Odio esperar. A todas nos pasa. Esperar que Dios se mueva puede ser especialmente incómodo. Cuando oro y no veo la mano de Dios obrar tiendo a volverme insistente. ¿Me escuchó? ¿Responderá? ¿Cambiarán estas circunstancias? A pesar de los esfuerzos de nuestra cultura para eliminar la espera en la vida diaria (piensa en los cajeros automáticos, pagar directamente en la estación de gasolina, las ventanillas de servicio desde el vehículo) inevitablemente nos encontramos en la sala de espera de la vida. Porque servimos a un Dios que opera en Su tiempo, no en el nuestro. De igual manera esperar es resultado de nuestra vida de oración.
Quizás estás en la sala de espera:
- Esperando que Dios sane tu cuerpo.
- Esperando que Dios te traiga una pareja o un bebé.
- Esperando que Dios trabaje en tu iglesia.
- Esperando que Dios traiga ese hijo pródigo a casa
- Esperando un trabajo
- Esperando una reconciliación.
Sí, en estos días yo también me encuentro en la sala de espera. Pero, estoy determinada a no pasar este tiempo gritando y pataleando. Quiero esperar de la manera correcta. No quiero desperdiciar mi espera.
Un experto en la espera
Moisés era un experto esperando. Primero esperó a ser rescatado siendo un recién nacido dentro de una canasta de junco (Ex. 2:2). Quizás era muy pequeño para recordar ese momento de espera, pero sirvió de vistazo de cómo iba a ser el resto de la vida de Moisés.
Después de asesinar a un hombre, Moisés huyó de su hogar y de su familia a una tierra extranjera llamada Madián. Allí esperó por cuarenta años (Hechos 7:30). El pasó cuatro décadas en espera de que algo ocurriera o por noticias indicando que podía volver a casa a salvo. Algo sí ocurrió. Moisés se encontró con la voz de Dios en la zarza ardiente (Éxodo 3:2). ¡La espera había terminado! Tenía una misión.
Pero pronto volvió a encontrarse nuevamente en la sala de espera, por faraón que dejara ir a su pueblo. Una vez esa espera terminó, vagó por el desierto por cuarenta años junto con el pueblo de Dios esperando entrar a la Tierra Prometida. En total, Moisés pasó por lo menos ocho décadas esperando en el Señor. Murió a la edad de 120 (Dt. 34:7), lo que significa que pasó más del 60% de su vida en la sala de espera.
Observando su vida, podemos aprender diez lecciones sobre cómo esperar de la manera correcta.
1. Estar contenta
Después de encontrarse sin familia ni posesiones en una tierra extranjera, Moisés fue invitado a vivir con el sacerdote madianita y su familia. Dudo que la situación era perfecta. Pero Moisés escogió el contentamiento.
“Moisés accedió a morar con aquel hombre, y el dio su hija Séfora a Moisés” (Ex. 2:21).
Tienes una opción. Puedes esperar con gran ansiedad, miedo, y frustración. O puedes esperar con contentamiento. Aquí te tengo un ejemplo. Piensa en la última vez que te sentaste en la sala de la espera de la oficina del pediatra. Como tengo tres varones pequeños, esa es una parada que hago muy seguido.
Hay dos tipos de niños que esperan en esa sala. Hay niños que gritan, lloran y tiran sus juguetes. Y hay otros que se acuestan cerca de sus madres o que esperan calladamente (gracias a la ayuda de la aplicación de Disney en el iPhone de su papá.) Ambos niños tienen que esperar. El niño que está haciendo rabietas no ve al doctor más rápido que el niño que espera tranquilo. Pero créeme, como madre que ha tenido que esperar con ambos tipos de niños, la espera parece infinitamente más larga al niño rebelde (¡y a sus padres!).
No tienes que estar feliz con la espera, pero puedes escoger el contentamiento.
1ª de Timoteo 6:6 nos recuerda, “Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento.”
2. Ama a tu familia de la manera correcta
Los cuarenta años de Moisés en Madián no fueron improductivos. Tuvo dos hijos en ese tiempo (Hechos 7:29) y se dedicó a cuidarlos a ellos y a su madre.
Este es un plan de acción sencillo pero efectivo para esperar correctamente. Cuida a tu tribu. Ama a tus hijos y nietos. Sirve a tu esposo. No los cargues con tu corazón ansioso. Deja de retorcer tus manos y ocúpate de las personas que están en tu vida.
“Pero si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Ti. 5:8).
3. Trabaja duro
¿Cómo pasó Moisés sus días en Madián mientras esperaba a que Dios revelara Su plan? ¿Andaba paseando? ¿Buscando respuestas por Internet? (No, claro que no. No había Internet, pero así es como a menudo llenamos el tiempo de espera ¿no es así?) o ¿Tomando las cosas en sus propias manos?
“Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto, y llegó a Horeb, el monte de Dios” (Ex. 3:1).
Moisés estaba a punto de ser sacado de la sala de espera para pasar a la de operaciones, donde Dios le daría una nueva identidad y propósito. Moisés estaba a unos pasos de encontrarse con el Dios vivo desde la zarza ardiente. Y ¿Qué lo encontramos haciendo allí? Él estaba cuidando ovejas.
Es más probable que el entrenamiento para ser usado por Dios suceda en el campo de las ovejas que en un palacio. Especialmente cuando estamos esperando a que Dios nos use para el Reino, necesitamos recordar el valor de trabajar duro y administrar bien las tareas que Él ya nos ha asignado.
“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23).
4. Intercede por otros
Mientras Moisés vagaba por el desierto esperando la liberación para entrar a la Tierra Prometida, él oraba audazmente, de manera poderosa por el pueblo de Dios. (Ex. 33:12-16, Nm. 14:13-19). Él sabía el resultado prometido, pero no cesó de orar por la obra de Dios.
Mientras esperas que Dios obre en tu vida, ora intensamente para que Él se mueva en otros. Tu fe aumentará viendo la mano de Dios en la vida de los demás.
“Exhorto, pues ante todo que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres” (1 Ti. 2:1).
5. Valora los mandamientos de Dios
Todas sabemos la historia de cuando Moisés bajó con los Diez Mandamientos en las tablas de piedra solo para destrozarlos debido a la ira que experimentó por la rebelión del pueblo (Ex. 20:1-21). Moisés era apasionado por la Palabra de Dios y por vivir una vida justa. Tanto así que fue de nuevo al monte a obtener una segunda copia de los mandamientos de Dios (Ex.34:28).
No sé tú, pero a veces cuando estoy esperando en Dios siento amargura por la manera en la que Él me ha llamado a vivir. No quiero tener gozo en la sala de espera. Quiero mostrar mi enojo. No quiero confiar en El cuándo no lo puedo ver, quiero que Él se revele a Sí mismo. Francamente, a veces quiero ser la que “tire las tablas” por la frustración.
En lugar de eso, necesito ir al monte a estar con el Señor. Necesito que El me recuerde Sus prioridades. Necesito estar ocupada viviendo la vida que Él me ha llamado a vivir. La espera me recuerda que sirvo a un gran Dios quien no salta a través de los aros que he colocado para El. Debo vivir de acuerdo a Su Palabra en todo tiempo.
6. Declara la guerra a los ídolos
En Éxodo 32 cuando Moisés bajó del monte (otra sala de espera) encontró a su pueblo adorando un becerro de oro. Su reacción a este ídolo no fue pasiva.
“Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel la bebieran” (Ex. 32:20).
A lo largo del éxodo Moisés fue diligente en erradicar la idolatría del pueblo. La sala de espera tiene ese efecto. A menudo, la espera expone los ídolos de nuestro propio corazón. Cuando mi corazón se retuerce, me enfrento cara a cara con el hecho de que estoy buscando que algo satisfaga mis necesidades en lugar de Dios. Luego debo tragarme mi orgullo, que sabe tan agrio como el oro hecho polvo que Moisés hizo que su pueblo bebiera y se arrepintiera. Debido a este patrón, me he dado cuenta que la sala de espera es un regalo. Es ahí donde Dios trabaja con mi corazón. Casi siempre duele, pero el resultado final es un corazón más devoto a Dios. Si la espera hace que tu corazón se vuelva salvaje, pídele al Señor que te revele los ídolos que hay allí
7. ¡Celebra!
El pueblo de Moisés pasó mucho tiempo errante, pero también tuvo muchas celebraciones.
“Asimismo, en el día de vuestra alegría en vuestras fiestas señaladas y en el primer día de vuestros meses, tocaréis las trompetas durante vuestros holocaustos y durante los sacrificios de vuestras ofrendas de paz, serán para vosotros como recordatorio delante de vuestro Dios. Yo soy el Señor vuestro Dios” (Nm. 10:10)
Aun en la sala de espera, Dios te ha dado mucho para celebrar. En lugar de enfocarte en aquello que Él no ha hecho aún, regocíjate en lo que Él ya ha hecho por ti.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos!” (Flp. 4:4).
8. Mantén tus ojos en la Tierra Prometida
¿Qué te ha prometido Dios? Aunque Él no te haya liberado. Aun cuando la meta no esté a la vista, puedes confiar en Sus promesas. Moisés sabía eso y dijo estas palabras,
“Reconoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel, que guarda su pacto y su misericordia hasta mil generaciones con aquellos que le aman y guardan sus mandamientos” (Dt. 7:9):
Moisés sabía lo que era esperar. El esperó por más tiempo y con más frecuencia de lo que yo he esperado, pero toda esa espera no debilitó su fe. La fortaleció. Al final, él decidió que Dios es fiel. Podemos confiar en que Él nos llevará adonde ha prometido.
9. Busca a Dios
Una frase que Moisés decía constantemente en el desierto era, “le preguntaré al Señor.” El verificaba constantemente con Dios para saber si se encontraban en la dirección correcta. Mientras esperas, busca a Dios a menudo. Lee Su Palabra. Examina tus deseos y tus planes a través de ella y asegúrate de ir por la dirección correcta.
“Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
10. Disfruta el viaje
Mientras Moisés esperaba para que Dios liberara a Su pueblo hacia la Tierra Prometida, pudo ver:
- Que Dios cambió el corazón del faraón
- Que Dios dividió el Mar Rojo
- Llover comida del cielo y brotar agua de las rocas
- Vestirse con ropas y sandalias que no se gastaron durante cuarenta años
- Una nube que conducía a Moisés durante el día y una columna de fuego por la noche
- Solamente por el poder de Dios, en algún lugar del vecindario, dos millones de personas sobrevivieron en el desierto durante cuarenta años. Moisés tenía un asiento en primera fila.
Quizás Dios no esté haciendo aquello que quieres que Él haga en este momento, pero está haciendo un millón de cosas que Él ha prometido que cooperarán para tu bien (Ro. 8:28). No seas corta de vista enfocándote solamente en lo que no ha ocurrido. Amplía el lente y mira todo lo que Él ha hecho ya.
Moisés se negó a tratar de manipular a Dios. El esperó de la manera correcta y estaba listo para moverse cuando Dios lo llamara ¡Y qué viaje tuvo que dar! Quiero ser como Moisés mientras espero. ¿Y tú?
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