pero todas sabemos cómo nos halan las tentaciones de lujuria.
Para muchas mujeres la batalla contra la lujuria se origina en las emociones. Danos una comedia romántica o un libro sensual como «The Notebook», y de inmediato quedamos atrapadas. Para las mujeres, la idea de intimidad emocional puede ser mucho más tentadora que un cuerpo desnudo.
Pero sin importar de dónde venga la tentación, dejarnos llevar por la lujuria es pecado. Y como todo pecado, necesitamos confesarlo y recordar la sangre que Cristo derramó por dicho pecado. Pero me temo que muchas mujeres dejan el pecado sexual sin tratar porque creen la mentira de que la lujuria es un problema de hombres. Ésa es la razón por la cual traigo este tema sensible, y hasta de alguna manera controversial: el pecado sin confesar impide la sanidad que nuestras almas necesitan y nos mantiene alejadas de una experiencia real de perdón en Cristo (Santiago 5:16; 1ª Juan 1:9).
Inicia la conversación
¿Cuándo fue la última vez que alguien de tu grupo de oración confesó estar viendo pornografía? ¿o masturbarse? ¿o mantener pensamientos de fantasías sexuales? ¿o recordar una y otra vez escenas sexuales en su mente? Te puedo garantizar que estos pecados están ocurriendo en tu iglesia (así como en la mía). Pero cuando no hablamos de ellos, se envía un mensaje sutil: los pecados sexuales son prohibidos entre las mujeres.
En nuestra iglesia, mi esposo y yo conducimos el grupo de universitarios en nuestro hogar. Cada año traigo el tema del pecado sexual cuando las mujeres nos reunimos. Les comparto cómo espero que nuestro grupo sea un lugar seguro donde puedan traer sus luchas con el pecado a la luz, aun aquellos más «desastrosos» como la masturbación, la pornografía o las fantasías sexuales. Brevemente les comparto que luché en silencio con la masturbación y fantasías sexuales durante años. Cuando aprendí a confesar mi pecado a Dios y a otros, empecé a tener victoria por medio de las buenas nuevas del evangelio de todo lo que Jesús ha hecho por mí. Les recuerdo a nuestras jóvenes universitarias que todos llevamos las manchas del pecado y que Cristo puede limpiarlas todas.
Cada año, por primera vez las jóvenes confiesan su pecado sexual oculto y sus batallas con la lujuria. Algunas han confesado que la lujuria se convirtió en una lucha luego de que fueron abusadas. Algunas solo fueron niñas curiosas que descubrieron que algunas partes de su cuerpo se sentían bien cuando las tocaban. Algunas fueron expuestas a películas y libros que abrieron las puertas a la lujuria demasiado temprano en sus vidas. Algunas empezaron una vida sexual activa antes de venir a Cristo y aunque ahora permanecen en abstinencia, aun batallan con un deseo intenso de intimidad sexual. Otras estaban tan encerradas que ni sabían que lo que hacían en el baño tenía un nombre. Todas sabían que esas cosas estaban mal, pero no sabían cómo pararlas ni con quien hablarlas.
Una conversación clara y directa puede llevarse el poder que estos pecados sexuales pueden tener. Estas conversaciones abren las puertas del río de limpieza del evangelio sobre nuestras manchas. Hasta que experimentamos la gloriosa verdad de que no hay condenación para los que están en Cristo, no encontramos la confianza de correr hacia nuestro Salvador para que nos dé la victoria sobre nuestros pecados sexuales.
Ya sea que batalles con la lujuria o no, puedes iniciar la conversación con otras hermanas en Cristo que necesitan hablar. Comparte tu propia historia, o brevemente menciona cómo los pasajes de la Escritura que están estudiando juntas aplican a la lujuria o tentación sexual. Y cuando se mencione la lujuria no la trates como un asunto que es solo de hombres.
Ayudando a las mujeres a luchar bien contra la lujuria
Debido a mi lucha secreta contra la lujuria a través de los años, inicié mi matrimonio con un muro de vergüenza sobre mi sexualidad. No conocía la categoría de que la buena sexualidad era parte del diseño de Dios. Sí, sabía que era bueno en el matrimonio, y sabía que quería experimentarla. Pero como no había escuchado a otras mujeres luchar con ese pecado, el hecho de sentir que tenía deseos de experiencias sexuales me hacía sentir sucia y grosera. Así que ahora, siendo una mujer casada, ¿cómo se suponía que saltara libremente a nuestra vida sexual sin experimentar vergüenza?
Luchar contra el pecado sexual debe empezar entendiendo el propósito y lugar de nuestra sexualidad. Lo mismo aplica cuando tratamos de entender el propósito de los alimentos al luchar contra la glotonería. O, el propósito del dinero al luchar contra la avaricia. La comida, el dinero y el sexo no son malos en sí mismos. Pero el uso inapropiado de ellos, por las razones equivocadas o en las formas incorrectas, es pecado.
¿Cuál es el propósito y lugar de nuestra expresión sexual? El Jardín del Edén fue el lugar del primer momento de expresión sexual pura y sin experimentar vergüenza. En Génesis 1, Dios ordena la expresión sexual: «Sed fructíferos y multiplicaos». Y en Génesis 2, vemos que es natural y normal que un hombre y una mujer tengan intimidad sexual, «serán una sola carne» y que esto no conllevaba ninguna vergüenza, «el hombre y la mujer estaban desnudos, pero no se avergonzaban». Esto nos recuerda dos verdades importantes:
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La intimidad sexual es buena.
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La intimidad sexual está reservada para un hombre casado con su esposa.
Debemos tener esas dos verdades como nuestro marco cuando luchamos contra el pecado sexual. He aquí el porqué: En la mayoría de las ocasiones el pecado sexual no es un deseo por algo malo sino un deseo por algo bueno pero expresado prematuramente o en un contexto inapropiado. No podemos decir que el deseo sexual en el matrimonio es malo. Es un buen deseo. Pero si Dios no ha provisto el esposo, entonces Su respuesta clara es, no todavía, no ahora.
Cuando con jóvenes solteras que luchan con el deseo de lucir provocadoras, de ser deseadas románticamente, primero les recuerdo: «¡Si Dios te da un esposo, ese deseo será un tremendo regalo para él y el matrimonio de ustedes!». Así se previene crear una vergüenza innecesaria del deseo por intimidad sexual para retenerlo como el regalo de Dios para el matrimonio. Conocer estas verdades puede dar a las mujeres la valentía de hablar con las mujeres sobre sus deseos y luchas y pelear contra el pecado sin una vergüenza innecesaria.
La discusión bíblica de la sexualidad puede también prevenir que las mujeres lleven esa vergüenza a sus matrimonios. Puede prepararlas para ser esposas sexualmente confiadas que entiendan el propósito y el lugar de la intimidad sexual y disfrutarla apropiadamente conforme el diseño de Dios. Pueden usarla para servir a sus esposos y vivir en una unidad saludable con el hombre que Dios les ha dado.
Persigue el Bien Mayor
Dios es la fuente de toda buena dádiva. Si el sexo en el matrimonio es algo que ves como deseable, ¡cuánto más grandioso es el Dador de ese buen regalo! Él es suficiente para la larga espera de los deseos no satisfechos. Él es el bien supremo. Tanto el sexo como la comida apuntan a una realidad mayor, a Él mismo. Jesús dijo que Él es el Pan de Vida. Una buena comida apunta a Él. Pablo dijo que el misterio de la intimidad sexual se refiere a la unidad que tenemos con Cristo. La unión con Cristo es a lo que apunta una buena intimidad sexual.
Dedica tus energías a perseguir a Cristo con todas tus fuerzas. Mientras tanto, sigue creando un lugar seguro para que las mujeres confiesen sus luchas con el pecado sexual, para que las hijas de Dios encuentren arrepentimiento, sanidad y restauración en esta área. Y que a través del poder del evangelio, seamos siervas más equipadas de nuestro Único amor verdadero.
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