La gente puede ser perturbadora. El matrimonio y la vida en familia serían mucho menos estresantes si los esposos y los hijos en ocasiones no actuaran irresponsablemente, o ignoraran nuestros sentimientos o instrucciones. El ministerio marcharía con menos problemas y sería menos desafiante si las personas no fueran tan demandantes o pusieran en orden sus vidas. Muchos de los problemas que enfrentamos en nuestro trabajo desaparecerían si no tuviéramos compañeros de trabajo inexpertos o clientes exigentes o impacientes.
Sí, las personas pueden ser la causa de muchos de nuestros dolores de cabeza. Pero cuando servimos a la gente, servimos a Cristo. Y cuando tratamos a la gente con bondad en lugar de indiferencia o impaciencia, nos volvemos canales de bendición, brindándoles acciones y palabras llenas de gracia que no hacen más que adornar el evangelio de Cristo.
El ejemplo de Proverbios 31
La mujer de Proverbios 31 cuya descripción conocemos tan bien, es un hermoso modelo bíblico de bondad en acción. A cualquier sitio que va esta mujer diligente, fuerte y llena de virtudes, deja un rastro de bondad, ministrando gracia a todos a su alrededor:
«Abre su boca con sabiduría, y hay enseñanza de bondad en su lengua» (Pr. 31:26).
Pero nota, quienes se benefician primero de la buena voluntad y el esfuerzo de esta mujer. Para ella, la bondad comienza en casa. Con su familia. Con su círculo íntimo. Con quienes comparte su vida diaria. Por ejemplo, su bondad hacia su esposo es expuesta en un compromiso diario que no disminuye con el paso del tiempo o cuando su relación se halla en un lugar difícil:
«Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida» (Pr. 31:12).
No malgasta ni siquiera un día en agresiones verbales producto de su frustración y enojo, ni siendo pasiva agresiva. Ve cada día como una oportunidad para traerle bien a su esposo con sus actitudes, palabras y acciones. Es un enorme regalo que ella le da a él, y a sí misma, al cual su esposo responde con alabanzas para con su esposa.
La abnegación y la amabilidad de la mujer de Proverbios 31 bendicen a toda su familia en la medida en que ella trabaja incansable y fielmente para asegurarse de que sus necesidades sean satisfechas.
«No tiene temor de la nieve por los de su casa, porque todos los de su casa llevan ropa escarlata… Ella vigila la marcha de su casa, y no come el pan de la ociosidad. Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada» (Pr. 31:21, 27-28).
Nuestros más cercanos
El hecho es que en ningún lugar me siento más tentada a ser egoísta y floja como en mi propio hogar y con mis relaciones más cercanas. Y me temo que esta es una realidad para la mayoría de nosotras, esposas y madres, al igual que para aquellas que viven con otros miembros de la familia o con amigos. Con demasiada frecuencia, mostramos más preocupación y bondad por nuestros vecinos, colegas, cajeros de la tienda o completos extraños, que para aquellos que viven bajo el mismo techo con nosotras o con nuestros parientes de sangre o parientes políticos.
Si una pareja fuera a quedarse en nuestra casa el fin de semana, nos aseguraríamos de tener toallas limpias en el baño, sábanas recién lavadas, acomodar el horario de la cena a sus necesidades, y que por las mañanas, haya una jarra de café recién hecho. Pero cuando nuestros propios hijos y esposo necesitan algo, bueno, ellos saben dónde está el refrigerador y cómo prender el horno. ¿Correcto?
Administrar una casa con muchas tareas, lidiar con las responsabilidades diarias de atender al esposo y a los hijos, o cualquier otra tarea que puedas tener, requiere diligencia y disciplina día tras día. Requiere de trabajo arduo; en ocasiones, agotador. Pero también requiere bondad, o como lo dijo un comentarista, "una falta de irritabilidad a la luz de las quejas persistentes por los quehaceres domésticos rutinarios y tediosos.”[1]
Y es justo ahí donde las cosas se pueden volver desafiantes. Es tan fácil para nosotras ser como aquella mujer que en una ocasión se lamentaba conmigo con refrescante sinceridad, «solo soy lo suficientemente buena como para que el mundo me vea bien». Con frecuencia, en casa es otra historia.
Cuando estoy dando una conferencia puedo ser en extremo gentil, bondadosa y paciente con largas filas de mujeres que quieren compartir sus cargas y sus (en ocasiones largas y detalladas) historias; las miro a los ojos, nunca quejándome de mis pies y espalda adoloridos y cansados. Pero cuando aquellos más cercanos a mí, en el hogar, en mi familia, o en nuestro ministerio, necesitan un oído que escuche; un corazón atento o un acto amable, puedo mostrarme preocupada, indiferente o simplemente demasiado ocupada.
¿Quién de nosotras no ha tenido la experiencia de estar en medio de un tenso intercambio de palabras en casa, solo para cambiar instantáneamente de tono y hablar de manera cálida con alguien extraño que llama o pasa de visita? ¿Qué transmite eso a nuestros amados, respecto a cuánto les valoramos y a la autenticidad de nuestra «bondad» para con otros?
Raciones extra de gracia
Sí, la bondad en casa requiere un esfuerzo extra. Es en el hogar donde experimentamos más intensamente esas desilusiones y molestias diarias que nos tientan a desarrollar una actitud incorrecta. Por lo tanto, la bondad en casa también requiere de raciones extra de gracia, lo cual, a su vez, requiere de una dependencia diaria de Dios y el apoyo de nuestras hermanas de Tito 2.
En el corto periodo en que he estado casada, por momentos, ya he sido testigo de que la falta de bondad de mi parte hacia mi esposo destruye la intimidad y crea distancia entre nosotros. Palabras ásperas dichas sin pensar, palabras amables que no se dicen o acciones desconsideradas, estar demasiado absorta en mí misma para notar y celebrar un logro en el negocio de mi esposo, herirlo en áreas sensibles con bromas crueles, estar demasiado ocupada con mis propios asuntos impidiéndome así realizar pequeños actos de bondad para servirle y bendecirlo.
Pero también he experimentado la increíble importancia y el poder de la bondad en un matrimonio. Lo he visto modelado en el matrimonio de algunas de mis amigas más cercanas y mis consejeras de Tito 2. El corazón lleno de ternura de Robert y su bondad perseverante, siempre buscando maneras de servir y bendecirme, me han inspirado a enfocarme más en cómo traerle bien. Ser la receptora de su bondad ha incrementado mi deseo de mejorar en esta área.
Con frecuencia me he dado cuenta de que son las pequeñas cosas, las sencillas expresiones de gratitud y de bondad que muestran amor a mi esposo y trazan las pautas en nuestra relación. Dejar notas de ánimo en su plan de lectura de la Biblia en un año cuando sale de viaje. Acomodar la sábana en su lado de la cama por las noches. Llevarle un sándwich y una bebida gaseosa helada en un día cálido, cuando trabaja afuera en algún proyecto. Detenerme en medio de un día ajetreado de trabajo para bajar a su estudio y preguntarle cómo le está yendo, honrar sus preferencias por encima de las mías. Asumir lo mejor cuando se le olvida darme alguna información. Tomar la decisión de dejar pasar alguna diferencia en lugar de restregársela en la cara. Un corazón bondadoso expresado en palabras bondadosas y acciones bondadosas aligera nuestra relación, la suaviza y acerca nuestros corazones.
Tu llamado a la bondad en casa probablemente tendrá formas diferentes a las mías. Puede significar no reaccionar de manera brusca ante un accidente tonto, llenar de nuevo el refrigerador con bocadillos para un adolescente, ayudar a un compañero de cuarto con un proyecto, repetir las mismas palabras con gentileza para un padre anciano. Si mostramos verdadera bondad hacia la gente que mejor nos conoce y que nos ve en nuestro peor momento, nuestras muestras de afecto más públicas lucirán más auténticas. Y sospecho que, si mostráramos más bondad en casa, también nos encontraríamos creciendo genuinamente, con más bondad para con todos los demás.
¿Y tú? ¿Las personas que viven en tu casa y las de tu trabajo te considerarían una mujer bondadosa? ¿Por qué sí o por qué no? Deja tus reflexiones y comentarios debajo.
Este artículo es un extracto del nuevo libro de Nancy: Adornadas, viviendo juntas la belleza del evangelio.
[1] Thomas D. Lea and Hayne P. Griffin, 1, 2 Timothy, Titus, vol. 34 de The New American Commentary (Nashville: B&H, 1992), 301.
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